Para celebrar una nueva visita suya (en marzo, en el Lollapalooza), elegimos diez canciones de una de las bandas que más afinidad tiene con el público argentino y a la que David Letterman, por ejemplo, calificó alguna vez como ‘un verdadero ser vivo de la cultura’.
Por Pablo Díaz Marenghi y Matías Roveta
“Alive” – Ten (1991)
Todo empezó con un cassette. Tras la muerte de Andy Wood y el final de Mother Love Bone, el guitarrista Stone Gossard y el bajista Jeff Ament grabaron un demo -titulado Stone Gossard Demos ’91– junto a un desconocido talento de la guitarra eléctrica (Mike McCready) y el baterista de Soundgarden Matt Cameron. La cinta en cuestión, verdadero génesis de Pearl Jam, tenía como objetivo encontrar un cantante. Llegó a manos de Eddie Vedder, que vivía en San Diego y repartía su tiempo entre el surf, escuchar discos de rock y trabajar como guardia de seguridad para una compañía de petróleo. Escuchó las canciones instrumentales, escribió las letras y puso su voz arriba de los tracks; cuando Gossard recibió el cassette de vuelta y de los parlantes estalló el poderoso registro barítono de Vedder, su puesto como cantante estaba asegurado. Pero lo que realmente brillaba en esa cinta era la personalidad de un vocalista que usó esa música ajena para contar historias personales feroces: “Mi padre murió antes de que yo supiera que él era mi padre. Así que crecí con este tipo que yo creí que era mi padre y luego me enteré que no lo era”, cuenta Vedder en el documental Pearl Jam Twenty (2011) sobre ese descubrimiento que le dejó un dolor difícil de superar y que recorre buena parte de sus primeras composiciones. En “Alive” – que figuraba en ese demo con el título provisorio de “Dollar Short” y fue una de las primeras canciones que grabó Pearl Jam con Eddie Vedder luego de su mudanza definitiva a Seattle – la letra narra una escena en la que una madre le confiesa al hijo que su padre en realidad es otra persona (enfrentando ese revés emocional, el estribillo funciona como grito de resistencia y plantea la idea de que “estoy todavía vivo a pesar de todo”). La música, un rock cercano al mid tempo con arreglos de piano, toma como referencia el rock clásico de los ’70 al usar como columna vertebral el riff ondulante de la guitarra eléctrica de McCready, que acá da sus primeros indicios como el guitar hero de la generación alternativa al rematar la canción con un solo antológico en la mejor tradición Jimi Hendrix (usó una Fender Stratocaster y un pedal de wah-wah). La primera mezcla de “Alive” tenía un punteo armado con la edición de distintas partes de guitarra, pero al violero no le gustó el resultado final y entonces grabó el solo definitivo en una sola toma. Matías Roveta
“Black” – Ten (1991)
“Y ahora mis ásperas manos se sumergen en vidrios rotos / ¿De qué estaba hecho todo? / Oh, las fotos, todas se han ennegrecido, tatuaron todas las cosas”, canta Vedder y la voz se le desgarra. La canción llega a su clímax, su punto de mayor dramatismo. El track cinco de Ten comenzó como una de las canciones instrumentales del ya mítico demo de Gossard y compañía. De hecho, está firmada por ambos. Gossard fue quien le dio la arquitectura melódica a este tema que primero se llamó “E Ballad” por el acorde Mi. Musicalmente, es una balada sencilla y potente, inspirada, según Vedder, en “Western Sky”, una canción de la banda californiana American Music Club. Unos pequeños teclados resaltan la melodía mientras Mike McCready se luce desperdigando punteos, arreglos y solos que oscilan entre un sonido sesentoso y, por momentos, distorsionado y valvular, sobre todo promediando la primera estrofa y en el solo final de más de un minuto que se convirtió en uno de los más coreados por el público.
