Crónica de otra jornada de música con la banda platense, que este año festeja las bodas de cristal junto a su público.
Por Juan Martín Nacinovich
Fotos por Nadia Guzmán
Tan solo unos años atrás, pensar a El mató a un policía motorizado haciendo un estadio parecía irrisorio. No por falta de calidad y entrega, está claro, sino más bien por el trato que reciben las bandas independientes en general. Sin embargo, los planetas se alinearon y, tras la salida de la mega producción La Síntesis O’Konor (2017), el salto a la masividad estaba a la vuelta de la esquina. De la mano de su tercer largo, los platenses condensaron su máximo caudal de fanáticos y los primeros planes de hacer su show más grande hasta la fecha estaban en movimiento. El Luna Park puso sus trabas debido al nombre del grupo (el Arzobispado de Buenos Aires representa legalmente al coloso del centro porteño); corría el rumor de que en Obras, que reabrió hace dos años después de un largo impasse, el sonido era bajo por algunas normativas de habilitación. Entonces, ¿dónde? A falta de lugares en la Capital, El mató volvió al cuadrado y, hace unos meses, pudo dar su primer concierto de estadio en el Club Atenas de La Plata. Finalmente, con la prueba de fuego superada, llegó el turno para porteños y aledaños en Tecnópolis.El punto de partida ya es un clásico con “El magnetismo”, una carta de amor a fuego lento enfrascada en poco más de un minuto y medio que sigue despertando las emociones más profundas. Es el comienzo del fin. Rápidamente se suceden “La cobra”, la lacrimógena “Día de los muertos” y “La noche eterna”, con su estribillo pegadizo que anuncia lo que vendrá: “Dame algo esta noche/ esta noche es especial”. Santiago Motorizado saluda al público por primera vez y lanza su bajo hacia adelante con gran envión, como una jabalina, y aparecen las primeras visuales mientras suena ese micromundo de corte motorik bautizado como “La sintesís O’Konor”, una delicada pieza instrumental compuesta por Niño Elefante.
Entre luces de tonos violáceos y una nube espesa de humo cuesta distinguirlos a la distancia, pero la música habla por todos ellos. En “Las luces” se destaca Pablo Mena, sexto integrante que se suma en los conciertos en vivo con percusión, congas, shakers y hasta teclas. La Síntesis… se sumerge en una pausa y El mató revisita su cancionero más antiguo. Mora Sánchez Viamonte de los 107 Faunos entra en escena como la única invitada de la noche para cantar la explosiva “Terrorismo en la copa del mundo”, del primer disco homónimo, un track que con el paso del tiempo conjugó una relectura en la lírica a propósito de la última dictadura militar. Reaparecen las visuales, esta vez con algunas estrellas en el fondo de la galaxia, y el bajo marca el pulso de “Navidad en los Santos”, mientras en “Amigo piedra” es Pantro Puto quien teje las primeras melodías. En “Sábado”, Chatrán Chatrán se cruza de brazos mientras la banda toca: ahí se divide un ya holgado repertorio de El mató. Sin el tecladista están menos arreglados, ligados a un nervio más punk. La Dinastia Scorpio (2012) es el punto de inflexión.“¿Están cantando en contra de Macri?”, pregunta Santiago con una mano en la oreja, hasta que replica: “Bueno, prosigan, por favor”, e inmediatamente, entre aplausos, se despachan con “Alguien que lo merece”. Uno de esos momentos de neta justicia divina. Primero con “Excálibur” y luego con “El mundo extraño”, Santiago Barrionuevo demuestra por qué es uno de los compositores más sensibles de la escena independiente. Durante “El fuego que hemos construido”, algunas parejas se funden en abrazos interminables y el Niño Elefante dispara uno de sus solos más memorables para dar por finalizado el grueso del show. Los músicos se van del escenario con una nota de teclado suspendida en un aire místico. Entre el público alguien exclama que “falta El tesoro, falta Guitarra comunista”; otra chica más osada pide por “Lenguas de fuego en el cielo”, una figurita difícil, más teniendo en cuenta que solo faltan los bises.“Madre”, lado B del último largo, rompe el suspenso del tramo final. Enseguida el fervor llega al límite de la mano de “Yoni B” y “Chica de oro”, el primer track con el que saltaron del anonimato a las ligas mayores, una suerte de creep platense. A contracara, “Fuego”, “El tesoro” y “Ahora imagino cosas” se encargan de relucir toda esa maquinaria sofisticada con la que contaron en el Sonic Ranch de Texas para grabar su disco más logrado. La muchedumbre vuelve a robarse el protagonismo con otro cántico, esta vez arengando por el “aborto legal en el hospital”. “Chica rutera” sigue siendo uno de esos hits para cantar a grito pelado hasta la disfonía. Y, como todo acaba, aterrizan las últimas dos del grueso setlist de treinta canciones: la emblemática “Mi próximo movimiento” y “Prenderte fuego”, con las que finaliza un show verdaderamente consagratorio, a la altura de las circunstancias. //∆z