Publicado hace casi un siglo y traducido por primera vez al español este año, este ensayo narrativo indaga en la fascinación que desde siempre los gatos generaron en los seres humanos, desde su figura cercana a la espiritualidad en la antiguedad hasta su relación simbiótica con artistas y personajes solitarios.

Por Pablo Díaz Marenghi

Es posible imaginar que si Carl Van Vechten (Iowa 1880 – Nueva York, 1964) viviera hoy, sería una persona feliz. Porque los gatos gozan de cada vez más popularidad, desde referencias en la cultura pop hasta un culto desmesurado en redes sociales. Y porque su pasión por ellos lo llevó a investigar sus huellas en el folklore, la cultura popular, la música, la literatura, el teatro y en el ocultismo. Periodista, escritor y fotógrafo reconocido, Van Vechten intentó comprender sus rasgos y describir su carácter. Todo esto lo volcó en El tigre en la casa. Una historia cultural del gato, su ensayo gatuno publicado en 1920, traducido al español por Andrea Palet y editado recientemente por Sigilo.

El libro funciona como un sustento teórico para comprender el por qué de la fascinación por este animal y, casi con la misma intensidad, los motivos de los prejuicios que también giran en torno a ellos. Todo, adornado por las simpáticas ilustraciones de Krystopher Woods (Buenos Aires,  1989), con un estilo que oscila entre María Luque y Liniers. Van Vechten derriba mitos y enaltece la personalidad de los gatos, mascotas a medias, domesticados con reservas, que cautivaron durante siglos a artistas, brujas, magos y alquimistas y siguen engalanando las fotos de cualquier usuario promedio de Instagram.

Felis silvestris catus

El autor comienza por rebatir el prejuicio popular de que el gato es un animal arisco, antipático, traicionero. Explica algo que todo conocedor gatuno habrá percibido en relación a cómo estos han sido domesticados, a diferencia de sus enemigos íntimos, los perros. Estos últimos han forjado una relación de esclavitud con el ser humano, vínculo edulcorado por el eufemismo “el mejor amigo del hombre”. Los perros devinieron en criaturas sin hábitat natural, con un sentido de supervivencia limitado y absolutamente dependiente. Además, por su sentido innato de convivir en manada,  profesan una lealtad absoluta hacia sus dueños.

Van Vechten explica que los gatos son solitarios per se. Allí radica su supuesta antipatía. Esto sería, más bien, independencia pura y dura. “El gato es anarquista, mientras que el perro es socialista”, describe. Heredan en sus genes la cualidad de ser cazadores solitarios. Es por esto que, explica el autor, a lo largo de la historia se han acostumbrado a vivir con personas en clave de igualdad y no de dominación. No ofrecerán su amor de manera indiscriminada. Más bien, como un premio solo a quienes se lo merecen.

De noche, todos los gatos son pardos

El grueso del libro se encarga de diseccionar la figura del gato y analizarla en relación a diferentes esferas de la cultura humana. Con una rigurosidad documental extrema, digna de un historiador notable, Van Echten establece lazos entre los gatos y las distintas ramas del arte y la cultura popular. El gato fue, históricamente, una figura rodeada de misticismo. Es por eso que fue adoptado como mascota por alquimistas o personas que practicaban el ocultismo o algún tipo de magia.

Por ejemplo, cita una leyenda moscovita: “Lucifer asumió la forma de un ratón una vez que intentó volver al Paraíso, cuando el perro y el gato estaban de guardia en las puertas. El perro lo dejó entrar, pero el gato se abalanzó sobre el maligno y así desbarató otro atentado traicionero contra la felicidad humana”. Esta pequeña historia rusa, transmitida de forma oral, sirve como ejemplo para ilustrar otro de los objetivos que se translucen en este ensayo: enaltecer la inteligencia peculiar del gato. A veces tildado de autista o de menos inteligente que el perro por no poder aprender a traer ramas o a “dar la pata”, Van Vechten demuestra que si el gato no lo aprende no es porque no pueda hacerlo sino porque no quiere. Obstinado, terco y majestuoso, el gato prácticamente hace lo que le plazca con el ser humano, circula por su entorno como un igual y lo cautiva con su belleza aterciopelada.

Respecto al teatro, se detiene en ciertos mitos en torno a una supuesta mala suerte. Sobre la música, descubre la peculiaridad de los “conciertos de gatos”: los maullidos de los animales eran utilizados para producir ciertas sonoridades en espectáculos públicos del siglo XVII. Además, su ronroneo y musicalidad innata inspiró, explica Van Vechten, a ciertos compositores de música clásica. En la pintura los gatos nunca gozaron de un protagonismo exacerbado, pero funcionaron como adorno u ornamentación de innumerables obras de arte en distintos periodos.

En cuanto a la literatura rescata decenas de ejemplos de referencias gatunas en novelas y poesías, confirmando que el gato es el animal preferido de los escritores por excelencia, por su aura mística, su férrea compañía y su tierno rol como pisapapeles involuntario. Algo que también podría establecer un enlace con el presente, ya que es común ver infinidad de fotos de gatos en redes sociales acompañando momento de estudio o lectura, durmiendo encima de libros, papeles sueltos o hasta notebooks. Edgard Allan Poe, Alejandro Dumas y Mark Twain son solo algunos de los escritores que cita el autor como amantes de los felinos.

Otros ejemplos más cercanos podrían ser Ernest Hemingway (son célebres los gatos de seis dedos que viven en Florida y descienden de un ejemplar que el escritor tenía con esa malformación) o, en nuestro país, Julio Cortázar y Osvaldo Soriano. Van Vechten describe con belleza esta alianza entre gente que escribe y gatos: “A veces, el poeta ha absorbido esta superioridad gatuna y la ha exaltado, la ha perfumado con palabras exóticas, ha agitado el incienso de la frase grandiosa y la ha ungido con los santos óleos de la inspiración”.

Solo mis gatos me comprenden…

Es cierto que el apartado final del libro destila cierta misantropía. Escribe Van Vechten: “El ser humano se extinguirá; bruto, tonto, siempre luchando contra la naturaleza en lugar de aliarse con ella”.  También enaltece al gato por su cualidad de nómade, justiciero y libertario (“siempre libre, siempre independiente, siempre un anarquista que insiste en hacer valer sus derechos, cualquiera sea el costo”) y se encarga, en varios pasajes, de exponer que, si el ser humano prestara más atención al gato e imitara alguna de sus actitudes, sería una mejor especie. Se siente al mismo tiempo obnubilado y disminuido ante la majestuosidad de este animal, y, casi en el tono de una proclama antiespecista, y en un gesto de vanguardia para la época en que fue escrito el libro, empequeñece el rol que ocupa el humano en la naturaleza.

El Tigre en la Casa… amplía el conocimiento en torno al gato como especie animal pero también como figura de la cultura popular contemporánea. Brinda argumentos sólidos para comprender el por qué de la fascinación por este animal que pasó a ocupar un lugar central en la vidriera de las redes sociales. ¿Será por su innegable belleza física? ¿Por lo misterioso e impredecible de su comportamiento? ¿Por todo eso junto? Quizás lo supiera el poeta Charles Baudelaire (también citado en el libro) cuando, refiriéndose a su maullido, escribió: “He aquí su encanto y su secreto”. //∆z

el tigre

El tigre en la casa. Una historia cultural del gato, de Carl Van Vechten

Traducido por Andrea Palet

Sigilo

 328 páginas.