Faith No More demolió un Luna Park repleto el pasado domingo, haciendo gala de su brutalidad virtuosa. Crónica sobre mundos paralelos a bordo del monstruo mecánico de Mike Patton y compañía.
Por Joel Vargas
Foto de Tomás Correa Arce
Silencio absoluto. Oscuridad. Unos gritos esporádicos que se cuelan de a poquito. Ansiedad motora. Faith No More por quinta vez en Argentina. Rugidos. Los cinco, de impecable blanco y rodeados de flores, en un mundo alternativo son emperadores de una civilización perdida y no tienen piedad. En este tienen la capacidad de crear micromundos que te alteran radicalmente. Arrancaron con “Motherfucker” y cada partecita del Luna Park ardió. La excusa de la visita fue para presentar su primer disco nuevo en año: Sol Invictus, plagado de líricas oscurísimas y existencialistas con estribos mutantes.
En un mundo paralelo Mike Patton es un serial killer que se lava con su propia suciedad. En otro es un capitán demente que tiene a su cargo un transatlántico perdido en el Caribe. En otro es un espartano megalomaníaco. En este mundo, su gola omnipresente hace vibrar a las almas sensibles, en otros hace volar edificios, resquebraja la tierra con sus gritos desquiciados. Ante cada alarido de Patton el Luna Park repleto era una selva llena de bestias desencajadas que agitaban sus brazos/garras y piernas/patas al tiempo que sus rostros cambiaban de repente, se transformaban, se liberaban. “Be Agressive”, “Midlife Crisis”, “The Gentle Art Of Making Enemies”, “Digging the Grave” ejemplos del poder de este tipo, un domador de fieras que se aferra al micrófono como si fuera lo único que lo aferra a este universo.
El éxito de la banda radica en la construcción de una guerra invisible entre el sonido y la furia. Una furia que nace y muere en cada canción, y que viaja por el aire y se mete en el cuerpo. Billy Gould, el líder silencioso, erige una pared de graves ladrillo a ladrillo con su bajo y está secundado por Mike Bordin desde la bata. Roddy Bottum con sus teclados y carisma hace el revoque fino. Y Jon Hudson mete pinceladas con su viola. Son muy versátiles, apuestan por la hibridación de géneros: en “Ashes to Ashes” fueron desde la rabia extrema hasta un soul canchero.
La interacción con el público es clave en sus shows. Patton y Bottum, tipos histriónicos que logran una empatía instantánea, intercalaban frases en un castellano chicano entre tema y tema, se cebaban entre ellos, agitaban. La perlita de la noche fue Patton presentándolos como “el conjunto No Más Fe” y llamándose a sí mismo “Piñón Fijo”.
La lista repasó todas las épocas pero los highlights fueron: “Epic”, una canción desgarradora y confesional que es el claro ejemplo de que un cover puede ser mejor que la original, y “Evidence”, una de las mejores composiciones de los noventa, donde demuestran todo su potencial. El gran final fue con “We Care a Lot” donde cantaron: “it’s a dirty job but someone’s gotta do it / es un trabajo sucio pero alguien tiene que hacerlo”. Amén.//∆z