El viernes pasado explotó la primera jornada del Festipulenta vol. 16, el celebrado festival independiente con artistas que aman la búsqueda y la canción sin disfraz.

Por Claudio Kobelt

Fotos por Candela Gallo

La noche comenzó formalmente con Las Ligas Menores y sus salvajes canciones de desamor. Las tonadas ligueras son indefectiblemente gancheras, hechas con melodías y refinamiento pop, con sonido rock y algo de hermoso noise. Remiten a Pavement, Yo la tengo, 107 Faunos y a cualquier canción pura latiendo en los corazones y en los pies, tímidos pero deseosos de bailar. Al ser la primera banda de la noche, muchos arribaban al lugar con el grupo ya tocando, y entraban mirando al escenario, quedándose cerca para escuchar: Esas voces hipnóticas atrapaban y no soltaban. Con los temas de El Disco Suplente y varios nuevos, las Ligas demostraron estar completamente afianzadas, con un sonido propio y brillante que empuja en avalancha esas canciones fatales, que te dejan bailando una canción de queja y sonrisa, como esa especie de himno generacional que es “Crecer”. Cuando se retiraban, el aullido del público pidiendo por más, las hizo volver y la felicidad fue completa. Un show formidable, repleto de belleza. Poder para bailar y cantar el amor por siempre.

El segundo turno lo tuvo Carmen Sandiego. La banda uruguaya salió a romperla con “Destape” y el agite estalló en el primer verso. Carmen incendió los oídos sorprendiendo a los desprevenidos con su propuesta inclasificable, sucia y molesta. Esa canción pop extraña gana adeptos por donde pasa y el pogo y los aplausos no se hicieron esperar. Poseedores de una oscuridad hermosa y una luz rabiosa, CSD -como en el 2011- volvió a regalarnos un show inolvidable del que hablaremos por mucho tiempo. Melodías intimistas y  canciones desgarradas y bestiales para un grupo único que quisiéramos abducir y poder ver cada fin de semana, y que pasó por el escenario dejándonos a todos tan felices de estar allí.

Tercer round. Valentín y los volcanes y la paliza que te da el amor-canción. El show arrancó raro, y eso siempre nos gusta: Jo Goyeneche, cantante y guitarrista, sentado en la batería y Facu Baigorri, el habitual baterista, en la guitarra y voz, hicieron “Napoleón”, tema inédito volcánico realmente bello. Luego del festejo de este regalo, cada músico volvió a su lugar habitual y comenzaron un show enorme cargado de hits y emoción sincera. Las voces del público y la de José se fundían en cada uno de esos himnos catárticos y avivaban la chispa interna de los pibes que bailaban sin calma ni prisa. El pogo no se hizo esperar ante esas melodías inquietas y los cuerpos ardieron de júbilo y celebración. Las inhibiciones desaparecían, el baile se volvió gigantesco y cada acorde era un tonelada de calor más sobre la piel, pero nada parecía importarle a aquellos que saltan, se empujan y cantan con la garganta hinchada y el corazón en las manos, aceptando que ya no les pertenece. Si la misión del arte es traer algo de belleza a este mundo, lo hecho por Valentín y Los Volcanes desborda e ilumina una galaxia entera con tantos mundos como sonrisas se ven bailar. El final, con gran parte del público abrazado, saltando y cantando fue la imagen perfecta para describir un show y una noche cargada de melodías felices para la película de nuestros días por venir.

Mujercitas Terror encaró la difícil tarea de cerrar la noche luego del apoteósico show de Valentín. ¿Cómo lidiar con esas almas aún convulsionadas que no dejaban de hablar de lo que acababa de pasar? Y como siempre, M.T. tuvo la respuesta en su oscuridad y su cadencia salvaje, en su particular sonido que remite en algo a Los Pillos y Euroshima, pero que a su vez brilla de originalidad, creando su propio movimiento y agite que sus fanáticos celebraron bailando y saltando sin parar. La voz de Marcelo Moreyra es hermosa y destructiva, y la escena de Mujercitas sigue siendo una de las más atrapantes para ver en vivo: Tres criaturas oscuras que manejan los climas con su ritmo frenético y certero, como una motosierra cortando todo lo bueno y lo puro, dejando lo salvaje, lo esencial al descubierto. Esas melodías seducen, hechizan, induciendo a los presentes en  un nirvana primitivo y bello. Un show extenso que los fans no dejaban terminar pidiendo más y más, y que luego de los bises, llego a su fin dejando a la noche en llamas y la certeza de otro Festipulenta inmortal.