Los seguidores de Blur no tienen de qué preocuparse: The Magic Whip, el primer álbum como cuarteto de la banda británica en dieciséis años, cumple con las expectativas y se posiciona como uno de los mejores de la discografía del grupo.

Por Emmanuel Patrone

El 2015 iba a ser un año tranquilo para la nación blurera. No se oteaban novedades demasiado trascendentes en el horizonte temporal más cercano. Damon Albarn siempre tiene algún proyecto revoloteando, así que él jamás es un problema. El guitarrista Graham Coxon podría regresar al estudio y preparar el sucesor de A+E (2012), su último disco solista. El bajista Alex James y el baterista David Rowntree continuarían al margen del pop, concentrándose en sus carreras manufacturando queso y entrometiéndose en los pasillos de la política británica respectivamente.

Iba a ser un año tranquilo, pero ya sabemos qué pasó. A finales del año pasado, Coxon se acordó de unas grabaciones que la banda hizo en 2013 en un sucucho caluroso en Hong Kong y llamó al productor Stephen Street (quien ya había trabajado en los discos más exitosos del cuarteto) para que le diera forma a esas zapadas garabateadas en cinco días en el Lejano Oriente. Luego el guitarrista le mostró el resultado de esa laboriosa faena a Albarn, éste decidió que lo que escuchó era lo suficientemente bueno para volver a Hong Kong a buscar inspiración para sus letras y unos pocos meses más tarde tuvieron en sus manos The Magic Whip, el octavo disco de estudio de la banda y el primero con Coxon desde 13 (1999).

En algunos seguidores pudo haber surgido una pregunta incómoda, considerando la historia detrás de la génesis del nuevo disco: si se creó a partir de ideas amorfas grabadas lúdicamente, ¿significa que tendremos un álbum de canciones a medio cocinar, demos interesantes pero sin pies ni cabeza? Llevemos tranquilidad a la población de la nación blurera: The Magic Whip rompe con esos miedos y se posiciona como uno de los mejores trabajos de la discografía de la banda.

No sólo un milagro de la edición ni únicamente el resultado de la recuperada química del cuarteto después de cientos de shows alrededor del mundo: la principal virtud de The Magic Whip es su inesperada consistencia. A riesgo de ser apresurados, podemos sostener que este álbum es el primero de la carrera de Blur sin canciones de relleno. Aunque, eso sí, no necesariamente el mejor: el inoxidable Parklife (1994) sigue sosteniendo ese lugar, con su canción de relleno y todo (eso es “Lot 105”, después de todo). No es tampoco un disco con altibajos notables, como lo es otro de los discos considerados clásicos de la banda, The Great Escape (1995).

Sin embargo, lo más importante no es que The Magic Whip sea un disco consistentemente bueno, sino que sin duda suena como el mejor Blur. Y el mejor Blur siempre sonó a la tensión y/o armonía entre Albarn y Coxon, las dos patas creativas del grupo. Ese es el condimento que le faltó a Think Tank (2003), último disco de la banda y el único sin la presencia del guitarrista. En ese tándem entre tensión y armonía siempre salieron discos variados que apuntaban a muchos lados a la vez, con diversos resultados. Y allí otra particularidad de The Magic Whip: es consistente pero heterogéneo, en el que las influencias que acarrean tanto Albarn como Coxon dialogan en vez de discutir.

El primer track, “Lonesome Street”, rememora inmediatamente la época dorada del grupo: un riff de guitarra de acordes extraños, la voz pícara de Albarn, referencias a líneas de trenes londinenses y guiños sydbarretianos. Otros temas también presentan rasgos familiares. El primer corte de difusión, “Go Out”, recupera el nerviosismo distorsionado de 13; mientras que “I Broadcast” es un primo excéntrico de “Popscene”, aquel excelente single de 1992; y “Ong Ong” es el más populista del montón, con una estructura pop simple y un estribillo de “la la la” rápidamente memorable. Menos familiar resulta “Ghost Ship”, una inusitada perlita en clave de soul en la que Alex James demuestra que, cuando quiere, puede ser el bajista más funky de las islas británicas.

De todas formas, The Magic Whip es un álbum caracterizado principalmente por un ambiente claustrofóbico, potenciado por una producción austera que aún así no escatima en introducir detalles. Líricamente, Albarn continúa la línea temática de su trabajo solista Everyday Robots (2014), reflexionando sobre un mundo conectado que lleva consigo a la vez una sensación de extrañamiento. Y Hong Kong aparece reflejado como un summum de esa idea: una ciudad hiper moderna y populosa en la que uno es más anónimo que nunca. Musicalmente, se traslada a canciones como “New World Towers”, que si no fuese por las contribuciones de Coxon fácilmente podría ser confundido como un nuevo single de The Good, The Bad and The Queen (uno de los proyectos de Albarn); “Thought I Was a Spaceman” y “There Are Too Many of Us” y sus ansiosos in crescendos; y “Mirrorball”, una canción de amor en tiempos de Skype con el fondo musical de un spaghetti western (“Antes de desloguearte, quedáte cerca de mí”). Pero si hablamos de claustrofobia, es obligatorio mencionar al highlight “Pyongyang”, una postal onírica con un estribillo de grandilocuencia contenida.

Faltaría hablar de “My Terracotta Heart” y “Ice Cream Man”. La primera es la balada más preciosa del disco, en el que el Albarn expone su corazón sobre su relación con Coxon, mientras éste último hace a su guitarra lloriquear tímidamente. Entretanto, la segunda pasa de ser un chispeante lado B de Gorillaz a un tema folk con relámpagos digitales en pocos segundos.

Iba a ser un año tranquilo para la nación blurera. Pero no lo será y es mejor así. Tenemos nuevo disco de Blur. No sabemos qué lugar ocupará The Magic Whip en la historia de la banda, pero lo por lo pronto estas doce canciones mantendrán alegremente ocupados a los que aguardaban ansiosos un nuevo trabajo.//z

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