Por Maxi Martina

Éramos 8 en el Dodge 1500. Recuerdo que yo iba sentado atrás, con un brazo afuera, sobre la chapa blanca del auto de la mama de Gonzalo. Al lado mío estaban Pilil, Darío y dos pibes más de Palomar. Cuatro. Dos más en el asiento del acompañante. Gonzalo manejaba. Y encima nuestro viajaba acostado el Cavera.

Íbamos al templo del rock a comprar las entradas para Ramones en Argentina del año 1991: 26, 27 y 28 de abril en Obras.

Desde Palomar había que llegar a la General Paz y de ahí bajar en Libertador. Siempre escuchando rechinar la suspensión. Llegamos. Poca cola. Compramos entradas, algunos para los tres show. Con la misión cumplida, encaramos la vuelta. Libertador, General Paz, bajamos en Constituyentes para comer unos panchos en el 46.

Error. Nos paró la policía.

Después del papeleo (y el boludeo para el que cada policía parece haber sido creado) terminamos zafando la movida juntando unos pesos “para la yerba del comisario”. Los panchos ya no eran posibles. Pero teníamos las entradas.

No había día que no escuche algo de los Ramones. Rocket to Russia, Sueños Agradables (edición nacional,obvio), Ramonesmanía o el recién aparecido Loco Live.

Así cada día hasta que llegó el 26. A Obras viajamos más cómodos. En una camioneta. Yo iba atrás. Creo que estando allí no podía abarcar la intensidad que hoy siento al saber que iba a ver a los Ramones. Experimentar por primera vez un pogo ramonero. Ese volumen, esa velocidad de las manos de Johnny, ese cariño por Joey. Quería gritar Hey Ho Lets Go, Gabba Gabba Hey y repetir los salmos de esa misa de curas con flequillos y camperas de cuero.

Cola y entrada a campo. Caminamos por la parte de atrás de Obras, pasando por delante de donde siempre estaba la consola de sonido y nos instalamos, de frente al escenario, tirados a la izquierda, bien adelante, en el medio de donde se pararían Johnny y Joey.

Se apagaron las luces y todo fue real. Uanchutrifor y estaban ahí. Los veía mientras me empujaban. Cantaba mientras empujaba y todo Obras bailaba. Los Ramones los sentía en el cuerpo, en los oídos, eran míos y de todos. Fueron reales durante más de treinta temas.

Como un verdugo cuando suelta la guillotina se prenden las luces del estadio y mi cabeza rueda como la del sentenciado. Lo encuentro a Gonzalo, que ya había encontrado al Cavera. Silencio. Pasan unos minutos hasta que uno que había ido en la camioneta azota un  “Vamos a ver las remeras!”.

En el puesto, merchandising oficial. Tenía unos pesos guardados. Nunca olvidaré el momento en que me convencí de que debía comprarme una. Atrás: HEY, en azul. HO, en amarillo, LET’S, en rojo y GO en blanco. Adelante: el escudo ramonero con los nombres: Johnny, Joey, Marky, C.Jay.

Y arriba, aun habiendo pasado ya 21 años, con un rojo contundente que sobresale sobre el gris arratonado en que devino aquella remera negra, el RAMONES que hasta hoy permanece en mí.

 

Maxi Martina. Soy cantante y guitarrista de Error Positivo. También conductor de “El Triángulo de las Bermudas” y columnista en “Cheque en Blanco”, en Vorterix Rock 103.1FM. Fan de Ramones, Massacre Palestina y Brian Jonestown Massacre. Ahora estoy escuchando el disco nuevo de El Festival de los Viajes. Nunca bajé una película por Internet, pero si un montón de discos. Me aburre el periodismo académico de rock. Estoy convencido que si no se renueva la música, la cosa se pone jevi.

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