La segunda jornada del Festipulenta volumen 23 dejó toneladas de melodías pop, distorsión noise y odas al amor desparramadas por los muros del Matienzo. Delirio juvenil, mitos vivientes y cantantes con valor

 Por Pablo Díaz Marenghi
Fotos de Jesica Giacobbe

Cajones de cerveza arrastrándose por el suelo cual caracoles gigantes. Amigos que se encuentran y se desencuentran entre las melodías románticas de Antolín en formato acústico, el vértigo con tintes a la Epumer del dúo femenino Panorámica y las odas a la adolescencia rioplatense de Carmen Sandiego. La jornada número 2 del Festipulenta volumen 23 comienza cual antesala de lo que vendría: un torrente melódico que no tendría fin hasta entrada la madrugada. Una conjunción de bandas jóvenes consagradas en la nueva escena independiente -como los 107 Faunos- y mitos vivientes con más de 20 años de trayectoria -como Bochatón o Paoletti- cuyos discos forjaron los cimientos de los sonidos más versátiles de los últimos años. Lo viejo y lo nuevo. Lo clásico que jamás envejece. La nocturnidad que se funde en el rock canción. Un río electrificado por melodías sanadoras cuyos afluentes se nutren del noise, el kraut y el lo fi.

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De remera negra -como casi siempre- José, voz líder de Los Sub, dirige la batuta de una de las bandas más intensas del circuito emergente actual. El primer plato fuerte de la noche en el Matienzo llega con este grupo de ya más de diez años de trayectoria, cambios de formación de por medio y un último disco –Confiá (2013)-  que determinó su solidez. El amor prima en sus letras -“No tengas miedo” es uno de sus estandartes, una promesa romántica susurrada en formato noise– junto con imágenes oníricas, paisajes surrealistas y evocaciones muy visuales, “Desaparecer” combina olas, volcanes, huracanes, relatos apocalípticos y escenas urbanas. “Toco la bata”, ya un hit de la banda, provoca que todos los presentes muevan sus cabezas descontrolados y se entreguen al fervor Sub. El cierre con “Hippies”, bien al palo con mucha distorsión, reverb y un bajo latoso que orquesta el desbande, es la frutilla del postre. Lo prolijamente desprolijo del sonido Sub marca el primer hito de la noche pulenta.

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Mientras algunos curioseaban en la feria editorial —ya una marca registrada del Festi—otros renovaban la cerveza en sus ecovasos o se amontonaban bien cerca del escenario para no perderse ni un segundo de lo que se vendría: Adrían Cayetano Paoletti, aquel que lideraba la mítica banda Copiloto Pilato a principios de los noventa, el oriundo de Monte Grande erigido casi en una figura mitológica, de culto, por sus seguidores, sale al escenario de prolija camisa negra manga corta y con su guitarra eléctrica lista para diagramar arreglos minimalistas y eclécticos. Haciendo un repaso por todos sus discos solistas -y en orden cronológico- desfilaron clásicos como “Perfil” y “Un día de sol y lluvia” de su disco debut Paciencia (1995) en donde Paoletti entreteje la realidad de mundos posibles cargados de poesía y un aura bien postpunk, cuasi Joy Division por momentos, que confluye con lo más atractivo del pop y el noise. A veces el público poguea, hace mosh y agita los brazos embravecidos. De pronto se calman, como fieras sedadas por dardos que Paoletti dispara sin anestesia, y se dejan llevar por su música. “Dicen que el cielo es lo más grande que hay y nosotros vamos a comprobarlo” entona Paoletti para luego pasar a “Percance” y “Sueño Eterno”, de su álbum  En la ruta del árbol en busca de la canción perfecta (1998). Junto a Los Impares, su banda, el cantautor corona su setlist con temas de su álbum más reciente –Los mandos no responden, aumentaré la potencia al máximo (2014)- en donde su voz encandila y dibuja paisajes. “La mujer pájaro” y “Los inmóviles” dejan al público con una sonrisa y una expresión incrédula de muchos que no pueden creer lo que escuchan. Paoletti, aquel que les enseñó que no todo era lo mismo en el rock. Un loco grita “¡Tocá paz, tocá paz!” -el track 5 de En la ruta-  y Adrián le retruca: “¡Dejame en paz!”. El reloj marca casi la 1 y aún faltaba mucho más sonido pulenta por escuchar.

