Con La primera exploración, Temporada de Tormentas logra consolidarse como uno de los grupos más interesantes de la nueva escena. Una placa destinada a quedar entre lo mejor del año.

Por Claudio Kobelt

Primero, el despegue. Las etapas de preparación, los tripulantes ajustando los dispositivos, las pantallas brillantes del centro de mando, la llama explosiva que todo lo impulsa, el instante dorado en que el gran cigarro de metal se aleja del mundo y cruza el cielo, la separación de módulos, y hasta el final con los astronautas bailando en la ausencia de gravedad. La primera exploración, el nuevo disco de Temporada de Tormentas (Fuego Amigo Discos– 2015), es el diario sonoro de la navegación espacial mental, aquella que desde nuestra percepción vivimos guiados por esas canciones movilizadoras que proyectan ante nosotros una película fantástica, resonante y conmovedora, porque ese audio-viaje también conmueve en sus múltiples matices y posibilidades, en los paisajes cósmicos que pinta, y en la tangible realidad que una nueva y sorprendente música nacional es posible.

Quizás sea la lectura más repetida la de relacionar el espacio sideral con el krautrock fervoroso de Temporada de Tormentas, pero estamos ante un grupo que alimenta esa conexión con los nombres y las tapas de sus discos (como en el caso del arte de este último álbum, magistralmente realizado por Nacho Flores), con la forma de titular sus canciones, y con algunas de las frases gritadas en medio de los temas. Y claro, no podemos dejar de mencionar el elemento más importante, ese eco atmosférico, ese sonido que reverbera creando un ambiente desconocido y magnético, esas melodías extrañas -por momentos dulces y por otros violentas- ajenas de este mundo, dueñas de una grandilocuencia vertiginosa, como la banda de sonido para un documental sobre la destrucción de la galaxia y su eterna resurrección.

La primera exploración asombra, entre otras cosas, por su capacidad de descripción sin palabras –o muy pocas-de un mundo fantástico y sin límites, sin fronteras, como el espacio mismo. Pero este disco no solo recorre y relata con vehemencia los universos posibles, el sistema sobre nuestras cabezas, sino que crea nuevos mundos, cincela horizontes y erige momentos por obra y gracia de ese ritmo trepidante y una envolvente y mágica distorsión.

La contundente labor de las tres guitarras implicadas (Ignacio Castillo, Fernando Vega y Claus Hesse) es vital para la eficacia del sonido de Temporada de Tormentas, ya que son las que golpean como una bola gigante de energía directo al pecho, pero que también se detienen en el microdetalle, creando instantes de una sensibilidad instrumental única y una belleza irrepetible. Es preciso prestarle reiteradas escuchas a esta placa, ya que solo así se podrán apreciar las diferentes capas, texturas y niveles que trabaja cada una de las guitarras, cómo se diferencian, se unen y se complementan para lograr tales pasajes. Julieta Limia en el bajo lleva adelante la difícil tarea de correr y cambiar de marcha, acelerar y mantener la calma, todo con justa precisión, mientras la batería de Luis Zunino galopa, golpea, quiebra y potencia cada rugido escupido por esa intensa bestia sonora. Y en el medio de todo eso, las letras, sentencias furiosas, frases disparadas con impulso catártico que relatan microhistorias y diálogos que pueden tener tanto lugar en la plaza de la vuelta como en la cantina de Jabba The Hutt, pero siempre iluminadas por el espíritu omnipresente de la camaradería y la amistad.

Temporada de Tormentas es krautrock pero también es espíritu punk. Es cosmos a la vez que es barrio, e indagación y detalle al mismo tiempo que es bardo y caos. Es la mezcla justa entre Go-Neko! y Bestia Bebé, entre el shoegaze y el hardcore romántico, entre 2001 – A Space Odyssey y 25 Watts. Es Carl Sagan paseando por Haedo mientras toma una birra y ve estallar el sol.

Claro está que en este viaje astral y sensorial el oyente debe poner todo de si, asumir el riesgo, abrazar el ruido y saborear la experimentación. Esta es música que exige un compromiso, que no está para ser consumida y desechada con la facilidad de un hit del verano, del mismo modo que tampoco será olvidada con esa misma rapidez. Esta es música que impacta, sacude y transporta, deja huellas y transforma. Este disco es una cosmonave sin frenos, Temporada de Tormentas es su rabioso e imparable motor, y nosotros, los pasajeros de ese bondi interestelar. Solo cabe ponerse a escuchar, ajustarse los cinturones de seguridad y entonces sí, al infinito y más allá.//z