Siete participantes del Encuentro Nacional de Mujeres que se realizó el fin de semana largo del 12 al 15 de octubre en la ciudad de Trelew, provincia de Chubut, cuentan su experiencia.

Fotos por Alma HolovatuckAlejandra Morasano

Paz Azcárate – Periodista

Cuando en septiembre de este año Infobae le preguntó a Lucrecia Martel si se consideraba feminista, ella respondió que le daba vergüenza presentarse de ese modo. Explicó que prefería denominarse profeminista porque no había hecho el camino intelectual, concreto y trabajoso de una activista, pero que consideraba que el movimiento era un faro para cualquier persona a la que le interesara pensar sobre el poder y las desigualdades. Con una humildad que me pareció honesta, Lucrecia Martel sugería en esa entrevista -titulada con la provocación que manda el clicbaiting– que el feminismo era un saco que le quedaba demasiado grande. Por entonces me pareció una declaración sensata, incluso una idea con la que yo misma podía llegar a identificarme. ¿Puede una presentarse ante el mundo como feminista, visitando lecturas de género de forma ocasional, sin estar organizada, siendo apenas una espectadora de las primeras filas del asunto? En esa lógica, es verdad, el feminismo es un saco que nos queda grande a todas.

Volví a pensar en Martel cuando el domingo pasado, en uno de los talleres del Encuentro Nacional de Mujeres, una señora de unos sesenta años se presentó de esta manera: “Hola, es la primera vez que vengo al Encuentro, no sé si soy feminista pero vivo en esta ciudad y me preocupa la forma en que nos tratan a las mujeres en muchos ámbitos. Por eso vine”. Volví a pensar también en la cantidad de mujeres que conozco adentro del closet del feminismo, probándose el saco, ajustándole botones, reforzando las costuras. De este comentario para nada premeditado e incluso previo a que terminaran las presentaciones (dedicadas a deslizar nombre y una pequeña bio) derivó una de las discusiones más interesantes que escuché durante todo el Encuentro, quizás extensa para recuperar con justicia en este texto, pero que puede resumirse en la necesidad de desandar la idea de “la revolución de las hijas” que ajusta el saco a un talle muy chiquito y que hace sombra a las generaciones de mujeres que, con muchas menos herramientas y más solas de lo que una “hija rebelde” hoy puede estar, se plantaron cada vez que tuvieron una oportunidad. Como debe haberlo hecho esta trelewense durante toda su vida, y como lo hizo este año en el que, sin considerarse feminista, se metió a discutir sobre lo que considera injusto con otras treinta mujeres desconocidas.

 

Noli – Estudiante de psicología (UBA)

Exponerme en caracteres, pienso, es una idea peligrosa, compleja y tentadora. Es mi primer encuentro con el Encuentro. Sí, tiempo presente porque tengo la esperanza de que los rastros vívidos que tatuó en mi piel incorpórea sean eternos y actuales, como se sienten en este momento. Mi primer Encuentro en que me encuentro. Muchos años de análisis, de psicología y de terapias para superar las marcas de un pasado que se actualiza marginándome con el rechazo y el temor a ser (yo). Y sin embargo, un fin de semana de re-Encuentro logró despertar en mí toda esa vida que de costumbres conservadoras y sociedad patriarcal yacía petrificada en un armario a medio abrir. No es que no haya declarado a lo social mi nombre, es que para mí nombrarme siempre fue una tarea para nada fácil. No es simple dejar de odiarte cuando no aprendiste a amarte. Tampoco es fácil dar rienda suelta a tu voz desquebrajada cuando en cada acto de rebeldía recibías un acallante “sermón” amurallado.

Cuando tu cuerpo grita lo que tu garganta calla y tu deseo sólo te ruega cantar. Los dedos índices levantados de la moral y una cobardía haciéndote morir en la soledad. ¿Qué fue/es para mí el Encuentro? Un “Ya no tenemos miedo porque estamos juntas”. Que sepan que volvieron las brujas. Ese espectro de todo lo que se supone que está mal, al margen de lo social. Un reencuentro con “la fiesta, la alegría, el carnaval” que tantos años de gobierno militarizado nos fue robando (¿y, por qué no, borrando?). Con eso que tan rechazado era para mí y que, justamente, me hace ser. Ya no como víctima, hija de un padre golpeador, de una madre que exige moralidad y religión. Ya no como hermana de tu golpeador, de tu perseguidor. De esas hermanas que repiten incesantemente esas nocivas figuras masculinas mentirosas, empobrecidas, violentas, misóginas; machistas. Encuentro que en su duración me permite resurgir de mis cenizas con hermosas flores rojas, más fuerte y con bravura para levantarme y luchar junto a mi her-manada. ¿Qué es el Encuentro para mí? La descubierta y tan ansiada llave que me permitió liberar las lágrimas de mi empatía, los gritos carnavalescos, esa sororidad tan nombrada por las feministas. Una velada verdad paralela que permitió ver a mi alrededor para serme, liberarme, vivirme, reconocerme y sentirme lo que soy: MUJER.

