En la novela que le valió un Premio Nobel, el escritor portugués nos deja ver en un mundo de ciegos, lo peor del ser humano.
Por Julieta Redondo
Entre los habitantes de una ciudad sin nombre, de un país también anónimo, comienza a propagarse una ceguera epidémica. El primero en quedarse sin vista es un hombre que está en su auto, detenido frente a un semáforo en rojo. Perplejo, el conductor permanece inmóvil sin saber qué hacer. Luego de pensar una y mil cosas, decide pedirle ayuda a un transeúnte para que lo lleve a su casa, donde lo esperaba su mujer.
Angustiados, sin entrar en razón, ambos deciden que lo mejor sería acudir a un profesional. Ya dentro del consultorio y luego de interminables conjeturas irresueltas, el médico no logra detectar daño alguno en los ojos del hombre. Sin embargo, horas después, se comienza a propagar el caos: los últimos pacientes que vio el oftalmólogo luego del primer contagiado, incluido él, también pierden la vista súbitamente. La patología, rápida e ineludible, envuelve a todos bajo los efectos de una ceguera blanca; a todos menos a la mujer del primer ciego, en apariencia inmune.
Los casos se multiplican. Cuando el asunto llega a oídos de las autoridades, se empieza por tomar medidas drásticas: para evitar que la ceguera tenga un alcance desmedido, los enfermos serían aislados en un psiquiátrico abandonado. Uno a uno, los ciegos son retirados con brusquedad de sus hogares y subidos a camiones del ejército, que los transportan al centro de reclusión. La estrategia del gobierno consiste en sitiar en un viejo edificio a hombres y mujeres infectados, evitando así que la epidemia se propague.
Mientras tanto, la mujer del primer ciego finge no ver, para ser llevada junto a su marido. Adentro del centro, la situación es de una incertidumbre generalizada: nadie sabe si la enfermedad tiene cura, cuánto tiempo pasarán en cuarentena ni cómo se las arreglarán para seguir viviendo sin ayuda de los videntes. Con el tiempo, la vida en el psiquiátrico se torna desesperante. El lugar está en pésimo estado, las camas no alcanzan, la comida escasea y, para empeorar las cosas, no paran de llegar contingentes de nuevos ciegos.
Como era de esperar, pronto se van creando tensiones entre los internados. El ansia de supervivencia hace que las personas se organicen y comiencen a formar bandos, lo cual también supone que algunas personas ejercerán control sobre otras. Las humillaciones se suceden y el someterse pasa a ser la cualidad del más débil. Sin embargo, el ciego cuenta con el invaluable respaldo de su mujer, quien aún conserva la vista. Juntos, existiendo en un mundo anómico, deberán rebuscárselas y pelear por lo que consideran propio, empezando por su dignidad.
Saramago asombra porque lleva a niveles realistas sus relatos de ficción. Tanto la construcción de los personajes como la elaboración de situaciones hipotéticas con consecuencias completamente creíbles, hacen de su obra una joya de la literatura contemporánea.
La historia fue llevada a la pantalla grande en 2006, dirigida por el brasileño Fernando Meirelles. Apareció con el nombre Blindness, y Ceguera o A ciegas en los países hispanos, siendo protagonizada por Julianne Moore y Mark Ruffalo. Como en la gran mayoría de los libros hechos película, la enorme riqueza del original no se ve plasmada en la pantalla.
José Saramago se consagró como escritor en 1998, tras recibir un premio Nobel de Literatura. Nacido en 1922 en Azinhaga, Portugal, es famoso mundialmente por su obra, que abarca desde poesía, relatos cortos, novelas, ensayos, hasta teatro. Entre sus novelas más populares también se encuentran Ensayo sobre la lucidez, Las intermitencias de la muerte y El Evangelio según Jesucristo.
El autor murió a causa de una leucemia el 18 de junio de 2010, en España, a los 87 años. Al momento de su partida, enfermo y mayor, llevaba escritas varias páginas de una siguiente ficción… Un verdadero incansable de las letras.