Con el cierre estelar de Richard Coleman, la tercera fecha del Festival de Invierno organizado por el sello Geiser puso en escenario a la seguidilla de bandas en el programa de viernes: The Omelettes, Callate Mark, Cosmo, Huevo, Guillermo Beresñak, Ojas y Ministerio de Energía.
Por Sebastián Rodríguez Mora
Fotos de Nadia Guzman
Sobre el impecable escenario del auditorio principal de La Usina del Arte, la tercera jornada del Festival de Invierno se preparaba para un último show. Como un dragón chino, la fila del público que se acercó a Caffarena 1 en La Boca se enroscaba e invadía los pasillos y el hall de intrincado diseño del complejo cultural regenteado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Impecable, esa palabra de doble filo, todos la conocemos. Impecable la producción de Geiser, impecables las presentaciones de las bandas que fueron desfilando por el escenario secundario, igual de impecable que el auditorio pero a diferente escala. La noche enfriándose de a poco como una cubetera en el freezer, los stands de la feria que iban aprestándose para cerrar. Los acomodadores haciendo ingresar de a tandas a la gente, para tomar posición en las butacas maderizadas y cómodas, aún sin chicles pegoteados en el tapizado. Como decíamos, la consonancia es requisito: la prolijidad de The Omelettes allá por las 18 hs., seguida por los encamisados Callate Mark, Cosmo y su multitud de intérpretes, Huevo –quizás los más rusty vestimenta-, la facha incontestable de Guille Beresñak (todo pelambre y la mejor camperita del mundo mundial), el violín de Ojas, el premio al fino demodé para Ministerio de Energía. El Festival de Invierno se viste, se luce y se escucha impecable. En ese orden.
Richard Coleman salió con anteojos azules. Sus partenaires, un cuarteto de teclados, bajo, batería y Les Paul roja, en manos de un Gonzalo Córdoba disfrazado de Jarvis Cocker. “Como la música lenta”, primer corte de Incandescente –nuevo disco a días de presentarse- abrió y resumió el espíritu sonoro de la siguiente hora y algo. Hay una energía entre el pop y el rock exponiendo esta época de canciones-y-nada-más. Está la eficacia de la cadencia de acordes, armada como un rompecabezas que con el que se jugó toda la infancia. Brotan los arreglos sobrios y el obligatorio estribillo que repentinamente se sube a un banquito de gracia o de buen gusto. En términos futboleros, es el cabezazo de Palermo, montándose sobre los hombros del triste zaguero. Es falta y es gol. Es gol, desde acá compramos. Richard es, primero, fanático de los estribillos y además un magno compositor de estribillos. Salvando las distancias, ante esa facilidad beatle que Gustavo Cerati sufrió durante toda su carrera (la posibilidad de hacer magia con esas mismas estructuras canónicas de la música popular y occidental del siglo XX), el ex 7 Delfines absorbió la misma fuerza natural para su obra. Y no pasa por efectismo, quizás no directamente intencionado. La sobreexposición a uno de los grandes mitos guitarreros argentinos dejó en Richard una radioactividad que fosforea por momentos durante el show, pero no es aplastante ni alcanza el nivel de inconsciente banda tributo.
El setlist repasó en principio algunas de las nuevas canciones casi sin baches, montadas en la acústica excelente de uno de los mejores lugares para la música de esta ciudad. Hubo tiempo para otras, esas ochentosas de cuando Soda era un éxito radial adentro de sus sobretodos, y pequeños éxitos de los 90s. Otra vez, lo impecable que lo inunda todo. Los caminantes de la escena estamos extrañados, hay que aceptarlo; lo impecable es una noción negativa, es la falta de excedente, es la posibilidad de lo perfecto. Quien haya frecuentado Zaguán Sur entenderá de lo que hablamos. Pero por suerte lo ideal no existe, es ese horizonte que se corre, porque sí existen en el Festival de Invierno los pifies y desacoples, un comienzo en falso perpetrado por el mismo Coleman y la sensación de que el aire no estalla en deflagración a pesar de grandes canciones como “Corre la Voz” y “Jamás”, con sus reminiscencias finales a “London Calling” de The Clash. Quizás era la idea, quizás la medianía sea el concepto detrás de lo impecable. Personalicémoslo, asumamos su protagonismo: Impecable cerró la tercera jornada del Festival de Invierno en La Usina del Arte. Ése sería el titular, la placa roja en letras blancas.