Daniela Camezzana – Periodista, investigadora y artista

Reunidas en la mesa del living comedor cada una cuenta desde dónde llegó a Trelew. Después del desayuno, tres emprenden la partida y las que se quedan van a recorrer la costa en busca de torta galesa. “Pará, yo te conozco de antes”, le dice L. a la que está parada, y se abrazan. Es la primera vez en tres días que nos vemos. Dormimos juntas en un departamento prestado por alguien cercano a la organización. Para recibir a 60 mil, se abrieron las escuelas y muchas cedieron hasta sus camas.

Después de mi compañera de silla, respondo en qué taller estuve y comparamos con la que está enfrente cómo a diferencia del año pasado en este se abrió la discusión sobre responsabilidad afectiva. Ella viene del delta y participa de una movida en defensa de los humedales. Busco el dato de unas pibas que se organizaron en Puerto San Julián, ahí donde “el feminismo no existía”.

De fondo se escucha el video de la ovación que eligió a La Plata como próxima sede. Dos son de la ciudad y arrancan con la reserva de lugares. “Bancame que cierro el posteo”, dice una que cuelga una publicación en repudio a la represión de la noche anterior y pidiendo que se investiguen los ataques a las compañeras. Todavía no nos fuimos pero ya arrancamos a trabajar en la edición que viene del Encuentro. Sabiendo que nos tenemos y que sumamos nuevas alianzas para la movida.

Rocío Criado – Periodista

Niñas, adolescentes y mujeres adultas se unieron en un mismo grito en Trelew. El viento chubutense fundió un encuentro federal, en donde mujeres de distintas clases sociales, edades e ideologías se congregaron para que la sociedad entienda que el feminismo lucha por lograr la justicia social.

Liliana y Ariana tienen algo en común: las dos transitaron por su primer Encuentro. La primera con sesenta y siete años, la segunda con trece. Ariana viajó junto a su mamá y su hermana, cuenta que fue a apoyar el aborto legal y que en el camino se cruzó con sus profesores. Liliana se emociona al explicar que son las chicas como Ariana la que la cargan de energía y confía en que “el futuro y la transformación hacia un mundo mejor viene de las manos de las mujeres”. Ximena y su hijo también experimentaron juntos su primer encuentro. Ella espera que el día de mañana él lo recuerde como una experiencia inolvidable.

Chubut se viste de trabajadoras, luchadoras, madres, hermanas, hijas. De la vecina de al lado, de grupos de amigas, de militantes. Todas cuentan sus experiencias, cómo el ajuste afecta más a las mujeres, el bajo techo para acceder a cargos de poder, describen una desigualdad que acompaña cada paso. Estas mujeres intercambian sus historias para colaborar en la tarea de desandar las prácticas machistas.  La información se trasforma en una herramienta de poder para poner en duda lo establecido y construir una sociedad más igualitaria.

Susana forma parte de la CTEP y aprovecha los debates para trasladar esa información a la villa donde viva en Rosario, Santa Fe, donde muchas de esas mujeres no tienen la posibilidad de asistir al Encuentro. Se apropia de esos conocimientos para explicar la importancia de luchar contra la feminización de la pobreza. Los talleres viajen miles de kilómetros y la palabra se democratiza. El Encuentro se vuelve de todxs.

Ana Solari – Escritora

Fue mi tercer encuentro de mujeres. Soy porteña y tengo veinte. Viajé con mi mejor amiga, habíamos sacado los pasajes muchos meses antes y googleado el mapa de las ciudades de Chubut. Sabíamos que Trelew es pequeña y este año la ola verde arrasó, que seríamos muchas como siempre pero este año muchas serían nuevas. La manija nos rebalsaba.

