Pequeñas postales del show que marcó el regreso de Antü, una de las bandas de culto del Oeste.
Por Joel Vargas
Foto: Julián Gonnella
Las canciones estuvieron atrapadas en sus discos dos años y un poquito más. El baile había cesado. Bah, se había transformado en otros bailes, en proyectos musicales solistas con melodías riquísimas para los pies y el oído. Pero el baile que todos y todas queríamos se volvió a armar el viernes 30 de septiembre en Niceto Club. Volvieron luminosos, rebeldes, rabiosos y soleados. Sí, volvió Antü.
“Música. Amor. Luz. Cámara. Acción”. Horas antes del show, los chicos expresaban su felicidad por la reunión que renueva un ciclo: volvían a llamarse Antü luego de ser conocidos por un tiempo como Yenifer y Su Auto Mágico. “Es como volver a la esencia inicial del grupo pese a las adversidades técnico-legales del nombre. Si bien es importante el nombre, lo es mucho más el encuentro con los compañeros y la música misma que vamos a hacer esta noche”, dijeron.
Había ansiedad en el aire, pero se cortó rápidamente cuando el show empezó con “Conga- Dance”. El tiempo no había pasado: Guille Beresñak con esa mítica remera de Pebbles y Bam Bam que usaba casi siempre y parecía que los dibujitos se movían a la par de él. Mientras, Checho destilaba groove con el bajo, Juanito mostraba su serenidad de monje en la guitarra, Gabriel bailaba con las seis cuerdas y Matías le daba “bomba bomba ¡bomba!” a la bata. Pegadita llegó la nostálgica “El Camino”, una suerte de manifiesto donde Guille -el carismático frontman- canta: “de viaje me siento mejor, extrañando a la gente que quiero”. El público los extrañaba y ellos también, se les notaba en la cara.
Presten atención, esta seguidilla de canciones fue clave: “Negra”, con Juanito pidiéndole el “corazonito” a todas las chicas de Niceto; “Conga-Milonga” y su “bombá”; “Encontré una razón”, y la clave cumbiera para ser feliz. Había terminado esa canción y todos, y todas éramos Antü: el chico de la barra que tomaba la cerveza caliente, la morocha sexy que bailaba como si estuviera flotando, el de la cámara con rulos, este cronista entusiasta, el hippie con el bastón. Absolutamente todos.
Para la real academia española, una de las acepciones de energía es “un medio físico, causada por ondas electromagnéticas, mediante las cuales se propaga directamente sin desplazamiento de la materia”. Sin embargo, “Quiero arrancarme la piel” hizo vibrar tanto a Palermo que podría ser, tranquilamente, otra acepción.
Con cada minuto que pasaba el show se volvía más intenso, por culpa de la cuidada selección de la lista y por el despliegue de la banda. Las canciones –ensayadísimas- tenían un mix de espontaneidad y prolijidad. Todo podía pasar, desde el característico baile ecléctico de Beresñak hasta el toque roots de Mateo de Tamarisco en “Cayendo en el planeta”, logrando una sublime versión.
Los temas se sucedían y el baile ya no era una necesidad, era una ideología: “Yenifer y su auto mágico”, “Niebla” y “Ya probé” lo decretaban.
Creo que es imposible describir con palabras el baile de Beresñak. Antes dije ecléctico, puede ser hipnótico pero creo que es mejor verlo. “Yolanda” es un buen ejemplo. A todo esto la gente cantaba “mi esperanza, por favor no te vayas así” y ellos no se podían ir así, venía lo mejor de la noche.
En “Circular”, Juanito el cantor sacó los pergaminos de genial compositor y con su característica voz manifestó: “porque a partir de hoy voy a resucitar en cada canción”. Mientras todos bailaban en círculos de manera despechada, alguien cantando, gritó: “Sostengan la luna que se va a caer”. Creo que fue Juanito, sí fue él, también fue Guille y fuimos todos. Esas canciones son las dos caras de la misma moneda del talento de Antü. A esta altura Checho le había dejado el bajo a Santiago “Rulo” Capriglione y el groove seguía intacto.
El gran final fue “Imagen”- si alguien tiene dudas que Beresñak es groso escuchen este tema- y era lo que todos esperaban. Antü se desarmaba en el escenario, dejaban todo: las voces, el alma, las lágrimas para convertirse en canción, la mejor de una de las bandas de culto del Oeste. El estribillo inmortal fue cantado por todos al unisono: “y la gente se da vuelta y ya nadie se da cuenta que todo, todo se derrumba” y fuimos Antü de nuevo: energía solar que se hace manifiesta en canción.
La fiesta siguió con Tamarisco. ¿Y el próximo baile del sol? Dicen que el año que viene, cuando cumplan los 10 años…
La foto y el video son cortesía de oeste.rock.com.ar y de Julián Gonnella