En esta recopilación de ensayos sobre música, el autor demuestra su lucidez como crítico tanto en lo estrictamente musical como en el contexto social.

Por Pablo Díaz Marenghi

El crítico musical peruano Julio Mendivil plantea el concepto de “Etnomusicología”. Dice que no hay que dejarle la tarea de analizar el contexto sociocultural a los antropólogos sino que hay que analizar texto y contexto. Es imposible escindir una pieza musical del entorno en donde fue forjada y dotada de significación. Esto es retomado por Diego Fischerman en este libro, editado por Debate -Random House- que reúne artículos publicados en la revista La Tempestad (México) y en el suplemento Radar, de Página 12.  Autor de Efecto Beethoven, Después de la Música y otros, es el ejemplo de crítico que aborda con la misma dedicación el estudio de toda manifestación popular, ya sea rock, blues, tango, folklore, jazz (con una evidente predilección por este último).

El sonido… es un muestrario de sus intereses y, también, de artistas que calaron hondo en el arte sonoro occidental. Su estilo consiste en intercalar anécdotas con historiografía, datos duros, impresiones personales bien argumentadas, descripción estética/técnica con referencias académicas o de otras obras. Eleva la vara de la crítica en tiempos de reseñas de discos que hablan más de qué le pasó al periodista con la obra que de la obra en sí. En “Interludio marino”, el autor describe “el cambio de paradigma que el Romanticismo instituyó en la valoración de la música”. El “arte sonoro” pasó a tener un valor artístico superior. En “El toque latinoamericano” reflexiona sobre el presente, donde todo está “a un click de distancia” y donde muchos artistas tratan de “ir hacia atrás para poder ir hacia adelante” y cita a Lila Downs, Liliana Herrero o Guillermo Klein como ejemplos de fusión entre ritmos y melodías de fuerte raigambre popular con lógicas pop industriales. Piensa cómo esto produce un interesante acercamiento de fanáticos advenedizos.

Aparecen notables semblanzas jazzeras, como la dedicada a Ornette Coleman, Billie Holliday, Dave Bruebeck, Charles Mingus, Paul Desmond, Chet Baker y Miles Davis. Hay lugar para el jazz nacional, en un extenso perfil del Gato Barbieri y para la música clásica, con Alberto Ginastera y la trascendencia de su obra Popul Vuh. Incluso para enaltecer a Enio Morricone y su particular estilo que refundó el sonido western trascendiendo a ese género y el “rescate” que hizo de él Quentin Tarantino. Otro homenajeado es Tom Waits, con un ensayo sobre su particular estilo de cantar que es descripto como “el grano en la voz”, una cita a Roland Barthes para salir del lugar común de la voz aguardentosa.

En el ensayo que da nombre al libro y en “Canon y variaciones” el autor arroja una serie de reflexiones interesantes respecto a cómo entender la música y cómo problematizarla. Allí dice que “La música, como en los sueños, se sitúa en ese mapa donde las palabras no alcanzan, donde  pueden hablar de los puntos de sutura pero no del fluir” y se mezclan reflexiones sobre el inconsciente, The Beatles, Pink Floyd, Julio de Caro, Chet Baker y Richard Wagner. Porque para Fischerman no existe distinción entre alta y baja cultura, sino que intenta discernir entre obras de arte sonoro destacadas, con sus reglas y gramáticas particulares. En “Canon…” disecciona el concepto de canon y sostiene que siempre “es político, en un sentido amplio”. Agrega: “El cuadro de honor refleja, además de los méritos de los incluidos, los gustos de la época en que fue pensado, los del grupo o persona particular que lo realizó, ideas más generales acerca de lo que el arte debe ser y, sobre todo, relaciones de poder”. Toda una declaración de principios etnomusicológica a la que cualquier amante de los rankings (y muchos periodistas haikus) deberían prestarle atención. No alcanza con limitarse a ver el texto musical, sino que es tanto o más importante observar el contexto sociocultural en el que fue producido, qué huellas de significación arrastra esa obra. Qué nos permite ver y conocer sobre ese mundo en donde fue construida, donde esas notas, compases y silencios se cristalizaron. De este modo, hace una crítica a cómo la Argentina ha cuidado su patrimonio musical académico (según el autor, de muy mala manera).

En sus textos, Fischerman define un método para hacer crítica (estrictamente musical, pero podría extrapolarse a otras áreas). Además, con una fuerte ligazón a la cultura popular (no dejan de ser artículos periodísticos y no papers académicos) no pierde la seriedad necesaria, sin caer en la solemnidad. Como ejemplos de su acercamiento a diversos géneros populares, hace un análisis pormenorizado del sonido de Pink Floyd y su identidad (la pesada herencia de Syd Barret, las continuidades y rupturas de David Gilmour). Piensa la importancia de The Who en el rock occidental y abre su corazón en una necrológica intimista de Luis Alberto Spinetta, con citas a varias entrevistas en donde “El Flaco” definía cómo entendía la creación artística.

No abundan los críticos musicales eruditos que, a la vez, no escriban desde un pedestal agitando el dedo índice contra toda música no dodecafónica o con distorsión. Uno puede pensar en Simon Reynolds como el paradigma del crítico musical contemporáneo que se nutre de la academia para embarrarse con la música popular y la cultura de masas. Fischerman es uno de esos críticos a los que hay que leer siempre que publican. Contagia la pasión por una buena obra a través de reflexiones argumentadas y no mediante una catarata de adjetivos. En sus artículos hay juicios de valor pero, también, abunda la información porque, ante todo, no deja nunca de ser un excelente periodista. Sostiene hipótesis de lectura, escucha y se nutre de filósofos, ensayistas o lingüistas para re-pensar el hecho artístico. Por eso es importante y digna de destacar esta recopilación de ensayos breves ya que condensan y profundizan una mirada sobre un abanico de manifestaciones musicales de diverso tipo que atraviesan el arte occidental de los últimos cien años. Sintetizan una mirada sobre el mundo y sobre la música que para Fischerman es “un conjunto de ritos, una manera de incluirse (y de excluirse) y de incluir y excluir a otros. Una forma de construir identidad social. Lo que muchas veces se olvida es que, además, es música”.//∆z