Llegamos unos días antes y el mar de Puerto Madryn nos recibió. Seríamos tantas que allí fue en dónde más cerca de Trelew conseguimos alojamiento. Del jueves al sábado se fue llenando de a poco la ciudad de grupas de mujeres con pañuelos verdes, algunos naranjas, caminando por las calles, en las mesas de los cafés, metiendo las patas en el agua salada.

El viernes viajamos a Trelew una hora en micro a inscribirnos. Fuimos las primeras: habíamos llegado al mediodía y las acreditaciones empezaban a la tarde. Preguntamos y nos dijeron que aún no, que era muy temprano. Entonces nos fuimos y no habíamos llegado a caminar media cuadra que nos llamaba corriendo una mujer de la Comisión Organizadora para decirnos que si esperábamos un ratito nos inscribían, que de dónde veníamos, que ¡uia!, fuimos las primeras en inscribirnos, que posen ahí que les sacamos una foto con la bolsita de la inscripción. Fue una bienvenida muy cálida, las feministas chubutenses reían mucho y se veían ansiosas de recibirnos.

Los micros de otras mujeres ya estaban llegando a la Plaza Centenario, que se iba llenando. Con mi amiga recorrimos un poco la ciudad para ver dónde podíamos prender un porro tranquilas. La plaza principal siempre suele ser un lugar seguro anti yuta, pero el ENM aún no estaba lleno para cuidarnos. Encontramos otra plaza y nos llamó la atención que estuviera vallada, porque en la segunda plaza central de la ciudad elegida suele ser el Festi Torta. Al lado de la plaza, una iglesia y la municipalidad estaban cercadas con maderas grandes. En la otra esquina había un local del Portal de Belén, también resguardado para resistir una batalla campal, o nuestra barbarie.

Llegó el sábado: como no llegábamos a los micros gratis por quedarnos dormidas, caminamos hasta la terminal.  La mujer del mostrador de la empresa nos dijo que los micros gratis salían todo el día, que no había servicio normal durante el ENM, y que fuéramos a la esquina donde salían. Caminamos en manada hasta allí y, con nosotras, gente de Trelew que necesitaba tomar el micro para ir trabajar a la ciudad vecina. Estaban molestes por la desorganización. Mientras esperábamos en la esquina-parada una señora nos preguntó adónde íbamos y le contamos del Encuentro, la invitamos a venir. Nos saludó con un beso y nos dijo que quizás iba el domingo.

Una hora de viaje, y el chofer quiso dejarnos en el estadio de la apertura, que acababa de terminar. Estábamos a 8km. de Trelew por ruta. Un mar de miles de mujeres caminaba saliendo del estadio, había muchos micros de grupas y el nuestro nos quería dejar ahí. Así que lo tomamos: “No se baja ninguna”, dijo una mujer de atrás mío. “Yo hablo con el chofer, que nos deje en Trelew”, “Yo sé manejar si él no quiere”, carcajadas de brujas, “Hay seis lugares libres, ¡subamos a esas señoras!”. El micro se llenó y al chofer resignado no le quedó otra que llevarnos a la ciudad. El corazón se me infló de ver cómo nos organizamos, consensuamos, accionamos. ¿Qué es el matriarcado?

El primer taller al que fuimos con mi amiga fue “Mujer y relaciones de pareja”. Teníamos muchas ganas de hablar de amor libre. Muchas hablaron de sus experiencias con parejas, sus conclusiones y sensaciones. Éramos de diferentes edades y observamos los mismos patrones de machirulos atravesando todas las generaciones. Hablamos de amor romántico. Y de la culpa. De los celos, qué son, cómo manejarlos, qué hacer con ellos. Una contó que su novio le enseñó el feminismo, que él usaba el pañuelo antes que ella. Otras le acotaron sororamente. Saqué el tema del poliamor y me contaron que ya había una subcomisión sobre eso, pero otras me pidieron que me quede en ese taller, que ellas también querían saber de qué se trataba. Les conté lo que había averiguado en internet y mis pequeñas experiencias. Todas crecimos un poco.

La plaza estaba llenísima de mujeres, feria por doquier, una milonga por allí y una radio abierta por allá. Busqué a mi mamá, que vive en Córdoba y no la veo mucho. Ella viajó con las artesanas de Rio Cuarto. Nos fumamos un porro juntas y me contó que ella no llevó porque en el viaje en micro había muchos controles. Que las pararon varias veces hasta que decidieron sacar los pañuelos verdes de las ventanillas, y ahí no las pararon más. Mamá fue a la marcha por los travesticidios, mi amiga y yo a la Feria Gastronómica. Habíamos planeado ensaladita tranqui pero empoderarse da hambre, así que comimos mucho, y todo estaba muy rico.

