Emiliano Scaricaciottoli: “Escribo porque necesito intervenir mi presente
Pauta 2021

Emiliano Scaricaciottoli escribió su primera novela desde las entrañas. En Fundidor (Barnacle, 2020), se vale de un lenguaje visceral para ponerle el cuerpo a su escritura y dialogar con lo que denomina la literatura de lo expuesto.

Por Carlos Noro

Fundidor (Barnacle, 2020) es la primera novela de Emiliano Scaricaciottolli. Allí apuesta a una escritura, compleja, visceral, cruda y violenta para representar buena parte de la historia argentina reciente en un universo onírico y febril, donde el heavy metal se hace carne y hueso para contar verdades.

ArteZeta: En el sentido del título aparecen varias dimensiones. La del protagonista que parece tener el “oficio de fundir” a todo lo que lo rodea, pero también puede ser que ese mismo entorno que lo rodea sea el que termina fundiéndolo a él. ¿Dónde lo ubicas?

Emiliano Scaricaciottoli: En todos esos planos. En el plano militante, político, partidario, por un lado. En el plano afectivo, seguramente por la recurrencia a intentar romper con el arquetipo “dama” y todo lo que involucra a lo lunar o familiar. En lo sentimental, por la frustración, las huidas y las pérdidas. El personaje es una esvástica, una runa mayor: depende para dónde gire, destruye o construye. Lo más ostensible en el relato es observar la destrucción. Yo le agregaría un contexto de significación. Porque no es un lumpen o un anarco fisura, hay una profundidad mística que lo supera, a él y a mí. Espero que supere al lector también. Porque en la literatura el que explica mucho, de alguna manera, pierde. Por eso elegí situarme en ese lugar.

AZ: La novela intenta meterse con algunos momentos clave de la historia argentina y realizar una especie de continuum. En la cabeza y en la vida del protagonista el último proceso Militar, el menemato, el 2001 y lo que viene posteriormente parecen tener un vínculo directo. ¿Cómo vinculaste narrativamente estas etapas y cómo te interpelan a vos?

ES: Estoy perfundido por la guerra. No concibo la vida si no es a través de una tensión permanente. Como decía Humberto Eco, si el enemigo no existe hay que construirlo. En ese sentido, la guerra mayúscula es contra la tibieza: la tibieza de leer (en general, hay honrosas excepciones, claro) al detenido desaparecido o al superviviente en su faz heroica; la tibieza de hallar una especie de maldad en el menemato porque es fácil, porque se puede escribir. Entonces, se banaliza. Todo se lee desde la espectacularización de la política o de lo político y no desde la guerra piquetera, o de los jubilados, o de los docentes. Aunque uno podría incluir el actor social que quiera. En este punto hablo de guerra, no de lucha.  Porque hablar de “lucha” es políticamente correcto. Se acepta. Yo viví el 2001 como una guerra. Atravesar los setentas, los noventas y llegar al 2001 con un aprendizaje estratégico en la novela y en mi escritura, en general, es capital. Tal vez solamente con el objetivo de conocer mejor a mi enemigo. Con eso soy feliz porque evito la tibieza, el ablande.

AZ: Podemos ubicar el texto dentro de lo que se considera una novela. Pero si se realiza una lectura profunda hay algo de ensayo, algo cuasi biográfico, algo de crónica. ¿Cómo armaste la arquitectura del texto para que finalmente terminara de conformarse?

ES: La arquitectura de un fantasma, que no es una frase mía: diste en la tecla. Creo que todo comienza con las muertes, con las pérdidas. Ahí hay un gesto que yo quiero levantar: el autor está presente. Muy presente. Pero vivimos en la clerecía y también se ha mitificado, como señala Rita Segato, la consigna de “lo personal es político”. Entonces, todo el ejercicio de lectura termina siendo una pericia. No, yo soy el autor y le pongo el cuerpo a esos cuerpos que se rompen en la novela. Por otro lado, está el aspecto de tesis o ensayístico que mencionás. Algo de esto decía Pablo Sierra en la presentación del libro en Escalera Roja. Considero que el ensayo es un estadio superior de todos los soportes existentes de escritura y de literatura. Siempre sostuve, por mis maestros y maestras en este laburo, que el ensayo, la crónica, lo autobiográfico (muy de moda ahora, para rescatar a un autor, a una obra muerta) funcionan como una cinta de Moebius. Yo no escribo por placer, para matar el tiempo. Escribo porque necesito intervenir en mi presente.

AZ: Desde el punto de vista narrativo elegís relatar la violencia con un lenguaje crudo que, incluso, sirve para describir a los personajes. ¿Por qué fue necesario que esos personajes dejen que fluyan esas dimensiones viscerales y por momentos grotescas?

ES: Porque es necesario que la lengua, la anatómica, sobre todo, tajee todo lo que se le cruce. El eufemismo, el reservorio moral, los premios, todo eso me importa una reverenda mierda. Detesto al sensitive reader que lee “puta”, se asusta y sale a comprar el pañuelito verde. ¿Viste la gran cantidad de pelotudos grandes con el pañuelito verde a ver si logran amenizar el horror que han ejecutado en algún momento de sus vidas? En mi literatura no hay pañuelitos, hay entrañas y mierda. Porque la mejor literatura que leí en mi vida fue la de lo expuesto. No la del club social.

AZ: En el final de la novela leemos que “el Lenguaje denota violencia” y que esa violencia no hay que controlarla. ¿Qué quiere decir esto en el contexto de la novela?

ES: Que hay una ética de la violencia necesaria para rehabilitar las grandes referencias. Yo adoro los grandes relatos y todos son crueles, despiadados. Muy a contramano del tiempo que me tocó vivir. Las grandes referencias, mis grandes maestros, tenían una ética de la violencia, eran cirujanos en su arte, en su terruño. Todo lo que sucede en torno a los argumentos bélicos de la novela merodean en una zona donde darse cuenta está prohibido. Cuando despertás te ordenás en una línea irreversible de violencia. Todo el exterior se siente amenazado. Como decía Walter Benjamin, el problema de fondo es para quiénes está vedada la violencia y quiénes tienen la potestad de su uso. Así de sencillito.

AZ: El texto se inscribe también en la tradición de lírica de la música pesada con la que reflexionas académicamente desde el Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino (GIIMHA). Los dos últimos capítulos “El deseo de destruir y matar” y “Un paraíso de dolor” a V8 y Los antiguos, respectivamente.  ¿Cómo impacta esto en tu escritura? ¿Considerás que quien conoce este universo tiene otro tipo de encuentro con la obra?

ES: Hay un recorrido sonoro en la obra que es insoslayable. Sí, el metal y el rock, como elemento identitario de una generación, están presentes y ocupan un espacio-tiempo de complicidad con el lector. También porque las escrituras de Iorio y Pato Larralde, encontré, entre muchas otras, por supuesto, mi propia voz. En todas mis escrituras, ensayísticas, crónicas literarias, narrativa, en todas hay una conexión con un sonido ilegible, inaudible, molesto, desterritorializado. Un sonido que viene de esas entrañas, de esa mierda. El redoblante de “Overkill” de Motorhead me explota la cabeza cada vez que la pulsión de escribir reaparece.//∆z