Luces Blancas es el nuevo disco de Los Álamos después de cinco años de silencio. Diez canciones que continúan el mito de una de las bandas más emblemáticas de la escena.
Por Alejo Vivacqua
Cuando Perón volvió al país en el ´73 habían pasado varios años en los que la ausencia no hizo más que agigantar su figura. El tiempo tiene esas cosas. Es capaz de condenar al olvido o, con la misma fuerza, alimentar el culto. Eso mismo parece haber pasado con Los Álamos, que eligieron el mes de junio de 2014 para su regreso, una fecha que marca la salida del cuarto álbum de esta banda que tuvo mucho que ver con el renacimiento de la escena local allá por fines de 2004. Cuentan quienes estuvieron desde el principio que sus shows eran algo que había que ver. En fotos y videos aparecía cada tanto Peter, el cantante, tirándose de cabeza al público, y uno se reprochaba por no haber estado ahí. Después de un par de discos y muchas giras, Peter se fue vivir a Francia y tuvieron que parar por un tiempo. Quienes no pudimos verlos en esa época tuvimos nuestra revancha personal cuando anunciaron en 2013 una mini reunión que en Buenos Aires tuvo al Salón Pueyrredón y al Matienzo como anfitriones. Era un regreso, sí, pero uno con histeriqueo, de esos que te dejan con ganas de más.
Algunos años después de aquellos comienzos, ya no tan veinteañeros pero con la misma fuerza, estos seis amigos se juntaron otra vez para presentar Luces Blancas, tercer LP y cuarto disco si contamos el EP Emboscada como una composición propia, y es correcto hacerlo porque, a pesar de tener mayoría de covers, las versiones son tan personales que no merecen llevar esa etiqueta.
El nuevo disco fue grabado en dos días y tuvo un proceso de composición que define a la perfección la relación entre estos músicos. La distancia con Peter no fue un impedimento. Desde Buenos Aires el resto de la banda le mandaba a Marsella los temas vía mail y él, mientras tanto, componía las letras. Tantos años juntos lograron esa simbiosis musical que los hace lucir en estas diez canciones que muestran algunas diferencias respecto de sus trabajos anteriores. Sí, hay referencias al desierto, guitarras con slide, momentos para el cuelgue lisérgico y siguen estando las ganas de agarrar la primera ruta que veamos.
Pero si en los álbumes anteriores había espacio para la tranquilidad (narco)folk y country, acá hay canciones más sucias, más cercanas al rock psicodélico de temas como “Se nubla la razón” y “One divided by one”, que hacen acordar, por qué no, a los Brian Jonestown Massacre al palo de los ´90. En la misma línea siguen, por ejemplo, “Devorados por el fuego” -tema que abre el álbum y que tiene un estribillo muy coreable- y “Nuevo lenguaje”, con la presencia de teclados y un riff potente.
En eso del tiempo andaban reflexionando el guitarrista Poly y el polifuncional Jonah el viernes pasado en la presentación del disco en la disquería palermitana Exile Records, que editó este trabajo junto a Cuatrero Records. Los dos se preguntaban si el hecho de no tocar durante tanto tiempo perjudicaba a la banda o, por el contario, el alejamiento de los escenarios generaba un cariño mayor de su público. En principio, y aunque muchos intuimos la respuesta, el recital del sábado que viene en Niceto les va a servir como guía, aunque de una cosa estamos seguros: Poly, Pico, Jonah, Peter, Waco y Gavilán componen la sinfonía de un sentimiento.