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Si de mitos vivientes hablamos, de héroes inoxidables del rock y la canción, que decir de Francisco Bochatón. Aquél líder de Peligrosos Gorriones, banda que le dio un cimbronazo al rock vernáculo tal como todos lo conocíamos y potenció el Nuevo Rock o Rock Sónico. Por primera vez en el Festipulenta, Francisco aparece con una sonrisa imborrable, de remera gris y con su Fender azulada colgando para repasar sus más grandes éxitos. Hits como “22.33”, “Gaviota” o “Sábado” provocan el delirio del público. Músicos, como Tifa y Nica Rex de Los Reyes del Falsete, cantan a los gritos las canciones de su ídolo y se invierten los roles: ellos esta vez abajo vitoreando a su cantautor favorito. “Libera”, una canción de cuna en formato pop, es cantada por todos y cada uno de los presente con la afinación agudísima en “campo verde” incluida. Bochatón es pura solidez, es amor por la música y la canción; un torrente sanguíneo cuyas venas y arterias están repletas de poesía, del pop más noise y del noise más pop. “Mundo de acción, propaga el corazón, la musical mañana” canta Bochatón y su corazón se abre completo, se muestra tal cual es y expone todo su universo romántico y multifacético. Al igual que Paoletti minutos atrás, Bochatón también supo marcar a fuego a toda una generación, la emoción era palpable en el ambiente, y su presencia en el escenario pulenta era casi un gesto político. “La vuelta entera” fue uno de los momentos más rockeros de su performance en donde el pogo, mosh y slam se encarnaban en el auditorio mientras Bochatón cantaba casi cara a cara con el público, deformando su rostro hasta el extremo y balanceando su viola mientras el Matienzo vibraba con sus melodías. Párrafo aparte para Fernando Kabusacki, guitarrista y fiel compañero de Francisco, quien orquestaba desde las sombras hasta el más mínimo arreglo. Sobriedad y distinción.

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Las 3 y nadie se quiere ir. Los 107 Faunos suben al escenario y todos se acercan, conozcan o no las letras, amen u odien a esta banda platense comandado por Mora y los hermanos Sisti Ripoll,  porque saben que Faunos es igual a fiesta: fiesta de melodías retromaníacas, obsesiones compulsivas, paisajes platenses y odas a la ternura sin fin. “Ley de los hermanos” y su in crescendo enquilombado, enredado y distorsionado, acopla al público pulenta en una madeja indescifrable de brazos, piernas y un mosh bien compacto. Esa oda a la inocencia, al verano eterno y a los abrazos inocentes que sólo los Faunos pueden propulsar. “Camarón gigante N° 8”, “Pequeña honduras” y el gran hit gran: “Pretemporada” provocan la locura absoluta, el éxtasis hecho canción. Encienden la mecha de una explosión de sonrisas, patadas y codazos. Eslabones de carne, huesos y tripas. Una cadena lubricada con el indiepopnoiseplatense inclasificable made in Faunos. “John Henry” y su “saltás con el A, disparás con el B”, “Días dorados” y su “Hoy voy a volver a leer a Panchito” inconfundible, único y psicodélicamente habitual. El Gato agradece a la organización, saluda a los asistentes pulentas y elogia a Bochatón y Paoletti: “Ellos fueron a contramano de la historia. Cantantes y letristas con valor”. Muchos dirán que desafinan, que replican fórmulas foráneas o que sus letras no se entienden. Seguramente esos muchos nunca vieron a los 107 Faunos en vivo. Ese valor, que el Gato rescata, permanece, impoluto, en cada escenario que estas bandas y trovadores de la distorsión pisan en busca de la canción perfecta. El Festipulenta ruge de nuevo. Quien quiera oír, que oiga.//z

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