El Sábado 16 tuvo lugar la segunda jornada del Vol. 19 del Festipulenta, y entre baile y emoción tocaron Mi Amigo Invencible, El Bicho Bolita, Antolín y Sr. Tomate.

Por Claudio Kobelt

Fotos por Gisela Arevalos

Que sensación bella es entrar al Zaguán Sur, y que en ese mismo momento comience a sonar Mi Amigo Invencible. Es como llegar a casa y que un abrazo fuerte y largo te de la mejor bienvenida. El grupo suena poderoso, unido, inquebrantable, un ensamble macizo y compacto sellado con el fuego de esas canciones sin género, y que refrescante es que así sean. Entre el folklore psicodélico, aires de carnaval kraut, algo del pulso rioplatense, el pop más delicado, y la potencia del rock más duro, despliegan un set caliente, corto, donde repasan temas de todas sus épocas, y que deja muestras a los asistentes que allí se encuentra uno de los grupos más interesantes y renovadores de la nueva escena independiente.

Los músicos de Mi Amigo parecen estar unidos por una conexión invisible e indivisible, invencible. Emocional y artística al servicio de la melodía. Le dedican su canción “Los Pájaros” a El Bicho Bolita, el invitado especial del festival, y mientras la tocan saltan emocionados de su propia energía, la cual se contagia y esparce pegando fuerte en todo los presentes. Mariano Di Cesare, uno de los cantantes del grupo, se baja a tocar y cantar entre el público, mientras mira al escenario, a sus compañeros, y se deja envolver por ese calor que ellos mismo generan.

Sin perder de vista la madurez compositiva y sonora tras su más reciente disco (La Nostalgia Soundsystem), M.A.I. conserva cierta energía lúdica y primaria, profundamente natural. Tras una aguda zapada noise, dan paso a “Destruir”, esa que habla de “nadie sale vivo”, y que deja a los presentes más vivos que nunca. Así se despiden y deja el escenario Mi Amigo Invencible, inaugurando su segunda noche del festi, siendo además la banda “debutante” en los avatares pulenta, y dejando la certeza en ese clima abrasador, que si eso no es “pulenta”, entonces nada lo es.

Luego llega el turno del visitante ilustre de esta edición: desde la provincia de Neuquén, la leyenda viva de El Bicho Bolita, en esta ocasión con su nuevo grupo Paris Gatitos. La voz del Bicho es única y emocional, brotando desesperada de las entrañas mismas del sentimiento, y los Paris Gatitos parecen ser el grupo justo para darle el poder, las melodías y  el transporte necesario para que esa voz se proyecte fuerte y salvaje en el espacio. Más que un grupo tradicional,  los PG -con las caras pintadas y vestidos de colores- responden a la imagen de un colectivo de artistas, de actores, clowns y performers que encontraron su expresión en los instrumentos, y su guión en las letras del Bicho. Suenan “El Ojo Chueco” y “A la luz de las estrellas”, esa especie de rocanrol básico y puro, barrial y sin maquillaje.

El Bicho invita al público a bailar, a desatar el cuerpo, que no pide otra cosa que movimiento y liberación. En “Abejas”, el cantante se baja a bailar con el público y algunos de los más enfervorizados asistentes lo rodea y salta a su alrededor mientras el toca feliz en el medio, mirando a los ojos de los  bailarines y de la canción. En cierto momento del show, Poli  de Sr. Tomate se acerca entre la multitud y queda cercana al escenario mirando como una más. Cuando el Bicho la descubre sonríe amplio y brillante, y cuando la canción termina, el Bicho baja del escenario y la abraza fuerte durante varios y largos minutos, como nunca queriendo soltarla, en un lazo eterno, mientras todos a su alrededor aplaudimos ese reencuentro genuino de dos amigos que hace tanto no se ven, generando uno de los momentos más emotivos e imborrables en la historia del festival.

