El último sábado Fútbol dio por finalizado el segundo ciclo de recitales de Oui Oui Records. Presentación completa: una lista extensa, invitados y sorpresas en otra noche de rock en el Zaguán Sur.

Por Gabriel Feldman

Fotos por Soledad Manrique Goldsack

Ya terminó y es ese momento en que no sabés si decir “buen día” o “buenas noches” al hombre que te despide en la entrada. Siempre me pasa lo mismo. Hoy es buenas noches. Mañana veremos. Cruzo Moreno, me paro en la esquina frente al ZAS, me conecto al siempre predispuesto reproductor, abotono la campera y agarro por Pichincha. “Rivadavia para allá, ¿no?”, pregunto antes al pasar a un muchacho que cruza, queriendo aseverar algo de lo que estoy casi seguro. Pero siendo las tres de la mañana y monedas, prefiero ratificarlo. En menos de un minuto cantaré imitando al negro Medina. En menos de un minuto, cuando esté llegando a la avenida y se me pegue Manal. No puedo dominarlo. Se me escapa sin pensarlo de la boca. Es un impulso que le gana a la cabeza. Y antes de que me dé cuenta ya estamos caminando una calle sin hablar, avenida Rivadavia. Tarde. El cuerpo primero. Caminamos de la mano una vez más, raro.

La noche había empezado horas antes, pasada la medianoche, cuando la concurrencia de a poco se nutría –sábado de muchos recitales– y el ciclo de bandas organizado por Oui Oui Records cerraba su segunda edición. Cervezas y vasos en las mesas o manos, aguardando lo inevitable. La pared de ladrillos rojos de a poco escuchaba las charlas casuales. Y los primeros acordes cayeron, extrañamente, de forma delicada. “La soltó como una lágrima”, diría el relator. “Es tarde, todavía no llegaron los músicos, vamos a tocar dos temas y después Fútbol”, avisó Federico Terranova mientras alzaba su violín para apaciguar la espera. Gamba, encapuchado, sentado en un rincón con la criolla, y a su lado, en el centro del escenario, Miguel López (Futre, Cuarteto Cedrón), uno de los invitados de la noche, acompañando con el bandoneón para completar ese intermedio de dos tangos. Un lindo gesto, la pequeña orquesta se retiró y los parlantes recobraron el impulso del playlist: Black Sabbath, Riff, Massacre Palestina, Morphine, The Clash, Metallica, El Mató, Nirvana, entre otros. Todos juntos para esperar el show de Fútbol.

Y el Fútbol llegó, sí, asediando el Zaguán con la intensidad que le conocemos en una presentación extendida –poco habitual– que los repartiría en cuatro bloques (dos trío, dos con invitados), una lista de veintiséis canciones, La Gallina y Papá se va a Japón en su esplendor todo, algunas versiones, otras nuevas.

Sin uno darse cuenta el reloj marcaba las dos menos diez y después de la ráfaga de seis canciones propias: desde Avenida Libertador hasta el Río Colorado, del campo de batalla a una playa familiar, de un caminante taciturno a un Fausto tristemente célebre, nuevamente Miguel al escenario, “desde la República hermana de Mendoza” como lo presentó Santiago Douton, pero esta vez en guitarra para comandar una nueva embestida. El trío concentrado en medio del escenario, mirándose entre ellos, intercambiando ondas telepáticas, y Miguel con la mirada al frente, guitarra al hombro y la zurda enguantada, para completar una versión ruidosa de “Divinidad”. Su voz es tango, “tango-garaje”, y se luce en la interpretación de “Están en todos lados”, canción de su propia cosecha (¡Futre, señores!), seguida de otras dos prestadas, primero la enorme “Porque hoy nací” de Manal y luego “La canción del Linyera” de Antonio Tormo.

Dos nuevas canciones se colaron en el tercer bloque –“El orador” causará sensación–, concluido con la trifecta maldita-liberadora (toda condición propone un estado primario y su posible transgresión/superación) de  “Salvaje”, “Pastor” y “Madre”. Y antes de que Santiago pudiera introducir a un nuevo invitado, la sirena de un megáfono se apoderó de la sala y se abría paso entre los presentes hasta aproximarse al escenario. Quién otro sino Juanjo Harervack (Riki Riki Tave y su Banda Misteriosa), ya un habitué en las presentaciones del trío, pero siempre dejando un lugar para alguna sorpresa.

¿Hoy salís con el buzo de arquero?”, le pregunté en la barra recordando otra fecha. “Tengo algunas sorpresas”, contestó con una mueca pícara y el misterio de los poetas.

Y la sorpresa se materializó “directo de la casa de la risa” en forma de interno de un manicomio, pantalón blanco y chaleco de fuerza incluido. Pero cuando se encendió del todo, luego de interpretar una de su autoría –“Pájaros negros”-, “El caballo” y “El ciego”, se desprendió de las ataduras de su coraza blanca, se apropió del micrófono con las dos manos y coronó su intervención, siempre moviéndose, porque no puede parar de moverse (“voy girando como un dado / y mi cabeza a punto de estallar”), con “500 submarinos” que ya la hizo propia –¿para cuándo el single?, me pregunto– y “95 Problemas”, otra de la Riki tamizada por Fútbol. “Solo sigo mi destino, y esto se paga con blues, blues, blues…”.

Se fue del escenario dejando tras de sí el rastro inconfundible de la sirena mientras el trío se reagrupaba sobre el escenario. De nuevo les correspondía abrir el juego y sin interrupción completaron la lista de buena fe: “Ceferino”, “Tundra”, y las más festejadas “¡Eh Gaucho!”, “Beto ‘Mataporgusto’” y “No llores niño”. “Sí, completamos toda la lista”, respondió Federico a los pedidos y un Gamba rápido de reflejos negoció un “hacemos ‘Siete horas’ con Fósforo”. Así, de entre el público, no sin cierta timidez, el bajista de Pez subió al escenario con Fútbol, “la mejor banda del mundo junto a los Melvins”, como no duda nunca en definirlos, y cantaron “Siete horas escabiando”, el outtake beodo que cerró definitivamente el segundo ciclo de Oui Oui Records.

Buenas noches” esta vez entonces. Pero será que uno no puede ni estar tranquilo en la madrugada sin esperar que algo pase. Y a lo lejos, casi Alsina, una silueta captura mis retinas. La imagen no era clara, parecía un scrum deforme. Cómo saberlo. Cuatro tipos intentaban girar a los empujones un auto que quedó ruedas para arriba, como una cucaracha agonizando. No podía ver el cuadro general, sólo ese acto primitivo que me daba curiosidad. Efectivamente eran cuatro: un policía, un barrendero y dos que no-uniformados, transeúntes quizás, que intentaban acomodar un taxi destartalado. Alrededor, otros curiosos. Uno, dos, tres, van de nuevo. No había caso. Enfrente, circundado por una cinta de peligro, estaba el otro protagonista del choque, un auto irreconocible rojo, una piltrafa (des)acomodada en la esquina opuesta, sobre el cordón. En el centro mismo de la intersección, Hipólito Yrigoyen y Pichincha,  cristales concentrados como un mandala de esquirlas, brillante. El policía se sacó la gorra, secó su frente con el antebrazo y coordinó a su grupo una vez más. Mejor será una cerveza y una pizza, en el local abierto las veinticuatro horas. Al paso y a casa, pensé. Que locura, salí de un recital de Fútbol para introducirme en una de sus canciones. Juraría que podía escuchar la voz de Santiago relatándolo.