Morbo & Mambo presenta BOA, un disco que borronea con talento y flasheo las fronteras de lo que una vez fueron el bien y el mal.

Por Patricio Cerminaro

Desde que un enamorado o tal vez un despechado compuso la primer canción, esta es una unidad biplánica, donde letra y música se complementan, se besan y se aman para ser uno, para formar algo que no son cuando están en soledad. La lírica, sin acompañamiento, tal vez podría llegar a ser poesía. Muchas de las composiciones, sin una voz, sin un contrapunto, se vuelven monótonas y pierden su gracia.

Morbo y Mambo se encuentra frente a la quimera de crear canciones con tan solo uno de los dos elementos fundamentales. Lejos de suplantar la falta de voces con un instrumento que haga las veces de líder melódico, mueve la trama de arriba abajo por el diccionario de las emociones con fraseos que mentalmente pueden ser suplantados por palabras al azar. Forman una tropa cuasi sindical de caballos con ojos vendados que empujan hacia adelante sin importar por donde ni qué es lo que están cargando. Eso que empujan y que viene detrás es el mensaje, todo lo que está vedado, tácito por la falta de medio auditivo que lo decodifique en forma de palabras; la música instrumental democratiza a la audiencia, la iguala entre sí y hasta incluso la acerca al músico, al menos de forma aparente, porque los códigos son los mismos. Sin decirlo, la banda invita a la igualdad, al disfrute porque sí, porque hay que festejar, porque hay que sentir.

BOA, placa que fue bautizada a partir de un escrito de Paulo Leminski, es un héroe frente a la eterna seducción del lado oscuro, es la luz que se puede apagar, un Jedi que es tentado a ser un Sith, Frodo amando al anillo de poder. Morbo y Mambo borra la línea entre el bien y el mal, es Yin y Yang, pero también es un volcán a punto de estallar, el Apocalipsis latente, la amenaza de fin del mundo que nunca se concreta, pero que allí está, siempre renovada, en constante tensión, como los trances de sus canciones, diabólicos, mecánicos y fluidos, tan enamorados del presente que lo vuelven loop, para que nunca termine.

“Bao de Gong” inaugura la placa recordando, casi igualando, al Radiohead de The Kings of Limbs, con oleajes synth que pasean sobre un groove digital demencial. Cuando los androides conquisten la Tierra, tal vez esta sea su canción de cuna. Ya alejándose de la banda de Thom Yorke y acariciando cierto sonido similar al de Plastic Beach, la notable placa de Gorillaz, “Cara de Combi” comienza a pulir la pista de baile e invita al disfrute del esqueleto de los primeros comensales. Luego de que el oyente se pregunte por qué el tercer track fue nombrado “Chori ’95” llega “R. Funke”, con riff setentoso y alma de garaje, sucia y perturbadora. “4-4-2” es desalineada, saturada, una oda stoner de interrupciones afro, el baile ritual a doble velocidad con el que Morbo y Mambo celebra, porque a ellos ya no les importa el bien o el mal, están más allá de todo y sólo resta bailar.//z