Murió Ernesto Sabato, tenía 99 años.  Dejo ideas, letras e historias inmortales.

Por Joel Vargas

¿Qué pasa cada vez que se muere una persona “famosa” o reconocida? Hay una especie de canonización, una verdad capital: no se puede discutir a la persona fallecida. Este caso no escapa a esa regla “tácita”, por eso no seamos duros con Ernesto y recordémoslo por los grandes aportes a la cultura argentina. Olvidémonos de esas declaraciones tan desafortunadas luego de comer con cierto general nefasto, acompañado de otro escritor tan brillante y polémico ideológicamente como él. Dejemos de lado que en esa misma reunión no pidió por la liberación de un reconocido escritor que había desaparecido semanas antes. Recordémoslo mejor por formar parte de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), por Nunca Más (1984), por sus brillantes letras, por ser simplemente Sábato: escritor, intelectual, ensayista, físico y, por sobre todo, un libre pensador, un artista.

Ernesto Sábato nació el 24 de junio de 1911 en la ciudad de Rojas, Provincia de Buenos Aires. En 1938 obtuvo el Doctorado en Física en la Universidad Nacional de La Plata, pero en 1941 aparece su primer trabajo literario, un artículo sobre La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares, en la revista Teseo de La Plata. En 1943 abandona la investigación científica para dedicarse a su carrera literaria. Sus grandes obras fueron El Túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961), – este último incluye Informe sobre ciegos–  y Abaddón el exterminador (1974). Todas historias obsesivas, neuróticas en algún punto; tres títulos indispensables de la literatura argentina. También fue un gran ensayista, su mayor producción fueron ensayos, entre los que se destacan: El otro rostro del peronismo (1956), El escritor y sus fantasmas (1963), Antes del Fin (1998) y  La Resistencia (2000), que fue uno de los primeros libros en salir en formato digital antes que en formato físico. Sábato también será recordado por ser uno de los escritores argentinos, junto con Gelman, Borges y Bioy Casares, en ganar el premio Miguel de Cervantes.

Faltaban pocos meses para que sea un hombre centenario (55 días para ser exacto), pero el destino hizo que se fuera una madrugada de un 30 de abril lluvioso, en su hogar de Santos Lugares. Hacía meses que una bronquitis lo aquejaba y esta derivó en una profunda neumonía que fue fatal.  Sumémosle que hacía años que estaba perdiendo la visión poco a poco.

Mañana a las 18:30 se le va hacer un homenaje en la Feria del Libro, organizado conjuntamente por la Fundación El Libro y el Instituto Cultural bonaerense. Se proyectarán partes de la película “Sabato, mi padre”, de Mario Sabato y se brindará una charla sobre la vida y la obra del autor, a cargo de la escritora María Rosa Lojo.

Argentina otra vez está de luto, hace poco perdimos también a David Viñas – el intelectual irreverente – y no hubo tanto revuelo. La verdad, una lástima. Los argentinos somos ingratos a veces, pero bueno… esto es sobre héroes y tumbas, sobre Ernesto Sabato, el héroe que no fue, el escritor que sí fue y sus letras que son inmortales.