Se advierte, y él mismo lo reconoce, una influencia de Hendrix y de Stevie Ray Vaughan. En una entrevista dice: “Estaba en ese viaje; todavía lo estoy, actualmente, pero en esos tiempos quizás era más obvio. Realmente pienso que la canción es hermosa. Stone la escribió y me dejó hacer lo que quisiera”. La letra fue escrita por Vedder durante el viaje que hizo desde San Diego a Seattle, cuando los miembros de la banda, fascinados con sus primeras tres composiciones (“Alive”, “Once” y “Footsteps”), lo convocaron para darle vida a Pearl Jam. En la letra narra una ruptura amorosa y el dolor que carcome a su protagonista. La hipótesis que goza de mayor aceptación es la que relaciona esta historia con Liz Gumble, novia de Vedder en la adolescencia. Tiene pasajes de una profunda depresión, en donde el narrador se cuestiona su capacidad de empatizar con la alegría y ve un porvenir oscuro. Sin embargo, llegando al final se vislumbra algo de luz: “Sé que algún día tendrás una hermosa vida / Sé que serás una estrella”. Aunque, al cierre, vuelve a lanzar una pregunta sin respuesta: “¿Por qué ese cielo no puede ser mío?”. Es una crónica del amor real, vívido y alejado de cualquier fantasía romántica: el amor enferma, duele, moviliza y lastima. Pablo Díaz Marenghi
“Release” – Ten (1991)
Esta hermosa balada con arpegios celestiales de guitarra y la voz cálida de Vedder, que crea un clima de contención espiritual antes de pronunciar la primera palabra, nació como resultado de los jams instrumentales que los miembros de la banda solían tener en un sótano de Seattle (los créditos de composición incluyen a todos los músicos). La letra es de Eddie Vedder y vuelve a versar sobre su papá, pero el efecto sanador que se construye con la atmósfera musical es bien colectivo. Cuenta Vedder en Pearl Jam Twenty: “Todos nos reunimos en esa habitación en esa época y yo aún pensaba en los problemas con mi padre, estaba perdido. Ellos habían pasado por la situación de Andy (Wood, cantante de Mother Love Bone muerto por sobredosis de heroína). De cierta forma éramos extraños, pero veníamos de un lugar parecido y eso salió en las primeras canciones”. En su momento más vulnerable y autorreferencial, le canta a su padre, a quien conoció como un supuesto amigo de la familia que lo visitaba a veces y que murió sin que el cantante supiera su verdadera identidad: “Oh, querido papá, ¿podés verme ahora? / Soy yo mismo, como vos de alguna manera / Voy a montar la ola hacia donde me lleve / Voy a contener el dolor, ¡liberame!”. Hay mucho de catarsis explosiva en esa última línea y también algo del uso terapéutico que Roger Waters le dio a sus canciones para exorcizar el dolor por la muerte de su propio padre, caído como víctima en la batalla de Anzio durante la Segunda Guerra Mundial. “Release” cierra el disco debut Ten e inaugura una conocida tradición en los álbumes de Pearl Jam: ubicar sobre el final baladas alejadas a la grandilocuencia, enigmáticas y misteriosas (“Indifference” en Vs., “Immortality” en Vitalogy, por ejemplo). Pero la canción también probó su eficacia desde el extremo opuesto. Fue el tema que abrió dos de los recitales que la banda dio en Argentina (en el Estadio Único de la La Plata en 2011 y en Costanera Sur en 2013). Matías Roveta
“Rearviewmirror” – Vs. (1993)
Stone Gossard había reunido a los demás integrantes para armar la banda, la mayoría de las canciones del disco debut Ten llevan su firma y al comienzo era el verdadero líder del grupo, pero con los años fue Eddie Vedder quien se consolidó como la principal fuerza motriz de Pearl Jam. En “Rearviewmirror” son los arpegios apurados de la guitarra rítmica de Vedder los que conducen la canción, secundado por Gossard y dejando lugar para que Mike McCready machaque con acordes filosos y un solo huracanado en el que juega con las notas agudas de su guitarra. Son tres violas para construir un track con algo de la crudeza visceral de los Crazy Horse y la aceleración de los Ramones, buena parte del horizonte de influencias de Pearl Jam. Como para que quede claro que Vedder es el corazón de este clásico de Vs. (1993), luego del puente climático con acoples y disonancias no arremete un solo de guitarra sino el grito cargado de furia del cantante: la letra gira en torno a la idea de dejar atrás una situación dolorosa, y el pulso veloz del ritmo desnuda una marcada veta punk e