En su tercera visita al país, Devendra Banhart ofrendó en el medio de la semana otra muestra de porqué le va tan bien con las canciones de letras retorcidas y los sonidos indie-romanticones.

Por Sebastián Rodríguez Mora

Fotos de Matías Casal

El ambiente en la puerta y el hall del Gran Rex a minutos de comenzar el show de Devendra Banhart estaba directamente conectado con el sonido de “Baby”, la segunda canción de la velada. Primavera hipster y un aroma en el aire cosecha de amor. Por tirar un estimado a ojo, arte del que los movileros hacen ciencia, la relación público femenino y masculino andaría por 75-25%. Devendra tiene un éxito mudo, previo al primer acorde, que está en su finísima desprolijidad de apariencia. Seamos claros: el tipo no hará mucho se benefició a Natalie Portman, lo cual ya impone un respeto entre los muchachos. Ahora vayamos a la noche del miércoles pasado.

Cada uno tiene lo que se merece. Devendra llenó su setlist de canciones allá abajo, como a 10 centímetros del piso. Quizás hubo sobreabundancia de ellas, y su banda acompaña perfecto pero no destaca. El protagonista absoluto es él, con alguna mención para Rodrigo Amarante, guitarrista brasilero que animó la previa mientras las chicas más ansiosas ya iban ubicándose en las butacas  demodé, antes de las 21.30. Eso sí, cuando asoman “Seahorse” o “Quédate Luna” la cosa cambia, como un oasis de instrumentación en medio del sotobosque de su voz. Batería, multinstrumentista, Rodrigo, bajista y ¡tercera! guitarra son capaces de los coros más hermosos, y las chicas se gritan todo en el modo minitah que desde Los Beatles y los Stones para acá expresan la marea de sentimientos encontrados del público joven. Devendra tiene ganas de hablar en castellano, se lo nota aliviado y a gusto contando que alguien lo nombró más temprano Personalidad Destacada de la Ciudad –suponemos que el chepibe Rodríguez Larreta le habrá dado una plaqueta para las fotos oficiales- y el tipo flashea con quedarse a vivir un tiempo. Devendra, vos que sos un tipo caribeño, te regalo Buenos Aires un mayo con sudestada. Por suerte una iluminada le responde ¡te podés quedar en casa! a la carrera y bajan en catarata las risas.

Beneficiado por la acústica del teatro, le llegan pedidos varios, desde que cante canciones que confiesa no acordarse más allá de la segunda estrofa hasta que bajen el bajo porque acopla y no se escucha su voz. Él se defiende contando que es la voz que tiene, que lo entiendan. Usa un vibrato al final de cada verso de “Niño Muerto” que lo emparenta con un folk oscuro; una canción así de perversa lo revela como un gran cantautor. Por momentos Devendra pela una amplitud de registro que, con las reservas obvias, está cerca de Roy Orbison, esa capacidad de pasar del más cavernoso reptar por los bajos hasta un estribillo cristalino a voz en cuello, como en “Shabop Shalom”.

Acercándose al final de la velada, la intimidad de Mala –nuevo disco que vino a presentar- fue dejando paso a un poco más de cosas parecidas a una banda de rock con ganas de levantar a la platea, que andaba entre hipnotizada por su gesticulación desmedida para cantar y soporizada por una performance que andaba rozando la monotonía. “Feel Just Like A Child”, “Your Fine Petting Duck” y como bis la infalible “Carmensita” puso a las muchachas que mueren por ser la próxima Natalie de pie y amonotonadas abajo mismo del escenario, a puro movimiento de caderas suntuosas. Un éxito total con el héroe de las mujeres desacatado, micrófono en mano y revolcando por las tablas su prolijo desaliño de camisa adentro entrado en crisis. Todxs contentxs.