Hablamos con Juan Diego Incardona, autor de Villa Celina, El campito, Rock Barrial y Las Estrellas Federales, en el espacio Zona Futuro de la Feria del Libro de Buenos Aires 2017. Una charla sobre cómo se narra lo periférico en nuestra literatura, el uso de los géneros entre los escritores de su generación y la música como ritmo de redacción y lectura.
A continuación un extracto de la charla que mantuvimos con Incardona. Del capítulo participaron: Ayelén Cisneros; Cristian Franco; Sebastián Rodríguez Mora; Joel Vargas y Alejo Vivacqua. Para leer el episodio entero, hacé click aquí.
Alejo Vivacqua: Siempre contás en las entrevistas que arrancaste imitándolo a Borges y que fuiste haciendo tu propia búsqueda.
Incardona: Sí. Yo terminé en un colegio industrial, no es que tuviéramos grandes lecturas, en cuarto año teníamos Literatura y nada más. Después empecé a estudiar Ingeniería Mecánica y en un momento llegué a Letras, reboté por Ciencias de la Comunicación. Ahí medio que me empezaron a ordenar las lecturas, y yo tenía un bagaje muy mezclado. Ahí empecé a leer un poco de todo y se modificó un poco mi escritura, porque yo venía escribiendo poesía y sobre todo canciones, porque escribía letras para bandas del barrio, había muchas bandas en Villa Celina y tenían temas del barrio. Eran como prototipos de lo que después iba a hacer en la escritura pero mucho más lírico, tanguero. Cuando llego a la facultad, Borges era el modelo a seguir. Yo recién entraba y tenía pañuelito, jardinero, era un pibe de barrio. Tenía ganas de escribir y empecé a armar cuentos borgeanos pésimos, un peor que el otro, con palabras y temas rebuscados.
Alejo Vivacqua: Es muy común creer cuando uno arranca a escribir que la literatura es eso, algo complicado. Pasa bastante seguido.
Cristian Franco: ¿Vos llegaste a Letras porque ya tenías el mambo de la escritura, ya venías escribiendo de antes?
Incardona: Me gustaba leer. Viste que en Letras no es una carrera donde escribís. De hecho muchos escritores se quejan de que Letras les termina generando una frustración. A mí no me pasó, al contrario. A mí me motivó, y tengo mucho que agradecerle a la Universidad porque me formé ahí. No sólo las materias, los proyectos, la revista El Interpretador… Fue fundamental. Pero yo lo leía mal a Borges, no es que pobre Borges tenía la culpa, sino que bueno, mi versión de la Enciclopedia Británica era el Ver Para Saber por fascículos del quiosco. Y aparte toda esa idea de que la literatura tiene que ser sobre temas solemnes, rebuscados, era mi primera lectura mala de Borges.
Cristian Franco: Veníamos pensando hasta qué punto a vos en realidad lo que te interesa es usar tu experiencia de Villa Celina como base para en realidad construir otro universo, que está pisando Villa Celina pero que es otra cosa. No querés mostrar Villa Celina, sino lo que vos imaginás de ese lugar, la representación, más que la representación de esa geografía.
Incardona: Para mí Villa Celina terminó siendo una herramienta para contar algo mayor. Creo que hay múltiples ejemplos de novelas y distintos autores en distintos países que están ubicadas muy precisamente en un lugar, una región, una zona. La idea de zona me gustaba ya desde El Campito, pensar una zona donde entraban distintas cosas. No era tanto el lugar recortado, sino una zona temporal, espacial, experiencial.
Sebastián Rodríguez Mora: Vale la aclaración: muchas de esas experiencias están puestas en un tiempo bastante particular, a medio camino entre la vuelta de la democracia y no, por lo menos eso en Villa Celina.