A la noche fuimos al Festi Torta. Nos costó entrar. Este año fue en un gimnasio cerrado y, aunque había lugar adentro, las que organizaban nos dejaban entrar muy de a poco, por miedo a que se llenara mucho. Adentro hacía calor, nos fuimos sacando los abrigos hasta quedar en tetas. Las bandas me encantaban y todas bailaban libres, con movimientos que no dudaban en si le pifiaban al paso hegemónico. En el escenario, en un momento, extendieron una bandera gigante, “Nos queremos plurinacional”. Hubo ovación. Bailamos un rato en la ronda de mi mamá, le puse glitter y la ayudé a atarse la bandera arcoíris en la espalda. Después fuimos al pogo de adelante de todo. Cada año que voy a ese pogo me reafirmo que es inigualable. Saltar todas juntas en tetas, al ritmo de una banda de punk, reírnos y sentir la energía. No hay ningún macho que te empuje sin importarle, no hay ningún macho que te acose o agarre tus tetas libres. ¿Qué es el matriarcado?

A medianoche avisaron por el micrófono que se estaba por ir el último micro a Madryn y corrimos como Cenicienta a su calabaza. El micro lo perdimos, que el último ya había salido hacía horas, nos informaron, pero una grupa que también iba a Madryn en su propio micro tenía lugar y nos llevó.

El domingo madrugamos y fuimos directamente al taller de poliamor. No había en este tanta diversidad de relaciones, las que hablamos éramos todas pakis. Nos preocupamos por la falta de disidencias en ese taller. Debatimos mucho sobre la responsabilidad afectiva. Todas estábamos con discursos y problemáticas relacionadas con la culpa, hasta que una dijo que basta de estar en el lugar de cuidadoras. Siempre estamos cuidando del otre, de no romperle el corazón o no ilusionarlo demás. ¿Y nosotras qué? ¿Quién piensa en mi deseo? ¡Y qué difícil para las pakis conseguir un chongo no machirulo! ¿Deberíamos exigir que estén a la altura de nuestra deconstrucción? Ellos están a años luz de nuestra deconstrucción, compañera. Y qué hacemos entonces, no somos educadoras, de dónde saco la paciencia. Hacete torta, la vida es corta. Carcajadas de brujas.

En la tercera instancia de talleres, fuimos a “Mujer y sexualidad”. Ya no había debate sino que todas juntas escribían las conclusiones del taller. Increíble. Me flasheó cómo consensuaban cada palabra. “Bajemos del pedestal a la penetración”, propuso una compañera, en base a lo debatido antes. Discutimos cada verbo, cada adjetivo. Ese punto terminó quedando: “Desacralizamos la penetración y la cultura falocéntrica”. Sí, “desacralizamos”, así de específicas. Hablamos de cuerpas, también. Cuando salimos del taller fuimos a otra escuela, al baño. Oí mientras hacía fila, en un patio gigante, cómo cerraban las conclusiones del taller de transexualidad y no binaries. Eran muchísimes y debatían qué nombre pedir para el ENM. “Plurinacional”, seguro. “De Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans”. “Somos muches, ¿y si votamos?” “No, chiques, ni da votar”, consensuaron. ¿Qué es el matriarcado?

En la plaza nos preparamos para la marcha. Salimos de la escuela y nos encontramos con más amigas, muchas en su primer Encuentro. Nos pusimos glitter, fumamos en rondita. Hablamos de los talleres. Se nos acercaban chicas cada tanto y compartimos brillitos, algunas secas, y más experiencias. Varías de mis amigas habían viajado con la agrupación en la que milito, pero yo había decidido viajar de forma independiente (me hace ruido la manera patriarcal de los partidos de manejarse en las marchas y en los viajes, de coartar el libre albedrío de una en pos de la seguridad). Ellas se fueron antes para encolumnarse con la agrupación.

