Errante: las cuatro estaciones de Adriana Lestido
Por Ignacio Barragán

La destacada fotógrafa construye por medio de imágenes, planos largos, sonido ambiente y algunas breves piezas musicales un relato que profundiza la relación entre el ser humano y la naturaleza. A continuación, algunas hipótesis de lectura al respecto.


Es muy raro pero puede pasar de vez en cuando que una película transcienda las fronteras de lo audiovisual y se convierta en una verdadera experiencia. No es solo el hecho, cada día menos común, de ir al cine, donde ya de por sí ocurre un acontecimiento. Sino una experiencia en la que el espectador está frente a algo único, un quiebre en el tiempo. Errante de Adriana Lestido es una de esas películas. Una obra atípica, anfibia, que se debate entre lo contemplativo y lo inmersivo, la pasividad y la acción. Por medio de una serie de planos fijos filmados en el Círculo Polar Ártico entre el 2019 y 2020, Lestido logra transportarnos a su propia experiencia. 

En este filme estamos frente a la nada por el lapso de más de una hora. Una casa, algún que otro animal, ni una sola persona. Ahora bien, decirle nada al espacio arrollador de la naturaleza que conjura la roca negra con el blanco de la nieve es un poco injusto. Estamos frente a lo salvaje, lo que no pudo o no quiere ser domesticado. Lo que hace Adriana Lestido es explorar el horror vacui del ser humano frente a la naturaleza, la soledad confundida en lo inmenso y, por qué no, explorar su propia soledad en lo desconocido. A partir de planos de corta duración en el espacio ártico se van conformando una serie de atmósferas que envuelven al espectador. La imagen en movimiento pero estática tiene el poder de transportarnos al lugar de la filmación, al momento único que registra el ojo de la cámara. En ese instante, la sala de cine desaparece y la mirada se confunde con la pantalla.

Lo que marca el ritmo de la película es el ciclo de las estaciones. Un orden natural que organiza los tiempos y los trabajos. Hay un equilibrio entre los planos y el paso del tiempo que es realmente satisfactorio, reconfortante en algún punto. A lo largo de la película nunca sabemos lo que va a pasar pero de todas maneras podemos descansar en el hecho inexorable del paso de las estaciones, de la llegada de la primavera. Este punto es fundamental para la armonía de la obra: entre tanto desamparo e inclemencias del tiempo sabemos que siempre saldrá el sol.

Hay que señalar que el sonido de la obra es tan protagonista como el paisaje. Por momentos, lo único que está vivo en la imagen es el silbar del viento o el fluir lacrimoso del agua. Si bien tenemos un lugar enmarcado en el tiempo, este no sería nada sin su ambiente sonoro. La música de la película es como un mantra, un conjunto de sonidos ancestrales provenientes del Circulo Polar que nos retrotraen a lo más primitivo, al comienzo de los tiempos cuando los humanos aún no habitábamos estas tierras. Este clima en bruto solo se ve interrumpido por algunas canciones en línea con lo introspectivo.  

Errante es como un poema, más precisamente uno de Pizarnik. Ese que dice  “Una mirada desde la alcantarilla / puede ser una visión del mundo, / la rebelión consiste en mirar una rosa / hasta pulverizarse los ojos”.

La mirada de Adriana Lestido penetra en lo más íntimo y crucial de las cosas. Lo supo hacer de manera emotiva con las Madres de Plaza de Mayo o las presas de La Plata, donde logra que la mirada se reinvierta y sean ellas quienes nos miran a nosotros y no al revés. En este caso realiza el mismo procedimiento revelador con la naturaleza, con el fulgor de las auroras boreales.  //∆z

Errante, de Adriana Lestido, puede verse en el MALBA los sábados a las 18 horas hasta el 2 de diciembre inclusive. Tickets aquí.