Incardona: Sí se mantiene lo autobiográfico en que las historias tienen un anclaje temporal que no va más atrás de 1982, cuando yo tenía once años, y no pasa de 2001. Sin embargo, tanto en El Campito como en Las Estrellas Federales y en cierta medida en Rock Barrial, hay muchos saltos temporales a tiempos que tienen mayor alcance. Con respecto a lo que decías del costumbrismo y eso, creo que me pasó sobre todo cuando sale Villa Celina, porque el periodismo cultural necesita etiquetar. Y quizás no tiene el desarrollo que se da en la facultad, de poder trabajar un libro en profundidad, uno tiene que reseñar en muy pocos caracteres y dar cuenta de un libro; en realidad es un problema pero bueno, parte del género es vender los libros, etc. Medio que ahí se da a veces, para los autores, cierta incomodidad, porque es como que un libro es muchas cosas, y de pronto querer aniquilar o explicar un libro en el neoperonismo / el costumbrismo barrial / el rock chabón o lo que sea, es claramente insuficiente. Después cuando yo continúo con los demás libros, todo eso fue quedando de lado y las lecturas ya empezaron a ser otras, porque aparte del realismo de Villa Celina ya hay lugar para la literatura fantástica y a la ciencia ficción, que son géneros que se alejan bastante de la idea del costumbrismo. Y lo último que quiero agregar con eso: incluso en Villa Celina no está el relato de la costumbre, de lo que pasa todos los días; cada relato es un hecho fuera de lo común. Rompe la costumbre, porque está el día que viene el Hombre Gato, el día que explotan todos los calefones…
Ayelén Cisneros: El día ese yo lo recordaba. Yo vivo en Villa Celina y recuerdo el día en que explotaron todos los calefones, y nunca lo hubiese imaginado relatado de ese modo. Se puede tomar de eso y puede contarse casi cualquier cosa. Nosotros estábamos pensando en algo cercano al realismo mágico para pensar en Villa Celina: cosas que están dentro de lo normal pero de golpe se vuelven raras y dentro de la historia a nadie le parece tan raro lo que pasa.
Incardona: La verdad que yo fui viajando con la escritura. No es que tenía un plan preciso cuando empecé Villa Celina. Mis compañeros de El Interpretador me escuchaban contar anécdotas del barrio, yo escribía los cuentos borgeanos solemnes con vendedores ambulantes que vendían los panchos con vehemencia, esos problemas de registro. Me decían dejate de joder y escribí de tu barrio. El primer cuento fue “Los reyes magos peronistas”, que es una anécdota real de una vez que me disfrazo de rey mago para una unidad básica, se rompe el camión y entramos en carro de botellero en Las Achiras, una villa atrás del Mercado Central. El segundo fue “El Hombre Gato”, del que recién veíamos la noticia que había salido en Crónica. Es cierto que todo eso tiene algo de realismo mágico, de una realidad que supera la ficción. Uno puede leer artículos de García Márquez o alguno de esos autores que tienen esa propuesta estética; pero no es que yo buscaba eso, es que me parece que la cultura popular y la geografía particular de ciertas zonas del conurbano bonaerense, a medias urbana y a medias rural, arman un sincretismo mágico. Hay una respuesta social a la Naturaleza: mucho potrero, río, campo y mucha gente viviendo en monoblocks, barrios o villas. Y de repente se da una cosa muy loca con gente que viene de todos lados porque el Conurbano es muy babélico, es un conventillo. Hay paraguayos, bolivianos, tanos, gallegos, santiagueños, cordobeses. Se hablan todas las lenguas y chocan todas las experiencias y ahí, en ese lugar a cuadras de la General Paz, entre monoblocks y villas, teníamos la zona de oscuridad, donde como en el imaginario de la Provincia, estaban la luz mala, el lobizón, por ejemplo.
SRM: Casi en la frontera, no es la frontera misma al estilo borgeano, pero están cerca de lo que entendemos por frontera. Y ahí entra una cosa que el narrador dice: “uno se para donde nació”.
