Una canción, un amor imposible y todo lo que pueda pasar en el medio. Uno de nuestros redactores estrella se abre para contar el porqué de su remera de Bestia Bebé, la banda de Tom Quintans.
Por Claudio Kobelt
No recuerdo si fue en 2009 o 2010. Si fue durante aquel verano o en el transcurso de cierto invierno. No recuerdo el mes, las circunstancias ni el contexto. Solo la sensación, el fuego quemándome la garganta en un estribillo perfecto que necesitaba ser cantado, vivido, gritado hasta el más allá por siempre jamás.
No recuerdo en qué show la escuché primero, cuándo o dónde me atrapó, pero sí cuál fue el soporte elegido para la repetición, para que la canción “Patrullas del terror” se quedará para siempre en mí. Corría el año 2009 y Tom Quintans, por entonces baterista de Go-Neko!, editaba bajo el nombre de Tom y La Bestia Bebé su disco Fin de Semana de Muertes, un álbum repleto de canciones efervescentes y sensibles, épicas punkrockeras para los amigos con referencias a películas y mística de paravalanchas. Casi la misma fórmula que años después encontraría la explosión en su grupo Bestia Bebé, pero en aquella oportunidad con menos velocidad, bastante más despojada, sucia y desprolija. La canción también tenía, y aún conserva, ese color primario, ese sabor del debut y la fuerza del primer golpe bien dado.
Escuchaba ese disco día y noche. En mi casa, en el celular, en el auto, en el trabajo, en cada lugar donde estuviera ese disco tenía que girar y girar. Había una cuestión de pertenencia, de sentimiento encontrado, de sensibilidad reflejada. Recuerdo que por ese entonces trabajaba en una oficina y me había hecho amigo de una compañera de trabajo, que en realidad me gustaba mucho pero que me tenía clavado en un político y conflictivo friendzone, situación que llegó a angustiarme mucho en ese momento. Sin la convicción para poder avanzar ni la fuerza necesaria de encarar y aceptar cualquier respuesta, me quedaba callado escuchándola hablar de sus pretendientes o de los chicos que le gustaban, mientras yo sólo pensaba en sus mejillas blancas y en sus ojos avellana. Una de mis pocas formas de poder comunicarme con ella en mi profunda timidez era pasarle canciones por mail, o si íbamos en mi auto hacerle escuchar lo que yo escuchaba en ese momento. Era mi manera de compartir, y lo único que sonaba en esos viajes era ese disco inicial de Tom. Me acuerdo cómo me enamoré de ella cuando me comentó que estas canciones le estaban gustando, que le pase más, o cómo sonreí cuando confundida me dijo respecto de “Patrullas del terror”: “Si, me gusta pero no entiendo… es una piba que se roba un camión y lo choca. No entiendo”. No hacía falta que entienda, y tampoco sé si había más por entender, solo había que dejarse llevar por ese mantra hipnótico, por ese grito que como un himno nos unía.
Con el tiempo desistí de ese romance sin rumbo, tuve otros más tangibles. Me hice amigo de la señorita en cuestión, cambié de trabajo y con el transcurso de los años y el rumbo de la vida dejé de tener contacto con ella, para finalmente nunca más volverla a ver. Pero la canción seguía en mí. Tom seguía tocando, sacando discos, inició Bestia Bebé como grupo y todo se prendió fuego. “Patrullas del terror” se convirtió en un clásico de gargantas hinchadas y corazones calientes, una melodía salida desde lo más profundo del alma del barrio. Y así fue que un día busqué un tipo de Font que me gustara, diseñé como sería, y me mandé a hacer la remera con la frase del estribillo. Solo para entendidos. Ahora llevaría esa canción en el pecho como bandera, como emblema, como recuerdo vivo de una anécdota tonta de una chica que no fue, de mi interés desmesurado en que le guste la canción, porque claramente eso era mucho mejor a que le gustara yo.
Esta remera es producto del amor, pero no por aquella señorita que -seamos sinceros- no era más que un simple enamoramiento, sino por lo que aún pasa y se vive con esa canción. Amor del bueno, del puro, de ese que se mete entre los huesos, porque cada vez que escucho “Noche de vagos/Patrullas/Terror” y la canto fuerte e incendiado es como darle un beso en la boca al verso. Cada vez que la pogueo con mis amigos es un abrazo sincero, simple y eterno, y cada gota de sudor producida por el baile y que corre por la casaca es solo otra palabra impresa en el lienzo de la más tierna y sincera carta de amor jamás escrita: la que le escribo con mi cuerpo, el corazón y la memoria a las canciones que, como ésta, se grabaron a fuego en mi ser, porque este de las canciones, de este disco, de la música y yo es, sin lugar a dudas, el único romance que supe y quise mantener.
Pd: Como registro de mi amor por las canciones y esta remera, vaya esta increíble foto que me sacó mi querido amigo y gran fotógrafo Matt Knoblauch en pleno trance de emoción krautrockera, cantando fuerte, amando el rock.//∆z
Claudio Kobelt nació y vive en el conurbano oeste de La Matanza Hollywood. Hace algunos años inició con algunos amigos un blog colectivo sobre arte independiente llamado El Club Suicida donde descubrió que escribiendo, además de expresarse, compartir y contar lo vivido, podía apoyar y hacer conocer la música que le gustaba. Así fue como con el transcurso del tiempo y siguiendo tras esas metas, Claudio fue redactor y parte de Untitled Mag, Longplay Revista y Escrituras Indie entre otros, además de su ya estable y longeva participación en ArteZeta. También tuvo su programa radial durante el 2013 llamado Casi Casi, dedicado a la difusión y el apoyo a la escena independiente, y posee hace dos años una columna especializada en el programa radial On The Rocks (Viernes de 19 a 21 Hs por Ciclopradio.com.ar).
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