Escritos periodísticos completa por fin la imagen del Antonio Di Benedetto cuentista y novelista, y nos permite adentrarnos a través de un territorio casi desconocido en el trabajo y la personalidad de uno de los mejores escritores del siglo XX en lengua española.

Por Cristian Franco 

Gracias a estos Escritos periodísticos de Antonio Di Benedetto que publica Adriana Hidalgo editora accedemos a ese costado casi desconocido del escritor mendocino. La compilación –cuidada con esmero por Liliana Reales– produce un feliz efecto museo: el libro está sembrado (aunque no repleto) de pequeñas efigies de lo que alguna vez fue el trabajo periodístico en Argentina. Corresponsal en el festival de Cannes o en la Bolivia revolucionaria, Di Benedetto ejercitaba también en su faceta de cronista esa intensidad en el lenguaje que es la marca de sus novelas y cuentos. Porque hoy la sinécdoque “una buena pluma” es apenas un desvaído recuerdo en las arenas del periodismo argentino, hojear al azar y encontrar líneas como estas produce, por lo menos, melancolía: “Se me acercó una viejita desdentada. Los ojos me pedían algo que la boca no sabía hacer entender. Le di lo que ella quería o tal vez más, porque lo examinaba y reía de gozo, reía y reía mostrando el dinero a los choferes de taxi, y se fue alzando los brazos, tropezando en el barro seco con sus pies desnudos”.

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Dos secciones componen el libro, además del prólogo y un breve anexo: “Textos” y “Entrevistas”. La primera es el grueso, donde se ordenan las crónicas (un terremoto, una revolución, una elección presidencial, muchos festivales de cine), entrevistas (actores, directores, escritores, políticos) artículos y notas publicados por Di Benedetto en el lapso 1943-1987. Pero el jugo dulce está en la segunda sección: diez entrevistas donde escuchamos al hombre detrás de una escritura, al escritor encarnizado con las miserias resplandecientes del lenguaje. Confesiones, tristezas, exageraciones, anécdotas, despojos, impudicias. Su proceso de escritura, sus referencias e influencias, sus taras, sus obsesiones y frustraciones, su poética del cuento y de la novela, su ética. Todo enunciado con una sinceridad –y una belleza– que resulta desconcertante para nuestros oídos macerados en la ironía fácil o la fatuidad pretenciosa.

Por eso tal vez sea difícil hoy leer las palabras de un ejemplar de esa especie extinguida, execrada y envidiada: el escritor comprometido del siglo XX. Sí, otros tiempos. Del destilado de sus declaraciones queda más que claro que se tomaba Di Benedetto muy en serio la escritura y la literatura. Eran su compromiso. ¿Quién todavía se agota o se retuerce para encontrar alguna perfección microscópica y lábil en la respiración de una frase? ¿Quién riñe sin cuartel con un adjetivo, un epíteto que pueda ser “la cifra de nuestra existencia o la justificación para seguir existiendo”?

Escuchemos: “En algo me confirmo: la literatura me importa a fondo, de un modo absorbente, me llena absolutamente y ha sido siempre leal a mí. Los seres humanos se retiran de la vida de uno, los libros siguen siéndome fieles y me esperan pacientemente en el anaquel de cualquier biblioteca”.

El anacronismo salvaje de declaraciones así nos llena de extrañeza. Su voz –ante todo eso es el autor de Zama para nosotros: una voz– nos llega desde otro planeta. Mejor: la recibimos, turbados e incrédulos, transmitida desde un asteroide fantasma que todavía gira –anémico, molesto, ejemplar– en los arrabales de nuestro sistema solar literario.

Quienes ya lo conozcan de sus cuentos y novelas, en estos Escritos periodísticos van a hurgar en la personalidad de un hombre para quien la escritura era una forma de purgarse, de perdonarse (o tolerarse al menos) a sí mismo. Porque escribiendo quería Di Benedetto acceder a una existencia distinta. “¿Cómo dejar de ser la vulgaridad que soy frente a todos los demás, la vulgaridad que soy y que me reconozco?”, se pregunta. Su respuesta: escribir cada día “con método y con concepción artística”. No parece un mal consejo.//z