En lo musical, los ritmos de Paris Gatitos son juguetes sin instrucciones de uso, y así pasan por el blues, el candombe psicodélico, el rocanrol y la melodía más cálida. La vocalista, visiblemente embarazada, es la imagen justa para transmitir la esencia del grupo: la de una canción que lleva algo vivo, mágico y misterioso por dentro. En otro momento para el recuerdo, El Bicho está tocando abajo del escenario mientras ella canta arriba, hasta que también baja al público y se sienta en el piso, a lo que el Bicho se acuesta, dejando su cabeza en el regazo de ella, sin dejar de tocar, y ella le acaricia la cabeza sin dejar de cantar. Este será otro de esos momentos que recordaremos por siempre, y que al recordarlo volverán esos ojos rojos y piel crispada que sentimos muchos de los asistentes.

Llega el turno de esa balada desgarrada que es “Canción de Nadia”, a la que le pegan “Satélite”, vieja canción del Bicho (¿quizás nuestra propia y telúrica Satellite of love?). Se despiden pero las gargantas inquietas piden más y más,  y el Bicho agradece y ataca con “Arte de Magia, cover de Círculo de Medianoche, para la que Poli de Sr. Tomate se sube a cantar. Y en medio de aplausos y ovaciones se despide Bicho Bolita de Buenos Aires, esa especie de crooner desgarrado, de líder místico de un culto encendido, de cantante emotivo sin más discurso que el de su propia sensibilidad en llamas.

Y hablando de sentimientos ardientes, sigue Antolín, cuya voz se propaga como una onda expansiva, llenándolo todo de luz pura y radiante. Primero solo con su criolla, luego con Peta de Go- Neko! en guitarra, quien luego se la cede a Mora Sánchez Viamonte de 107 Faunos, y sumando sus nuevos excursionistas para “Prince of Persia”, “El Retador del Peligro” y “Días del Futuro”. Un grupo de pibes emocionados se abrazan y saltan cantando a los gritos, agradeciendo. Para el final, suena “Asalto Comando” en versión punk y candente, agitando el pogo. Los asistentes piden otra y otra, y Antolín nos regala su bella versión de “El Camionero”, lindísima y clásica tonada de El Bicho Bolita, que aquellos que la conocen cantan febrilmente, con la piel de gallina por esa unión de autor e interprete que nadie dejó de aplaudir, al igual que la existencia de este poeta generacional y emotivo que es Antolín.

Y le sigue la danza indómita de los cuerpos excitados por el ritmo imparable de Sr. Tomate. El manejo de la escena y la voz de Poli son como siempre de las más personales y sinceras. Para “La Pieza de un amigo”, el pogo se vuelve violento y feliz, donde todos saltan sonriendo de esa alegría bestial del baile a empujones, porque acaso ¿hay algo más efímero y a la vez eterno que ese momento de los cuerpos chocándose en plena celebración, en sincera comunión con un montón de amigos desconocidos y con el ritmo que suena? Al finalizar cada tema, Poli también aplaude. Entendemos que a la brillante ejecución de la orquesta tomate, y a las gargantas rojas del público que corea fiel cada letra, viviéndola, haciéndola suya. Le dedican al Bicho Bolita ese himno rutero de atardeceres que es “Camioneta”, ideal para acortar distancias, las de todo tipo.

En ese country frenético, los Tomate son vaqueros montando nuestros corazones salvajes, pero sin domarlos, agitándolos siempre más. Se despiden pero claro, hay gritos de bis y otra y por favor no se vayan nunca. Y entonces cierran con “La Tempestad”, pero otra vez el coro aúlla “Otra!” y “Más!“, y le pegan la festiva “Ritmo de Vida”. La muchedumbre sigue pidiendo, pero ya es hora de retirarse, es momento de cerrar, de dejar que los recuerdos de esta noche echen raíces, y de volver a ellos siempre que lo necesitemos, como a esa imagen del Bicho Bolita saltando con el público, a Antolín deslumbrando solo con su garganta quebrada y su poesía dulce y oscura, a Mi Amigo Invencible iniciando el calor, y Sr. Tomate echándole nafta a ese mismo fuego. Y sobre todo, al recuerdo y la certeza de tener en el Festipulenta un espacio único, necesario, con tantas posibilidades como amor se respira en el lugar.