Con dos amigas marchamos rotando por varias columnas, la que más nos gustó fue la que estaban las banderas de los pueblos originarios. Ahí la vi a Sara Hebe y me agarró la cholula: le sonreí. La marcha era larguísima. Cada tanto gritábamos “bajen las banderas” y las banderas bajaban y se podía ver hacia atrás lo inmensas que éramos. Con cada calle en subida mirábamos de nuevo y nos volvíamos a emocionar. ¿Y el canto que más me emocionó? “Somos las hijas de todas las wichis que nunca pudieron quemar”, así, desde abajo, todas agachadas y cada vez más alto, más altas. Con gritos de indiecita al final.

Me crucé a mamá en la marcha y estaba indignada: la habían sacado de su columna de siempre por estar con una lata de birra. “Quien te regula el goce te domina, hija. Yo solo me quiero tomar una birra en la marcha, en este ritual hermoso, fumarme un porro, ¿quiénes son ellas para regular mi goce?” Nos reímos, la abracé.

En un momento la marcha pasó por la iglesia, a la mitad del recorrido. Unas chicas encapuchadas, con una bandera que decía “resistencia no es terrorismo” y el símbolo mapuche, se treparon al cartel que decía el nombre de la parroquia, y lo zamarrearon hasta que cayó. Debían ser feministas de la zona, se habían empoderado con todas nosotras y se sacaron las ganas de agitársela a la iglesia represora. Muchas empezaron a gritar “noooo” desde la marcha. Las columnas de los partidos acordonaron como si las peligrosas fueran las mapuches y avanzaban rápido. Luego las encapuchadas sacaron aerosoles y pintaron varias frases. Yo me detuve en una: “Abortá a tu partido”. Me brillaron los ojos. Se me prendió fuego el pecho. Traté de seguirlas con la vista hasta que la marcha dio la vuelta y llegó a la plaza vallada. Ellas empezaron a sacar los palos de las vallas y prendieron una fogata en la calle, como todos los años. Con cada palo que llevaban a la fogata todas aullábamos. Mi vieja también estaba ahí. Era estratégico: no querían prender fuego la iglesia. Querían tirar las rejas de la valla porque si había represión esa calle era una trampa. Estaban abriendo la plaza para poder correr por ahí si se pudría. Había un dron filmando y mamá me dijo que me tapara la cara con el pañuelo, que me cuidara. Las columnas iban rápido y nos miraban mal. Ellas eran muchas y nos dejaban solas, pocas. Vi a las mujeres saltando y bailando alrededor del fuego, quise correr con ellas a unirme pero escuché piedrazos. Unes encapuchades (estoy casi segura que eran infiltrados) comenzaron a tirar piedras a la municipalidad y vimos policías moviéndose en el techo de la iglesia. “Corré”, dijo mi mamá y salimos todas a los piques. A los pocos segundos empezamos a escuchar las balas. Sentí mucha adrenalina. Tuve miedo por mis compañeras que estaban más atrás y también ganas de prenderles fuego todo. A la yuta y a los machitos que después cagaron a golpes a las pibas. Seguí avanzando en la marcha y, como la peña se había cancelado por la represión, volvimos a Madryn.

Al día siguiente caminamos por la playa de Madryn y estaba llena de mensajes. “Plurinacional”, gigante. “Será Ley”, “Aborto legal”, “Poder feminista”. Yo escribí “Quien te regula el goce te domina. Empoderate”.

Candela Patania y Malena Smietniansky – Estudiantes de psicología (UBA)

Lo que generó el encuentro entre las pibas es que se generen debates constantes más allá de los talleres. Nosotras viajamos con la expectativa y con mil preguntas y volvimos con mil preguntas más que nos hacen cuestionarnos nuestra manera de vincularnos con el mundo y con nosotras mismas.

Sentimos que se formó un ambiente de hermandad, compañerismo y sororidad  que nos permitió humanizar al otre y entenderlo con sus propios deseos, sueños, ponerse en el lugar del otro y a partir de ahí crear vínculos más sinceros y sanos.

La sociedad piensa que el feminismo como tal es algo puramente generacional y la verdad es que no. Nos atraviesa a todes como sociedad. Con esto nos referimos a que no es una lucha exclusivamente de las mujeres jóvenes, ya que es en vano deconstruirnos individualmente si no viene acompañado de un cambio social profundo y de un cuestionamiento por parte de los varones y de un estado que garantice. No es algo generacional sino que atraviesa a nuestras abuelas, madres e hijas. En la marcha se vio reflejado en las niñas/adolescentes alzando el pañuelo verde por la IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo) con una mirada cómplice y comunicando un “mirá, yo soy de un lugar súper humilde a donde no llega la información, Trelew, y estoy acá, sé lo que se siente, formo parte de esta lucha.” Las mujeres somos doblemente oprimidas no solo por el hecho de la “condición” de ser mujer sino por ser mujeres obreras y trabajadoras, que en casos extremos nos lleva a la marginalidad.