invita a pensar en la figura de la ruta y un conductor pisando a fondo el acelerador (“Salí a conducir hoy”, dice la primera línea). ¿Y cuáles eran esos fantasmas de los que Vedder se estaba alejando y a los que todavía veía en el espejo retrovisor? No está claro y podría tratarse de un desengaño amoroso o una traición (“Enemistad amordazada, unida por el miedo / Estoy obligado a soportar lo que no puedo perdonar”, canta Vedder), pero hay algunas pistas (“Es hora de emanciparse”, por ejemplo) que sugieren que quizá Vedder se estaba refiriendo a abandonar el seno familiar para liberarse. El dolor por haberse criado bajo una mentira en relación a su padre era algo que todavía lo atormentaba en esos años. Matías Roveta
“Immortality” – Vitalogy (1994)
El 8 de abril de 1994 el cuerpo de Kurt Cobain fue encontrado en su casa de Seattle y esa misma noche Pearl Jam tocó en Fairfax, Virginia: “A veces la gente te eleva, lo quieras o no. Y es muy fácil caer. Creo que ninguno de nosotros estaría en este lugar si no fuera por Kurt Cobain”, dijo Eddie Vedder, visiblemente afectado, al pie del escenario. Cuando Pearl Jam editó al poco tiempo “Immortality” (“inmortalidad”, qué título sugestivo), muchos quisieron leer en esta balada de Vitalogy (1994) una suerte de homenaje al cantante de Nirvana. Pero Vedder se encargó de negarlo en una entrevista de noviembre de 1994 con el L.A Times. La lírica del tema “fue una mirada a su propio y delicado estado mental escrita en los días previos a la muerte de Cobain”, dice el entrevistador Robert Hilburn según lo que le explicó Vedder, quien se refiriere a un momento en el que sentía que el peso de la fama y el estrellato ejercía demasiada presión sobre su vida. Toda la generación del grunge tuvo una fuerte ética independiente heredada del punk y Eddie Vedder no fue la excepción. El cantante nunca pudo llevar a buen término la idea de haberse convertido en una estrella de rock (“Víctimas solicitadas para el espectáculo público”, dice la letra), y esa incomodidad se pone de manifiesto en los acordes amargos que Vedder toca con su Fender Telecaster en la intro de “Immortality” y en un par de líneas que desnudan una profunda depresión: “No puedo encontrar el bienestar en este mundo (…) No puedo detener el pensamiento de correr en la oscuridad”. Pero paradójicamente no se trata de una canción depresiva y, aún en ese contexto complejo, Pearl Jam se las arregla para no perder ni un gramo de potencia (geniales los punteos bluseros de Mike McCready y los cambios de dinámica de la canción luego de su solo de guitarra). “Immortality” es una de las joyas menos obvias en el catálogo de Pearl Jam y sigue siendo uno de los pasajes más intensos en los recitales de la banda. Matías Roveta
“Peace and love” – Mirror Ball , Pearl Jam y Neil Young (1995)
Entre Vitalogy (1994) y No Code (1996) Pearl Jam cumplió el sueño de cualquier banda de rock al grabar un disco con una de sus principales influencias, una leyenda viviente. Neil Young los convocó y, fruto de esta unión incendiaria, nació Mirror Ball: una sociedad que, en realidad, y como describe el crítico J.D. Considine en su reseña en la Rolling Stone, partió de una admiración mutua. En Mirror Ball el canadiense, emblema del folk y el country, se empapa de la potencia de PJ para darle forma a un acid rock con tintes de psicodelia que homenajea a la tradición del mejor cancionero norteamericano. “Peace and love” es, quizás, el mejor exponente. Es la única canción que cruza a Young y Vedder como voces principales. Vedder participó poco en el disco, pero supo aportar su magia. La letra homenajea a John Lennon en un canto al amor y a la paz, a no perder las esperanzas y seguir adelante. “Busca el amor en la genta”, reza con un optimismo muy Young, que es, también, el tipo que tuvo el coraje de cantar contra Monsanto en estos tiempos. El ritmo también es muy beatle, con reminiscencias a R.E.M: es como si el folk característico de Young se tamizara con el pulso alternativo de PJ. Así lo describe Consodine: “Young y Pearl Jam llegaron al corazón de la grieta de los ’60 y los ‘90. Después de que Young invoca el ideal místico (…) Eddie Vedder ofrece una especie de contrapunto generacional (…). Dos tipos diferentes de trascendencia, sin duda, pero como sugiere el final de antología, están mucho más cerca de lo que cualquiera de las generaciones piensa”.
