En su segunda novela publicada en lo que va del año, la música, la epilepsia y la escritura se combinan en un relato poco predecible y con grandes dosis de incertidumbre. 

Por Matías Buonfrate

Es difícil de escaparle a Bob Chow este año. El autor de El momento de debilidad (Nudista, 2015), arrancó un 2016 al taco con El Águila ha llegado, continuó con La máquina de rezar (Marciana, 2016) y cerrará con la futura publicación de Todos contra todos y cada uno contra sí mismo, novela con la que ganó el premio de La Bestia Equilátera.

¿Por qué la abundante publicación repentina? Antes que a Chow y su obra, habría que consultar a los editores valientes que siguen combatiendo en el campo de batalla editorial nacional. La condición de producción inevitable para la triple publicación podría ser que Chow escribe mucho. Habrá que esperar a que se publique Todos contra todos… para analizar si asistimos a la configuración de un proyecto literario o una acumulación de textos. Todo parece indicar lo primero.

En El águila…, las ideas de Chow rebotan contra todas partes como si el libro contuviera agua en ebullición. Lo que hierve es la estructura del storytelling. El mecanismo narrativo que Hollywood trabaja a la perfección aquí sufre como un conejo conciente y moribundo que no puede escapar a la proliferación de temas y giros.

Primero hay canciones. Solange Segula, músicoterapeuta intenta devolverle la conciencia a Gustavo Ceramic Guerber. El músico famoso se encuentra en coma en la clínica Kimifusa (nombre de pila del autor japonés conocido por su seudónimo Kobo Abe). La Segula, tal como aparece referida en el libro, también es epiléptica. Su profesión y su enfermedad curan juntas ya que Solange tiene la capacidad de entrar en la mente de Guerber cuando sufre un ataque. Allí, él habita en una isla paradisíaca rodeado de pangolines malayos y se alimenta de hormigas. Cada vez que recupera la conciencia, Solange vuelve con una canción “interceptada” que es obra de ambos.

Las intercepciones son demasiadas y Solange busca un inversor que le facilite la  grabación de un disco. El contacto con otra estrella de rock aún más grande que Guerber pondrá a Solange tras la vía del Águila, una misteriosa persona, semejante a una entidad encarnada que se ofrecerá de manera desinteresada a invertir en su proyecto a condición de que grabe las 666 canciones que ha interceptado en el paraíso comatoso de Gustavo Guerber.

La novela se reparte geográficamente entre los barrios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Trinidad. La ciudad es agresiva, quizás consecuencia de que haber tenido sucesivos gobiernos psicópatas. Dos locaciones recurrentes son la estación de tren Inquietante Colegiales y el barrio Palermo Mangeri. Trinidad, pueblo de la provincia de Corrientes, es apartado y tranquilo, aunque no menos misterioso.

Hasta allí lo que sería el camino de la heroína Solange Segula. Pero Chow guarda nuevos giros hacía caminos laterales imprevistos. Según el gusto del lector, parecerá increíble o quizás menos interesante.

El Águila ha llegado se abre a la escritura de la Segula. La protagonista del relato de Chow empieza a delinear una novela de ciencia ficción o una visión del futuro donde narra en escritura automática las sensaciones que le dejan sus ataques epilépticos. En su texto se entrelazan un curioso caso policial en Trinidad, las ambiciones imperiales de una China ultra tecnificada y la política argentina durante el mandato del presidente Scioling.

La propia novela se empieza a ver afectada por las narraciones de Solange. ¿Es todo escritura automática? ¿Hay un sistema en lo que leemos? Las preguntas como lector abundan a medida que las ideas de Chow salen con efervescencia y proliferan por todas partes. Quedan pocas certezas, ya que en aquellos momentos donde las piezas se acercan, no llegan a encastrar. Son cruces interesantes que para lectores acostumbrados a atar cabos, pueden ser decepcionantes. Lo que permanece es la incertidumbre y la sensación de haber perdido algún indicio, algún detalle. Al releer, aparecen aún más y las formas de reconstruir la novela son numerosas, las hipótesis posibles también.

Hay más. Merecerían una reseña aparte las múltiples canciones que aparecen en el libro. Responden a distintos momentos dramáticos, surgen de experiencias recorridas en la propia novela, subrayan temas o agregan dispersión. Pero están allí, son 16. El libro viene acompañado por un disco de diez canciones, interpretadas por Bob Chow y su banda. En tiempos en los que todavía se debate cuánta vida le quedará al libro de papel, sin duda asistimos al funeral del disco compacto. El cronista no pudo disponer de un reproductor acorde para escucharlo. ¿Otro mensaje oculto en el libro?

Chow nos propone un ejercicio más allá de la lectura, por detrás de la decodificación de un alfabeto. Es osado, sí, pero con alguna salvedad. Conviene comprender que es un permiso solo habilitado a unos pocos autores. Otro escritor que carezca de su posición podría no encontrar nunca la licencia editorial para afrontar una propuesta de este tipo.//∆z