¿Por qué un disco puede cambiarte la vida? ¿Qué hace que escuchemos justo ese? ¿La providencia? ¿El azar? ¿Una casualidad? Un pibe de Solano, del deep conurba, escucha una tarde (What’s The Story) Morning Glory? de Oasis y su mundo se rompe en dos.
Por Walter Lezcano
Por momentos parece que la vida fueran capítulos sueltos de una novela caótica a la que recién le ves el sentido — su potencia de verdad y lógica interna imposibles de dilucidar en su momento— recién al final, antes de que te bajen la persiana en la nuca para toda la cosecha. El tiempo pone las cosas en su lugar, como por ejemplo: la vida y la muerte haciéndose un espacio importante entre todos nosotros. Mostrándonos los límites y la importancia de las risas, del respeto, de la bondad.
Si miro para atrás sin rencor, puedo decir con mucha tranquilidad que el capítulo de la escuela secundaria fue para mí un maldito infierno que se veía interminable. Me sentía un dead man walking cada mañana entrando en esos pasillos enormes de una escuela atroz que ocupaba toda una manzana en el centro de Solano, frente a un hospital y al lado de una iglesia. Nada —nunca— es casualidad.
Supongo que mi desencuentro con la secundaria, entonces, tenía que ver con una época caótica de mi vida que incluía una adolescencia conflictiva, una familia en proceso de destrucción —otra vez—, un colegio técnico de doble turno que no había elegido ni percibía como mi lugar y una falta total y absoluta de interés por eso que algunos llaman futuro. Pero era una obligación que había que cumplir y en esa condena debía buscar algún punto de fuga hacia el placer. Nunca se trata de soportar nada porque eso es ingrato, se trata, en realidad, de descubrir el truco para estafar al enemigo. En mi caso, el enemigo era el aburrimiento que me producía la institución familiar y la escolar. Ahí apareció la música. Y fue algo así como andar confundido y encontrarse a dios.
La cosa fue de esta manera: todos mis compañeros de curso (por extraño que parezca) eran fanáticos del heavy metal: hombres de negro, melenudos, rudos, parcos, inconmovibles. Menos yo que de forma extrovertida estaba surfeando las tierras movedizas del rock nacional de Los Piojos, La Renga, Los Redondos y demás. Aunque ya había dado mis excursiones arqueológicas y en esas aventuras costosas descubrí a los pioneros de Manal, Pescado Rabioso, Almendra, Vox Dei, y demás. Y como no quería que mi mundo fuera limitado — nadie quiere eso en la juventud— decidí darle una oportunidad al heavy metal. ¿Qué había ahí que tanto les gustaba? Mis prejuicios eran extraordinarios respecto al heavy por cuestiones injustificadas. Demasiados hombres involucrados no puede ser algo bueno, pensaba.
La cuestión es que un amigo me invitó a la casa a escuchar unos discos y a tomar unas cervezas. Supuestamente íbamos a terminar un trabajo práctico que nunca vio su final. Esa tarde, mi compañero me hizo escuchar canciones de Hermética, V8, Metallica, Judas Priest, y así iba sacando y poniendo temas en esa época prehistórica del CD. En uno de esos espacios vacíos en los que buscaba qué canción poner me acerqué a su pequeña y monotemática discoteca. Y entre todos esos discos había uno de Oasis. Ya sabía de Oasis por MTV. No era fan, ni siquiera podía tararear una canción de ellos. Pero eso iba a cambiar. Agarré el CD, leí el título ((What’s The Story) Morning Glory?), y mi compañero me dijo que ese era un “discazo”. Me sorprendió: disfrutaba algo no-heavy. Bien, fue una buena sorpresa. Después puso el disco y lo escuchamos de principio a fin. No había pasado con ningún otro grupo ese día. Cuando terminó, los dos nos quedamos con una sonrisa inamovible. Él porque había disfrutado el disco y yo porque mi vida había cambiado un poco. Para mejor.
(What’s The Story) Morning Glory? es el segundo disco de Oasis y, en muchos sentidos, continúa el influjo creativo que se desató en Noel Gallagher después del éxito que significó la salida de Definitely Maybe. No es una segunda parte ni nada parecido porque Noel, tal vez el mejor songwriter de su generación, no trabaja a nivel conceptual, pero sí mejoró su aura compositiva logrando momentos de perfección pop al que sólo pueden acceder muy pocos. Pareciera que a un estrato consciente, y a un grado inconsciente también, Noel pudo encontrar la sucesión de acordes que son necesarios para construir una canción inoxidable que se clave directo en la sien, en el corazón y en la piel de la gente. Digo, no alcanza con robar fragmentos, riff y demás, tiene que haber un aporte personal del compositor y en ese camino Noel aportó una curaduría musical histórica referencial (“¿de dónde me suena eso?”) pero también unas letras con espíritu épico: el que lo escucha siente que, de pronto, puede lograr lo que se proponga e ir adonde quiera. Se borran, con estas canciones, las distancias y las imposibilidades y surge la búsqueda. Como por ejemplo: tener una vida que valga la pena ser vivida.