Los oriundos de Seattle, que lo homenajean en cada concierto (“Rockin’ in the free world”, por ejemplo), se dieron el lujo de ser no solo la banda soporte sino una parte central del proceso creativo de esta gran obra, una más en la enorme discografía de uno de los genios más prolíficos que dio la música contemporánea. Sobre el final, cuando Vedder canta, “Lo tomo todo / tomo el juramento”, parecería estar aceptando el legado del maestro. Pablo Díaz Marenghi
“Off He Goes” – No Code (1996)
En el contexto de No Code “Off He Goes” es una canción apacible, cargada de una profunda tristeza que revela una fragilidad (esa amistad condenada a quebrarse que narra la letra) y que el crítico David Fricke comparó en su texto para la revista Rolling Stone con el costado acústico de Neil Young. Pero, como suele suceder con otras canciones en la historia del rock, la mejor versión del tema es en vivo y está incluida en el disco Live On Two Legs (1998): allí Eddie Vedder canta con mucho sentimiento y deja que su profundo registro de barítono se expanda para mostrar una faceta absolutamente vulnerable, mientras de fondo McCready toca unos fraseos dulces. La canción cuenta una relación entre dos amigos que va desintegrándose de a poco, con encuentros a través del tiempo y la aparición recurrente de los mismos problemas. En un momento parece que se trata de una situación de adicciones en donde uno de los dos es víctima de alguna droga pesada mientras el otro sufre por no poder ayudar (“Él ha estado tomando –taken es el verbo que usa Vedder-, ¿dónde? No lo sé), pero en realidad pareciera que se trata de otra cosa. La persona a la que se refiere el narrador parece haber pasado por una situación de presión extrema: “Conozco un hombre, su cara parece estirada y tensa / Como si hubiera estado manejando una moto a través de los vientos más fuertes / Así que me acerco con tacto y le sugiero que debería relajarse, pero él está siempre moviéndose muy rápido”. En 1996 Pearl Jam se había convertido en una banda masiva y el peligro de perder el control estaba demasiado cerca. Una posible interpretación de la letra sugiere que tal vez Vedder se estaba hablando a sí mismo: envuelto en el torbellino del estrellato y rodeado por personajes desconocidos, se sentía acorralado por el miedo que le provocaba no poder atender a sus verdaderos amigos. Matías Roveta
“Given to fly” – Yield (1998)
Un arpegio hipnótico remite a uno de esos escenarios silvestres tan propios de Pearl Jam, una banda que, a la inspiración que le viene de la geografía urbana de Seattle, le suma el recuerdo de los mares sobre los que Eddie Vedder surfeó a lo largo de su vida. Así arranca “Given to fly”, con la voz de Vedder que cautiva desde el principio. Parte de Yield, la canción se convirtió en una fija en los vivos y en uno de los puntos más altos en cuanto a emotividad. La armonía va in crescendo, y las violas de Gossard y McCready se entretejen dando lo mejor de sí y combinando el equilibrio y la templanza del primero con el virtuosismo y el adn guitar hero del segundo. Los gritos guturales de Vedder cercenan la canción como un machete. Es una muestra, también, de la sencillez al extremo que suele trabajar la banda (tan solo dos acordes mayores estructuran la columna vertebral del tema), algo que Vedder profundizaría en su obra solista: la banda sonora de Into the wild, de 2007, o su concierto Water on the road y el disco Ukelele Songs, de 2011). La letra, compuesta por Vedder y McCready, habla en tercera persona pero bien podría estar hablando de cualquiera de ellos. Un joven conflictuado que apuesta al amor a pesar de las cadenas que lo aprisionan. “Él flotó hacia abajo porque quiso compartir / su llave a las cerraduras en las cadenas que vio por todas partes / Pero primero fue desvestido y luego apuñalado/ Por hombres sin rostro, bueno, bastardos / Él sigue de pie”. El mensaje es esperanzador, como muchas baladas tenues de Pearl Jam. De nuevo el imaginario oceánico, las olas que golpean como un cross a la mandíbula, el viento, el océano y el cielo abierto. Y una frase que, de nuevo, puede ser leída como la de hombre maduro que le canta a un padre ausente: “Hey, mirame ahora”, lanza Vedder, y estremece. Pablo Díaz Marenghi