Incardona: Es una cita de “Los Rabiosos”, un cuento de Villa Celina. Está enmarcada en el cuento, pero también hay una intención, sobre todo en los primeros libros: vieron que aparecen mucho los nombres de las calles, algo que algunos me lo criticaban. Me parece que ahí hay un intento por marcar el universo, primero fundarlo. Y después con eso resuelto, en los libros siguientes ya hay cosas que están como dadas por los libros precedentes. Pero era como literaturizar algo virgen, en una zona que por más que era la mía, para la literatura era nueva. No había mucho Conurbano en nuestra literatura salvo contados ejemplos y de un modo más raro, lateral. Tenemos Flores robadas en los jardines de Quilmes de Asís y Lanús de Olguín. Pero después la generación a la que pertenezco empezó a escribir mucho sobre el Conurbano: Leandro Ávalos Blacha, Germán Maggiori, Mariana Enríquez, Gabriela Cabezón Cámara, Leo Oyola por supuesto. Somos un montón, y fijate que la mayoría se fue corriendo del realismo, la mayoría buscó abordar ese objeto tan exhuberante que es el Conurbano desde los géneros: el policial negro, el terror, el gótico. Algo pasó que la mímesis y el anecdotario terminan siendo herramientas escasas para representar esa zona. Me gusta el tema de la frontera, porque nuestra literatura viene con ese mambo desde el siglo XIX.
SRM: Yo noté que esto de ponerle zonas y fronteras al barrio es un poco lo que pasaba con Echeverría en El matadero, que todo el tiempo intenta poner coto a esa zona donde está el matadero para definir hasta dónde llega y a partir de dónde empieza la ciudad.
Incardona: En realidad, lo que pasa es que la tradición de El matadero es la que se cuenta desde el centro y ve la periferia como una excursión que generalmente representa, desde el siglo XIX, el drama de la inseguridad. Porque básicamente al unitario, cuando cruza la General Paz de su tiempo, lo quieren matar y violar. Siempre hay una representación negativa de la barbarie, el que vive en el Conurbano de cada época es un ser peligroso. Cuando yo empecé con los cuentos de Villa Celina, mis compañeros quedaban fascinados porque para ellos era como Excursión a los indios ranqueles pero del otro lado de la General Paz. Entonces tenía algo del exotismo cercano que garpaba, pero para mí era narrar con voz propia un lugar que conocía, y ya no era la periferia como fruto de una excursión porque yo era de ahí. Sin embargo, en otros libros como El campito o Las Estrellas Federales, hay viajes y generalmente no son hacia el Centro, la Capital, sino hacia el interior de la Provincia, que es como el lugar mítico o el espacio de la Naturaleza rural, el que rodea los cascos urbanos.
AC: Te pregunto por autores nuevos, jóvenes. ¿Encontrás algunas cosas en común? Vos los leés. ¿Qué te parecen los sub 30 o 40?
Incardona: Leo muchísimo a autores jóvenes. Ya con El Interpretador no paraba de leer. El año pasado hice un ciclo en Eterna Cadencia -o fue este año, ya ni me acuerdo- que se llamó Acontecimiento y había un montón de autores jóvenes. Conozco a muchos chicos muy talentosos que están en el circuito de la poesía oral. He leído manuscritos increíbles. En los talleres también he conocido mucha gente. Si me tengo que poner a enumerar es interminable. Creo que la literatura argentina vive un momento excelente, está lleno de autores en todas las edades escribiendo muy bien. Lleno de escritoras buenísimas, las narradoras la rompen, escritoras bárbaras desde las más legitimadas tipo Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Gabriela Cabezón Cámara o Selva Almada, hasta chicas que están arrancando y que está buenísimo lo que hacen. Leí unos capítulos de una novela de Tamara Tenembaum que me parecieron espectaculares. También hay un montón de pibes que están escribiendo y que tienen su propio mundo y es genial. Cuántos autores jóvenes pasaron por Zona Futuro en estos seis años, un montón, cantidades de producciones distintas. Y les digo, porque todo es muy porteñocéntrico, Dios atiende en todos lados pero atiende en Buenos Aires: yo por laburo anduve mucho por el país con la Conabip, mucho por las provincias. Hay mucho under en esas ciudades o pueblos donde hay gente que escribe y que a veces les cuesta mucho estar acá, que una editorial los vea. Internet un poco acerca, pero en las provincias se está produciendo un montón, y cosas buenísimas.
Edición de episodio: Fernando Baigorria.
Equipamiento técnico: Matías G. Fernández, Gastón Iachini y Jorge Noro.