Con Hypnotic Eye, su nuevo disco, Tom Petty & The Heartbreakers ofrecen una linterna para iluminar la senda que conocen. Una buena ocasión para afilar la oreja y escuchar a este grupo de baqueanos oscuros que parecen decirle a la época, “ustedes, vengan detrás nuestro, sabemos bien el camino”.

Por Sergio Massarotto

Hago una pequeña taxonomía, muy a mirada de águila, clasificando las formas en que se construye una canción de rock anclada en el riff. Tres opciones resaltan. La primera es la del power trío que banca todas las fichas al sonido conciso y ancho del leitmotiv distorsionado intercalado con estrofas apenas menos poderosas. Una carga de materia sonora de intensidad variable apuntando hacia el volumen alto. En el segundo tipo, la variante heavy, el riff pasa a ser un continuum de pocos matices con la estrofa o el estribillo, lo que el sin musa –a veces con verdad- caracteriza como bola de ruido. Y hay una tercera especie donde la riffería constituye canciones enlazadas por el espacio y la demora entre la batería, el bajo, la guitarra, el piano y la voz. Este tercer tipo es el caso del rock y el blues clásico. Explico un poco. Cuando escuchamos desde George Harrison a Jack White notamos  cierta separación entre los instrumentos; una autonomía adrede por la cual cobran valor los brillos de platillos, texturas de redoblantes, ataques del bajo y la ejecución de la guitarra. Claro que cada uno de estos tres estilos tiene una época que lo ensalza. Hoy, entre interesantes alternativas, son buenos los tiempos para esta última. Las razones, bueno, habría que ponerse a leer mucho, pero acusar a la época de retromaníaca dice poco.

Tom Petty toca así. Riffs poderosos pero discretos,  bien ejecutados, pisando la constelación entre el blues, el rock y el folk; latiendo ahí en el medio. Y cuenta con los súper caminados Heartbreakers. Imagino a Petty entrando en un sindicato de trabajadores del blues y eligiendo de un catálogo estos hombres de oficio. Entre ellos destaca Steve Ferrone, baterista que aún, con sesenta y cuatro años, sabe ganarse el sueldo en la fuerza o tocar suave y hacer notar su presencia en lo sutil. Basta escuchar el segundo track del disco para notar cómo la ejecución sobre  platillo –el ride- hace de guía hacia el punctum en el que un fraseo exótico de guitarra y bajo nos termina por dominar con la sensualidad de una sesión de espiritismo en el desván de un cabaret.

Aunque sea parte de su estilo, no puedo dejar de decir que algo en la voz de Tom me suena, por momentos, viejo y cansado. Por caso cuando exclama “powerdrunk” produce un doble trabajo; primero seduce, rockea y mantiene la hipnosis de la frase en el contexto rocker, pero por otro lado aparece el cansancio del cuerpo en la flojedad de la garganta y me parece verlo vestido con un saco blanco, de hombreras ochentosas, junto a Clapton y otros. Lo peor es que siguiendo la letra la tentación es a imaginarlo borracho, con el saco sucio, derrotado; o sea, veo la distancia, veo los treinta años. Afortunadamente son solo momentos que pueden pasar por obsesiones subjetivas de quien escribe; hay un contrapeso efectivo en la buena calidad de las canciones y el mantenimiento a lo largo de casi todo el disco de un aura exótica resaltada en la guitarra precisa y al mismo tiempo ácida. Ahí está el acierto de la obra: cuando la prolijidad de las estructuras y lo logrado de los estribillos nos lleva hacia un paisaje demasiado conocido un fraseo podrido nos devuelve a la senda del embrujo. Otra bifurcación; algo suena cansado, la voz, algunos ritmos de similar tempo; por otro lado, se toca bien, hay gusto, sensibilidad, exotismo y crudeza southern.

“American Dream Plan B”, “Fault Lines”, “Power Drunk”, “All you can carry” son cuatro faros en un disco de valor, con letras que giran en torno a la mística. Tres instancias más o menos reconocibles fluyen de la lapicera del guitarrista: una fantasía hipnótica compartida en la superficie, una verdad oculta y la mirada del rock develadora de los enigmas. Esas esferas son mediadas por los signos de la tierra; el viento, el fuego, las grietas, los espectros. El rock, no menos hipnótico, ve las cenizas y la ciudad quemada donde otros solo perciben cristales finos.

Buen trabajo del ex Traveling Willburys; quién escuchó el anterior, Mojo, no va a sentirse defraudado. El hombre de Florida sabe hacerlo. Habría que invertir la argumentación corriente y decir de una vez que recién en la segunda década del siglo XXI la tradición encontró el sonido y el lugar adecuado para desarrollarse. Una esencia que se hace no en el origen sino habiendo transitado buena parte del recorrido. Por eso Tom no puede entregarse, hoy, a la flojera natural de algunos músculos.

Petty nació en 1950, está dando lo mejor de sí y parece tener, todavía, mucho para entregar. Pienso en nuestros rockeros que se diluyen antes y me río. En el futuro distante no está mal imaginarlo como un consejero que cobra dos dólares por su palabra. No van a faltar vans y Chevrolets El Camino llegando, cargadas de músicos, a ese parque semi abandonado –el rocanrol- que desde su mismo nacimiento amaga con reconstruirse. Al lado, una bruja mecánica tira otro tipo de suerte, aunque no tan distinta de la que predican los acordes de las guitarras eléctricas y los parches de batería.//z

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