“State of love and trust” – Rearviewmirror: Greatest Hits 1991-2003, (2004)
La película Singles (1992), dirigida por Cameron Crowe (Casi Famosos), muestra las vidas entrelazadas de seis veinteañeros que deambulan entre el amor, la bohemia y la desazón propia de la Generación X. Uno de estos personajes, Cliff Poncier (Matt Dillon), es un músico pelilargo que bien podría ser un alter ego de Eddie Vedder. Crowe, amigo de los PJ, le pidió al cantante que escribiera una canción inspirada en el filme. Así nació State of love and trust, que formó parte del compilado Rearviewmirror y es una de las primeras grabaciones con Dave Abbruzzese en la batería. La música fue compuesta entre Vedder, Jeff Ament y Mike McCready, y la canción encaja dentro del pathos tradicional de Pearl Jam. La letra de Vedder es un pedido de auxilio desesperado e introspectivo (“Ayudame de mí mismo”), y la parte sonora, a cargo de McCready, despliega esa potencia tan propia del grunge, con acordes amplios y profundos, tamizada por la distorsión y por momentos bluseros alla Ray Vaughan. La estructura melódica es sencilla: dos notas (Fa y La menor) y tonos mayores con algunos juegos en Sol, una batería machacante y un descenso en el pulso para resaltar la voz de Vedder, que se pone más cavernosa y funciona como preludio al solo de McCready. “State…” funciona, además, como lectura de una época: bien podría ser el soundtrack que encarna la angustia de Seattle y la furia del grunge, el placer amargo de vagabundear y la sensación de no pertenecer y de seguir adelante a pesar de las frustraciones garantizadas por la pesada herencia de los adultos que manejaban las reglas del juego. Como piezas de un ying yang melancólico, ambas obras (la película de Crowe -quien también dirigió Pearl Jam Twenty– y la canción) forman una amalgama perfecta. Antes de tocarla en vivo, en un show del 8 de septiembre de 1998 en Nueva Jersey, Vedder dijo que “era una canción que hablaba acerca de ser fiel”, y esto podría leerse en el inicio mismo de la primera estrofa: “Estado de amor y confianza/ derroté el pretexto / el pecado todavía juega y predica/ pero el campo de juego está vacío”. Pablo Díaz Marenghi
“Nothing as it seems” – Binaural (2009)
En el libro Tras la huella de Pearl Jam (2015), el periodista danés Henrik Tuxen cuenta la rivalidad entre Pearl Jam y Nirvana que encontró en su primera visita a Seattle. Los liderados por Cobain encarnaban la rebeldía más rabiosa, mientras que Vedder y compañía eran más radiales y tenían mayor raigambre en la canción popular estadounidense. Pero, como nada es lo que parece, después ambas bandas forjarían una buena relación. Hasta Vedder compondría temas influenciado por el dolor que le provocó el suicidio de Kurt (“Last Exit”, “Thremor Christ”). Quién se imaginaría que, años después, Vedder sería el único sobreviviente encargado de subsistir con el dolor de velar a sus amigos. Respecto a “Nothing as it seems”, que también gira en torno a las contradicciones y las falsas apariencias, la canción hace foco en las adicciones y en lo realmente importante de la vida: la búsqueda de un lugar de pertenencia. Compuesta por el bajista Jeff Ament, se convirtió en un hit inoxidable de la banda. Canta Vedder: “No es nada como parece, lo poco que necesita / Es el hogar, y lo poco que él ve / No es nada que reconozca, es el hogar / Un cromosoma sin invitación, una capa como el ozono”. La letra presenta a un personaje refugiado en la metadona, que busca en un susurro a través de un megáfono un poco de esperanza. La atmósfera sórdida queda acentuada gracias al pedal Fender de distorsión de McCready, sonido que él describe como “un avión aterrizando”. Un solo bien blusero y gilmoureano le da aire fresco a la canción y la convierte en una de las composiciones más emotivas del grupo, que también conecta con fibras íntimas del grunge: la idea de una disconformidad que se expulsa, como un vómito, y que va más allá de la exuberancia en el volúmen. El grunge no fue puro enojo. Tampoco una rabieta de adolescentes con camisas a cuadros. Fue, y es, un suspiro. Una duda lanzada con furia y ocultada con sutileza. Pablo Díaz Marenghi //∆z