En una noche densa y lluviosa, Zaguán sur recibió a Los Reyes del Falsete, Perdedores Pop, Carmen Sandiego y La Ola que quería ser Chau. El día 2 del Festipulenta Vol. 16 sacudió el sábado cada vez menos under.
Por Sebastián Rodríguez Mora
Fotos por Nadia Guzmán
Mientras multitudes comepastillas se amontonaban en Costanera Sur a recibir la lluvia de verano y las estridencias propias de la fiesta electrónica, en una cueva gentil de Once al sur hubo el sábado un poco de espacio para cuatro bandas y la gente que logró entrar a verlos antes de que el lugar se llene hasta rebalsar. Esas cuatro bandas ofrecieron sus canciones y tomaron cerveza, compartiendo el calor y la ventilación escasa que son marca registrada del under porteño. La gente que se quedó afuera –no por ser distinta, desinteresada, menos valiosa, pero sí más colgada con la hora- insistió para entrar bajo la lluvia, aunque el patovica necesario les diga que no, que ya estaban con la capacidad completa. Adentro, mientras hervía el caldo que cada Festipulenta llena en las panzas mentales de los individuos e individuas espectadoras, este cronista se preguntaba qué es lo tan especial que tenía para ofrecerle su debut en uno de los más convocantes y constantes espacios donde el hoy de la música argentina se explaya, superando el anonimato bandcampero y cultivando “Me Gustas” –dejando de lado el hecho de marcar una senda al futuro cada vez más firme.
El cronista de esta nota estaba de un humor extraño, bastante parecido a la ortivez. Motivos aparte, bajóse del colectivo 103 en Av. Belgrano y cubrió en pocos pasos la distancia entre la parada y la puerta de Zaguán Sur, y mientras se anunciaba en la lista de invitados para esquivar el pago de la entrada –bendito sea el momento en que eligió hacer Prensa- volvió a degustar el privilegio mínimo pero eficaz de entrar sin pagar a algún lado. Revanchas socioeconómicas aparte, entrando al mismo tiempo que él un muchachito finito encaró para el escenario con unos cuernos de plástico rojo con luz intermitente instalados en la cabeza. Tomando su guitarra y junto a sus cinco compañeros de banda, los primeros acordes de Canción Robada comenzaron a atronar. La Ola Que Quería Ser Chau hace acordar a The Smiths, así al instante. Nada más que van a cinco mil por hora, convirtiendo todo en un infierno feliz, contento de ser infierno.
Seguidamente, Carmen Sandiego desembarcó del Buquebus que los trajo de Uruguay con sus canciones amargamente hermosas. La voz cantante cada tanto se disculpa por lo depresivo de las letras, pero nadie de los presentes se queja. Al contrario, solicitan urgentemente más quilombo y no piden por favor. Para muchos esta banda era más que esperada, entonces las canciones estaban en la boca de esos muchos. Carmen empuja a fuerza de un punk oscuro, haciendo que la medianoche llegue, pase y nadie se dé cuenta, porque es encima del escenario donde la magia ocurre. “¡Qué momento más Pulenta!”, le grita al cronista uno de los monos aulladores y barderos del público, cuando la banda pregunta a ver si alguno se sabe la letra de La Balada del Diablo y la Muerte de La Renga, para hacer una versión sui generis (no, no fue una cruza entre hippismo y rocanrol, nada que ver). Una rubia equis, una chicuela de por ahí deja su vaso encima de un parlante y se deja llevar en el micrófono, recontra agitándola. Ahí está, esto debía ser lo que nos trajo hasta este horno ensordecedor, aparte de los precios semi populares del alcohol: una equis subió al escenario y Chizzo, esté donde esté, quedó así de chiquito, minimizado por el espíritu Pulenta.
Los platos fuertes llegaron en primer término con la forma de una de las bandas seminales en el lado B de los dorados noventas en Argentina: Perdedores Pop homenajeó con su set el reciente fallecimiento de su miembro original y amigo fanático del celeste Temperley, Charly Piesco. Su lugar sentido y vacío en la batería lo ocupó por esta ocasión Tifa Rex de Los Reyes del Falsete, que ya andaban mezclados entre la gente esperándolos. Los otros dos Reyes subieron cada uno a su tiempo para acompañar a los hermanos Rial con su energía pop recubriendo ese alma sensible de canciones que son como un misil apuntándote específicamente para que explotes en identificación: para eso está Planes, por ejemplo, o aún más 1000 Higos, que es al menos en sus primeras dos estrofas un resumen de lo que le pasó a este cronista antes de sentarse a teclear esto. Un temazo atrás de otro amontonó a la gente cerquita del escenario y fue preparando el cierre a toda maquinaria de la noche.
Se tomaron el tiempo necesario para enchufar todos los juguetes quilomberos que portan, pero valió cada minuto de esa media hora de espera: Los Reyes del Falsete, bastante mambeados pero enteros, destruyeron prolijamente lo que quedaba de nuestros oídos. Y no sólo por el problema grave que uno de los parlantes empezó a sufrir y que los especializados técnicos solucionaron a fuerza de cinta de papel, porque sus armonías al límite y la genialidad de canciones como Verano Pesadilla o Contale al Mundo son muestra de la potencia bella y viva que este cuarteto tiene en cada uno de sus shows.
La noche llegó a su fin, y aunque había ganas de quedarse, este cronista se fue a la caza de algún taxi vacío que lo deje en su barrio, porque una lluvia tremenda aliviaba afuera del Zaguán el clima opresivo de Buenos Aires. Y pensando en los comepastillas de la Ultra pasados por agua, la cama deseada y la ocurrencia magnífica de llamar Carmen Sandiego a tu banda, la puerta del taxi se cerró y el punto final a otro Festipulenta lo pusieron otros, los que siguieron adentro hasta que los echaron. Pregúntenles a ellos por las dudas, como para tener otra opinión.