Como yo no tenía, por suerte, ninguna referencia contextual de lo que pasaba en ese momento con la música en UK, el britpop y la estúpida rivalidad con Blur, escuchar ese disco en la era pre-Internet significó el arribo a canciones que hablaban de mí, un adolescente de San Francisco Solano con una irritación inagotable por el mundo, y de lo que yo quería lograr sin siquiera saberlo. Era un rock de guitarras, sí, y además estaba cargado de un ímpetu, un verdadero phatos, que tenía la fuerza energética para derribar cualquier obstáculo y barrera. Si yo había sido educado con la idea cultural que implicaba cumplir todos los contratos sociales (estudio, trabajo, matrimonio, hijos, jubilación, muerte, olvido) y de ascensión de clase vía esfuerzo y respeto de la legalidad, este disco me decía: “bueno, es posible que toda esa mierda no te sirva para nada”. Porque el rock, lo supe con este disco y otros igual de buenos, es esa chispa necesaria para que te replantees tu vida sin siquiera ser directos ni metafísicos.
La tapa no dice nada. No da ninguna puerta de entrada hacia lo que vas a encontrar en el disco. El título tampoco. Y eso nos da una idea de la apuesta de Oasis en ese momento: no bullshit. Es decir, sin giladas, vamos al punto, lo que importa realmente son las canciones más que cualquier decorado. Ahora bien, ¿el disco tienen una narrativa? Para nada. Pero sí resulta un buen conjunto de canciones que funcionan de manera extraordinaria juntas y van creciendo en intensidad emocional sin ser melosas ni cursis. Te tocan el interior sin sentir placeres culposos ni caen en el lugar de sentir vergüenza.
“Hello” y “Roll whit it” son el comienzo perfecto que atrae y sostiene el interés inmediato. Por ese entonces yo no entendía tan bien el inglés, aunque le ponía mucho empeño, y no comprendía qué decían. Pero eso no detiene a nadie, se pueden crear otros vínculos ahí. Existe la pronunciación de Liam que te arroja a un terreno ineludible y perfectamente delimitado: el de la libertad y la necesidad de fortalecer eso que tenés adentro para darle para adelante. (Ahora que lo pienso, fue por ese entonces que perdí el miedo a la soledad.)
“Wonderwall” y “Don’t Look Back in Anger” actúan como baladas sensibles sin perder el tono áspero que constituye una marca de clase (baja). Como si se tratara de la sensibilidad del guerrero que contempla el paso del tiempo desde la ventana de un bar: una reflexión cargada de experiencia, real o imaginaria pero experiencia al fin.
“Hey Now!” y “Untitled” son dos estadios de calma que preparan el terreno en dos sentidos: con reposo por lo que vino y tomando impulso para lo que vendrá. De esa forma, Oasis iban armando sus listas de temas para los shows también. Pero es otro tema interesantísimo.
“Some Might Say”, “Cast No Shadow”, “She’s Electric” y “Morning Glory” se potencian como bloque resistente y poderoso porque ahí se puede escuchar cierto adn sonoro al que le rinde tributo Oasis y muestra lo que son capaces de hacer en estado de gracia, como era el caso del periodo que cubre este disco. Estilo, actitud, melodía, fortaleza, magnitud, fervor, elegancia y lucidez son sensaciones que se desprenden y se transmiten al escuchar estas canciones con atención. Y te llegan de una manera tan vívida que creés que el mundo te queda chico, que no hay barreras de clase y que todo lo que tu cabeza te tire lo vas a conseguir con solo imaginarlo.
El final con “Champagne Supernova” deja la puerta abierta para futuras y mejores experiencias. La vida, al lado de Oasis, tiene estas cosas. Con esa movilidad que consigue el tema, de la tranquilidad a la psicodelia y de ahí a la hipnosis y más tarde de nuevo a la sana expectativa de lo que vendrá, se vuelve irresistible como soundtrack para cualquier fin de fiesta e instancia bisagra en toda existencia que esté atravesando un momento importante.
Para mi subjetividad, la década del noventa fue un monstruo de dos cabezas que aullaban siempre en mi pieza: Nirvana y Oasis. Pero siento que con Nirvana tengo mucha más empatía con Kurt Cobain a un nivel humano que sonoro y, en cambio, con Oasis necesito sus canciones como parte vital de mi cotidianeidad y rutina sin tener las mínimas ganas de conocer ni cruzarme con los hermanos Gallagher. Y ese puente duradero, que sigo transitando hasta el día de hoy como si nada, comenzó hace tiempo con esa maravilla que responde al nombre de (What’s The Story) Morning Glory?.
¿Pueden un par de canciones de unos pocos minutos modificar tu manera de ver y habitar el mundo? Claro que sí. Porque el rock como engendro burgués y capitalista presenta una paradoja: actúa de manera individual, sobre determinadas conciencias —muy pocos en realidad—, y desestabiliza las certezas heredadas de tu clase, tu cultura, tu sexualidad, tu trabajo, en definitiva: el lugar que querés tener en el mundo.
Desde que el rock entró a mi vida, humilde y desarraigada, supe que era una de esas cosas para siempre. Un punto sin retorno al que uno le da su tiempo porque sabe que no hay mejor vida posible que aquella que está basada en tus propias decisiones. (What’s The Story) Morning Glory? de Oasis es una gran parte de ese linaje de discos, cada uno tiene el suyo, que me dieron un verdadero impulso —grande o pequeño, ya no lo recuerdo y la verdad es que no importa demasiado— para dejar de lado ciertas superficies discursivas, mandatos que tienen un peso insoportable y te arruinan el viaje, y tratar de cavar más hondo en una forma de existencia honesta: conmigo, con el entorno.
Y esa es mi manera invisible, y por otra parte el combustible necesario, para no rendirme.//∆z