El afamado director de cine saca a la luz The Big Dream, un disco cruzado por variadas influencias. Blues contemporáneo y dark, dejos a Nine Inch Nails y algunas cosas que no terminan de cerrar.

Por Agustín Argento

Uno puede escuchar The Big Dream, el flamante segundo trabajo musical de David Lynch y no gustarle. Uno puede escucharlo y, por el contrario, quedar fascinado. En ambos casos lo que no se podrá negar es la capacidad creativa y el dote de artista que tiene. Más conocido como director de cine, algo menos como pintor y recientemente mencionado como músico, Lynch puede quedar en la historia como un artista multifacético, cuyas obras se caracterizan por la profundidad y la dedicación que el director de “El Hombre Elefante” (1980) pone.

Será casualidad, o tal vez no, que The Big Dream vio la luz momentos antes de que Lynch comenzara a grabar el nuevo video de Nine Inch Nails (o, en realidad, de Trent Reznor), que será corte difusión del ansiado Hesitation Marks, el cual verá la luz el próximo 3 de septiembre. Tal vez no sea, definitivamente, casualidad, debido a la oscuridad (muy NIN) que presenta el disco.

Con una duración de cincuenta minutos, el álbum empieza con la canción que le da título. Desde el comienzo, un aire de blues merodea todos los temas, los cuales son llevados por baterías electrónicas que poca variante tienen a lo largo de la placa. Las guitarras, por el contrario, aparecen constantes, pero sutiles;  acordes que, sueltos –casi espaciales-, envuelven al resto de los instrumentos al estilo de los pasajes más oscuros de The Wall. El flanger, el space eco y el delay predominan la melodía de las piezas, sumados a la distorsión en canciones como “Star Dream Girl”.

También se nota un gran trabajo de teclados y sintetizadores. Con pequeños sonidos/efectos de profundidad analógica, el bajo se transforma en imprescindible. Y es, justamente, este conocimiento de los efectos el que termina produciendo una valoración negativa en la voz de Lynch. Completamente saturada de reverberancia, el cantante queda perdido en la galaxia que los instrumentos generan. Aunque, habidas cuentas de los 67 años que tiene el director de “Twin Peaks”, los efectos pueden servir para ocultar las falencias de un cantante dedicado más al recitado.

Se notan, por otra parte, las enormes y positivas influencias que Lynch tiene. Además de la obvia de Bob Dylan (el quinto track del disco es un cover de “The Ballad of Hollis Brown”), se pueden divisar máquinas similares a las de Kid A y Amnesiac, de Radiohead, o la oscuridad ya mencionada de NIN. El blues, obviamente, también está presente en la rítmica de las canciones y en la impronta que la voz le intenta dar a las canciones; no en vano la crítica internacional calificó a The Big Dream como “un disco de blues moderno”.

La cantidad de variables instrumentales que tiene el álbum, pero el poco cambio de ritmo que presenta puede quedar en evidencia en los datos técnicos de la grabación: David Lynch estuvo a cargo de la composición, la producción, la mezcla y del diseño. Su coequiper Dean Hurley toca teclados, batería, guitarras y formó parte de la mezcla y la producción; Riley Lynch guitarras; Brain Lucey masterizó el disco. Pocos nombres para una placa muy pretenciosa.//z

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