Trelew es una ciudad marginal, donde caminás un par de cuadras y te das cuenta de la miseria y la falta de información y salud. Notás al estado ausente. La gente nos observaba incrédulos como si fuésemos el mejor espectáculo que tuvieron en sus vidas.

La marcha se dio en cuarenta y cinco cuadras que rodearon la periferia de la ciudad. Fue súper emocionante ver a la gente tomando mate en la vereda aplaudiéndonos, filmándonos, fue todo un evento mirarnos entre nosotras y sentir la complicidad de compañera, tener la libertad de ponernos en tetas y sentirnos cuidadas hermanadas y en manada. Ahí es cuando culmina todo el sentido de un Encuentro Nacional. No tendría sentido que todo quedara concentrado en Buenos Aires.

El feminismo es un giro hacia la izquierda. Esto quiere decir que no se puede abolir el patriarcado sin abolir el capitalismo ya que son funcionales entre sí. Un claro ejemplo es la iglesia y el estado. Al sistema no le conviene que nos revolucionemos y que cuestionemos.  Este año el ENM debería haber sido en CABA, porque es el centro de la fuerza política.

Nosotras fuimos a los talleres de: mujeres y relaciones de pareja, mujeres y sexualidad, mujeres y anti imperialismo, mujeres y políticas sobre nuestras cuerpas, mujeres y activismo gorde.

En el taller de relaciones de pareja se cuestionó cómo nos vinculamos con los otres. Se planteó la deconstrucción del amor romántico, de la monogamia heteronormativa, el poli amor, las relaciones abiertas y responsabilidad afectiva con el otro y con uno mismo. La humanización del otro como un ser con sus propios deseos, el cual no nos pertenece. No somos dueños de nadie. Al humanizar a la otra persona nos permitimos en el feminismo dejar de vernos entre las mujeres como objetos de competencia. La masturbación femenina como un acto de amor propio, la deconstrucción del placer femenino como dependiente del hombre. Entender que la deconstrucción es un proceso, que no es cómoda y que duele.

En el taller de sexualidad se transmitió mucho esto de dejar de culparnos por sentir, no sentir, desear o no desear. Priorizarnos a nosotras mismas y valorarnos con nuestros propios deseos. No somos una maquina de cumplir con las expectativas del otro en el sexo y en la vida o lo que esté establecido que debe ser así.

Son días muy intensos, tanto emocional como físicamente. Te moviliza sentimentalmente el ambiente de lucha  que se siente en todo el cuerpo.  Un cuerpo que viajó 24 horas, durmiendo dos horas por noche para llegar a los talleres y comiendo sánguches de arvejas tres días seguidos.

Es una experiencia increíble, súper recomendable. Todas deberíamos participar porque realmente te nutre y te abre la cabeza para replantearte un montón de cosas. No se lo pierdan. Parte de la deconstrucción es dejar de temerle a lo nuevo y animarse. Que siga la lucha por todas nosotras y las que vendrán.

Elisa Sánchez – Periodista

Del Encuentro volví sin el pañuelo. Se lo di a una nena que vivía cerca de la Catedral de Trelew. Estaba en el techo de su casa agitando una toalla de un verde que se parecía más al verde de un queso crema dietético que al del aborto legal. Me trepé a la ventana de la casa y le extendí mi mano con el trapo. Me dijo “gracias” con un tono que pensé que estaba reservado para cuando se recibe un juguete.

Lloré. Una nena de seis años en el culo del mundo sospecha que hay algo en un trapo verde que va a liberarla. Lo escuchó de una tía, de una abuela, de su mamá. De alguna manera, lo presiente. No lo vio en la tele. De alguna manera, lo sabe.

Lloré. Una piba de treinta y un años de la ciudad más ególatra del país se vuelve a su casa con la certeza de que, aunque les senadores no quieran escuchar y aunque la Iglesia siga metida en nuestras camas por un tiempo más, será ley. Porque ahora estamos juntas y ahora sí que nos ven. //∆z

Producción periodística: Pablo Díaz Marenghi