El autodidacta Richard Linklater lo hizo una vez más. Su nueva película, “Antes de Medianoche”, celebra los dieciocho años de Jesse y Celine, en los que tres días contra el reloj bastan para hablar de muchas de las cosas que le dan sentido a la vida.

Por Ángeles Benedetti

“If you want true love, then this is it. This is real life, it’s not perfect, but it’s real and if you can’t see it, then you’re blind.”

“Antes de Medianoche”es solamente una película. Jesse y Celine son sólo significantes, cuyo significado se encarna en los privilegiados cuerpos de Ethan Hawke y Julie Delpy. Toda la magia que tiene lugar durante la infancia son los padres (ellos mutan de ratón a hombre de barba blanca a lo largo de las estaciones del año), y el fútbol son diez tipos corriendo atrás de una pelota –porque el arquero ni siquiera es tenido en cuenta.

Objetivamente, todo esto es real para aquellos que hayan tenido la desventura de dejar de ser niños “del todo”. Es que ser, todavía, al menos un poco niño, es conservar una cuota importante de inocencia y sensibilidad. Es no dejar de sorprenderse con lo que sucede a nuestro alrededor, con todo eso que tiene el mundo y que nos interpela constantemente; es permitirse llorar en público, en un cine, en un vagón de subte o en cualquier lado. Porque a pesar de ser adultos, estamos vivos. Y no es poca cosa. No parece entonces casual que Spinetta, en una canción de amor, piropee a su manera con una frase como “todas las cosas que te veo se parecen a un niño”. Tampoco que, en la última película de la trilogía dirigida por Richard Linklater, Before Sunrise/Sunset/Midnight (no hay que tachar ninguna opción, todas son igual de deseables), durante uno de los primeros diálogos que tienen los dos protagonistas, Celine le diga a quien la cautivó ¡18! años atrás en un tren que conectaba Budapest con Viena: “I’m stuck with an American teenager”. Por su risa, es fácil percibir que lo que quiere decir en realidad es algo así como: sos un adolescente de cuarenta años, y aun así, te quiero con la misma intensidad que aquella tarde en la que te canté un vals en un departamento en Paris, y después –aunque el público no lo sepa, hasta ahora- hicimos el amor cinco días seguidos, en un enredo interminable de noches y mañanas y sábanas y gemidos que, tanto en inglés como en francés, suenan igual.

“Antes de Medianoche”es el triunfo del amor (dentro de los límites cinematográficos) en el mundo de lo efímero. Todo lo que sucede entre Celine y Jesse crea una confusión agradable y constante entre lo que pasa en la pantalla y lo que conocemos como vida real, a punto tal que cuesta distinguir dónde comienza y acaba cada una. Porque los problemas en esta pareja no son de los que empiezan con una despedida de solteros en Las Vegas, sino que son conflictos de todos los días, cosas que pasan tanto en el Peloponeso como en Parque Chás y cuya resolución es la que fortalece día a día los lazos entre las personas. Es que en este gran ¿final? de la trilogía del Antes se revaloriza el amor, para convertirlo en Siempre.

Hay muchas curiosidades que hacen de estas películas un fenómeno particular. Una de las más importantes es que, en las tres, los dos personajes están hablando todo el tiempo. La acción se reduce a caminar sin un rumbo determinado, a un parpadeo, a un gesto de cariño de más. Sin embargo, en esos tres días de la vida de Celine y Jesse que Linklater nos permitió conocer (en 1995, 2004 y 2013) quedó revelada un arte: el de decir las cosas como hay que decirlas. Los diálogos son la clave de todo lo que pasa entre los protagonistas, así se seducen mutuamente y a todos los que los miramos. Entonces, una vez más son las palabras las que rompen esa frontera entre lo real y lo imaginario para llevarnos, de la mano, a ese otro lugar donde sólo llegan los niños interiores a los que les abrimos la puerta para ir a jugar. Sí, esos que se cuestionan todo, pero nunca dudan del amor.//z

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