365 días han pasado desde el 25 de noviembre de 2020. Ese año, marcado de manera fatídica en el inconsciente colectivo por la pandemia, sumó otra mancha más de color tragedia: aquella mañana se apagó el corazón de Diego Armando Maradona. El mejor futbolista de todos los tiempos, aquel que en vida supo construirse como leyenda viviente y hacerse cargo de semejante peso, hoy es recordado, amado y, también, cuestionado. A continuación, un recorrido visual y escrito de aquel último adiós popular.
Por Pablo Díaz Marenghi
Fotos de Jorge Noro
El Covid y sus demonios pusieron sobre la mesa a la parca. La finitud, la contingencia y su conciencia plena pasaron a ser un tema de conversación mucho más cotidiano. El final de una vida es, muchas veces, lo que consagra la transformación de ciertos personajes reconocidos por alguna proeza o virtud en ídolos populares. Diego Armando Maradona no necesitó de la muerte para ser cubierto por un mando de leyendo o épica. Hacia varias décadas que se había convertido, tal como lo bautizó el escritor uruguayo Eduardo Galeano, en “el más humano de los dioses”.
Aquel de “la mano de Dios” o “el gol del siglo”. El de las frases chispeantes como “se le escapó la tortuga”, “me cortaron las piernas” o “la pelota no se mancha”. El de las contradicciones, lo excesos, la verba filosa y la magia futbolística inimitable. Todo eso estalló por los aires el 25 de noviembre de 2020 cuando, luego de un extenso periplo de trastornos de salud y adicciones, su cuerpo, aquel que parecía un potro desbocado imparable cuando encaraba a los defensores rivales dentro de una cancha, dijo basta. Cientos de personas, con cierta organización y mucha improvisación, fueron aquel día a su velatorio en la Casa Rosada armados con carteles, pancartas y frases afectuosas llenas de emoción.
“Si me muero, quiero volver a nacer y quiero ser futbolista. Y quiero volver a ser Diego Armando Maradona. Soy un jugador que le ha dado alegría a la gente y con eso me basta y sobra” es una frase que lo pinta de cuerpo y alma. Algo que suele ocurrirle a deportistas consagrados o a personajes de la farándula: la presión mediática es inmensa y, en muchos casos, termina destrozándolos. Maradona, a veces con más o menos hidalguía, empujó esa piedra cual Sísifo durante toda su vida.
Imágenes. Su vida podría sintetizarse solamente en imágenes que se volvieron postales que trascendieron tiempos, generaciones y fronteras. Su foto besando la Copa del Mundo 1986 devenida en poster. El número 10 de su camiseta. El salto hacia tocar la pelota con la mano anticipándose al arquero inglés Peter Shilton. Sus lágrimas con la medalla del subcampeón colgada masticando bronca luego de perder la final con Alemania en 1990. Su sonrisa socarrona cuando la enfermera Sue Ellen Carpenter lo vino a buscar para el control antidoping del Mundial 1994 que marcaría el principio del fin.
Sus botines Puma Borussia también se volvieron un emblema. De hecho, muchos jugadores amateurs siguen eligiendo aún hoy dicho modelo para jugar partidos entre amigos.
Su rostro se convirtió en estampa, stencil y grafiti. Casi que del mismo modo que sucedió con el Che Guevara, a quien se tatuó en su brazo derecho, y su icónica postal capturada por la cámara de Alberto Korda.
Maradona también marcó a fuego a una generación pero esto también, como todo mito, continuó y continuará reproduciéndose. Ayudado por las memorias digitales y los relatos que continuarán transmitiéndose, aún seguirán personas que conocerán sus goles, jugadas y gambetas a través de YouTube.
Un lustro. Tan sólo cinco años le alcanzaron, entre 1986 y 1991, para llegar a lo más alto. Ganar todo con un club chico de Italia, el Napoli, ganar la Copa del Mundo con la Selección Argentina y llegar a otra final en el Mundial siguiente jugando con el tobillo hinchadísimo. También le tocó verse cara a cara con el infierno tan temido en más de una oportunidad. Estuvo al borde de la muerte en varias ocasiones y luchó contra la adicción a la cocaína durante gran parte de su vida. No estuvo exento de polémica: su vida privada muchas veces ocupó mayores planas mediáticas que su labor como futbolista o director técnico.
El número diez ya es eterno. Se convirtió, hace rato, en un símbolo de la argentinidad por ser una síntesis de la pasión, los excesos y las contradicciones. Al igual que otros mitos populares como el de Carlos Gardel o Evita, Maradona ya es una suerte de dios pagano cuya potencia significante excede su pericia futbolística. Lo cual, no es un dato menor.
Diego Armando Maradona supo ser leyenda en vida. Algo que puede ser visto tanto como un triunfo o como una condena. Supo gozarlo, sufrirlo y padecerlo. Hoy es posible decir que su forma física descansa en paz. Aquel cuerpo que, en palabras de su preparador físico Fernando Signorini, fue un espécimen único y privilegiado que podría haber sido piloto de combate debido a su notable visión periférica. El Diez ya no forma parte sólo de un podio de grandes del deporte sino que se ha insertado en la religiosidad de un pueblo que no es sólo argentino sino maradoneano.//∆z