Partícipe de tres bandas que supieron fustigar el orden sonoro del nuevo milenio, Jack White saca Blunderbuss, su primer disco solista entre la mansedumbre compositiva y  la suciedad innata de su guitarra.

Por Pablo Méndez

Jugar con las palabras asume cierta responsabilidad. Y si el azar nos apura podríamos disparar algunas con cierta frescura, sin la intervención de una razón rectora. Es decir, si alguien esputa el nombre propio Jack White, el lúdico devenir nos acorrala en una secuencia de asociación libre que (des)ordena vocablos en nuestra cabeza. Así enumero sin ningún criterio una lista inmediata desde las fauses de mi incosciente: terciopelo áspero, silencio expectante, blues rabioso, ruido sistemático…

Un intento de recorrer el tráfico musical de Jack White inevitablemente nos hace perdurar en una máxima con cierto rigor metafórico: este individuo suda música. Al igual que Alex Turner, aún cuando una comparación resulte estéril, este artesano musical trasciende la lógica y se inmiscuye en el riesgo constante. Despúes de crear una de las bandas que ensalzó el verosímil rockero del nuevo milenio, de aportar su genio a las huestes de The Raconteurs, de formar una banda como The Dead Weather donde debió compartir protagonismo y de las intrascendentes colaboraciones en la industria del cine, aún le sobrevino la necesidad de un disco solista.

Terciopelo áspero: a lo largo de este trabajo uno desintegra cualquier preconcepto, si bien uno puede manifestarse bajo la presión de una escucha que no advierte ningún cambio en la actitud musical, con una prevalencia del oído, uno se acomoda a los pincelazos sutiles que se le imprimen a cada canción. “Love Interrumption”, “Blunderbuss”, “Hypocritical Kiss”, “Hip (Eponymous) Poor Boy” despiertan un antagonismo que oscila entre la caricia sonora y el grito declamatorio. La garganta de White ruda y quebrada se mantiene sobre pianos que sostienen la melodía. Mientras que “I Guess I Should Go To Sleep” y “On and On and On” se convierten en los temas del disco que no desconocen una correspondencia directa con los cuatro de Liverpool.

Silencio expectante: hay cierto denominador común dentro de quienes trabajan en el arduo campo de la reflexión musical, y es cómo el silencio en ocaciones sustenta un riff de guitarra, un corte de batería o una línea de bajo. El ejemplo más claro es AC/DC: ese lapso de tiempo inerte entre nota y nota hace de un fragmento de canción algo que potencia las partes de una progresión rockera. Esto fue algo muy característico de Jack White desde sus comienzos con los White Stripes, reavivar la guitarra eléctrica a partir de una triada de notas potentes y lascerantes. “Sixteen Saltines” tiene la intro que quedará adherida a la memoria reciente de cualquiera que lo escuche; “Freedom at 21” hace lo propio sin menguar potencia y precisión.

Blues rabioso: “Weep themselves to sleep” es la mejor referencia de como una banda tendría que sonar por haber mamado a Zeppellin, con acordes infinitos y cierta apología a la voz de Plant. “I’m Shakin” demuestra como las raíces bluseras más tradionales son tamizadas por la furia del garage. “Trash Tongue Talker”, sobre la base de piano que acostumbra el rock básico se enmarca toda la canción, montada sobre la voz ajada de White y un bajo tonal que marca el tranco rítmico.

Ruido sistemático: Tanto el tema que da incio como el que culmina el álbum (los melómanos seguimos utilizando este término por puro románticos nomás) son resabios de la patología musical de White en sus anteriores trabajos en equipo. “Missing Pieces” y “Take Me With You When You Go” se propulsan como las estelas ruidosas que alguna vez supimos escuchar en la guitarra filosa y monocorde de Mr. Jack.

Siempre es bueno citar una frase para finalizar una reseña, no solo nos ahorra el tan temido final creativo que no aparece, sino que a veces en las letras/la voz de otro encontramos las palabras adecuadas para mitigar tanto fluir conceptual desmedido. Algunas vez le preguntaron a Hendrix porqué había prendido fuego su guitarra y el contestó que fue un sacrificio, que se sacrifica lo que más se ama. Claramente Jack White sacrifica cada canción para ver renacer una nueva.//z

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