La autopista corre del océano hasta el amanecer, el tercer disco de Valle de Muñecas, contribuye 10 nuevas canciones del mismo pop guitarrero aparecido en el debut del grupo, Días de suerte, pero formando un paquete que resulta más elaborado, con un puñado de canciones que confirman a la banda como una de las más importantes del indie local.
Por Emmanuel Patrone
Para los que están leyendo esto y el nombre “Valle de Muñecas” sólo le remite a la película de 1967 con Sharon Tate o, si uno es más perversito, a Beyond the Valley of the Dolls del maestro del sexploitation Russ Meyer, habrá que contarles que en este caso nos estamos refiriendo a la banda que por estos días lidera Mariano Esaín, más reconocido como “Manza” por sus amigos y por los que no son tanto, un tipo que viene trazando su destino en el cosmos independiente argentino desde ya casi 20 años, formando parte de aquella rareza que fue Martes Menta (la mejor banda de Madchester argentino), pasando por Menos que Cero, siendo un tercio de ese PorSuiGieco del indie nacional que es Flopa Manza Minimal y el hombre detrás de las consolas produciendo obras de Les Mentettes, Mataplantas y muchos otros más.
El debut de Valle de Muñecas, Días de suerte, encajaba en el rótulo de lo que la prensa musical llama “power pop”, un género que tiene como estandartes a bandas de culto legendarias como el Big Star de Alex Chilton (QEPD) y descendientes de la talla de Weezer, Teenage Fanclub y The New Pornographers. Guitarras crudas al frente, canciones con espíritu pop deudoras de la década de los 60’s en Inglaterra y letras que se presumen íntimas con una pizca de misterio. A ese debut le siguió Folk, una clase de addendum en formato mayormente acústico con versiones despojadas de composiciones de Días de suerte. Terminada esta presentación más digna de una gacetilla de prensa que de una reseña (sí, no viene mal indicar las propias limitaciones de vez en cuando), es hora de presentar de qué va La autopista corre del océano hasta el amanecer.
“La autopista… es el mejor disco que hayamos hecho, juntos o por separado”, señala el mismo cuarteto. Aunque tal declaración de autosatisfacción es rematada por un prudente “sí, todos los músicos decimos lo mismo”, es claro al terminar de escuchar la decena de canciones que componen a este tercer álbum fueron concebidas con paciencia y afán perfeccionista. A grandes rasgos, en lo que se refiere a lo estrictamente musical, no existen cambios fundamentales con respecto a Días de suerte. El inoxidable combo pop-rock de guitarra-guitarra-bajo-batería continúa siendo el que se encarga de impulsar a las melodías, que llevan la imprenta cancionera británica de hace casi 50 años. Hecha esta salvedad, La autopista… es indudablemente un trabajo más texturado, más denso en detalles que sus antecesores.
La factura sigue siendo directa. Versos y estribillos organizados en tres minutos, tal vez algún solo metido en el medio y no mucho más. Pero allí donde debería sonar apenas dos guitarras acompañan una o más creando climas, se suma un teclado a la fiesta y el bajo le roba protagonismo a las violas. Y no hace falta bucear profundamente el disco para encontrar esas pinceladas peculiares. Ya el tema inicial, “La soledad no es una herida”, carga con esas características, al mismo tiempo que exhibe otra particularidad de La autopista…: por supuesto, el componente lírico.
Si escapar no parece la peor solución a los problemas en el primer track, en las siguientes canciones dominan las referencias climáticas para describir estados del alma (muestras: “Todas las ventanas de la casa están abiertas para que circule como brisa tu presencia” en la canción de amor metereológica “Gotas en la frente”; “Mapas”, donde se habla de una lluvia que borra cicatrices; y una canción llamada “Ni un diluvio más”), apariciones de ese monstruo llamado “ansiedad” (“Cuentos para no dormir”, canción co-escrita por Flopa Lestani y una de las mejores de la placa) y una metáfora del mundo del fichín que proclama la decisión de no desaprovechar oportunidades (“Game Over”).
Y una oportunidad que no debe desperdiciar Valle de Muñecas es justamente la que da este disco de título largo y enigmático (un verso de “La soledad no es una herida”), este puñado de canciones sencillas pero que pueden sobrevivir el replay obsesivo, que ubican o, mejor dicho, mantienen al grupo como un peso pesado en el mundillo indie de la tierra del dulce de leche.
AZ recomienda: “La soledad no es una herida”, “Gotas en la frente”, “Cuentos para no dormir”, “Ni un diluvio más”.