El nuevo disco de Bestia Bebé, Las Pruebas Destructivas, es un salto de calidad y acompaña el gran progreso sonoro (y de público) que tuvo la banda liderada por Tom Quintans desde su homónimo e imprescindible debut de 2013.

Por Ilan Kazez

Sobre la mitad de Las Pruebas Destructivas, tercer disco de Bestia Bebé, aparece “Yo me la aguanto”, una canción que en buena medida condensa la propuesta de los de Boedo. Un encastre prolijo de guitarras y bajo sirve de colchón para que la voz seria de Tom Quintans exprese como mantra “Yo me la aguanto / vos abandonás / porque yo lo siento de verdad”. Hay un contraste notorio entre lo que está pasando en el sonido y el significado de las palabras: el modo de interpretación de los instrumentos y la forma de cantar del vocalista suena limpio y calculado, y al mismo tiempo, la estrofa connota al universo sucio y desorganizado del aguante.

 

Bestia Bebé funciona como un nodo, una especie de punto de encuentro entre diversas subculturas argentinas que a simple vista parecen ser divergentes. Por un lado, hay elementos claros de cultura popular, representados en escenas de fútbol, barrio, amigos e ídolos inmortales. Por otro lado, tiene ciertos rasgos de -llamémosle- elite. Hay un sonido indie, distante a las tradiciones populares del rock argentino; hay también consumos culturales extranjeros, un rasgo que atraviesa a la mayoría de los miembros del colectivo Laptra, y que se revela en el uso de palabras en castellano neutro emanados de doblajes mexicanos. Vale recordar que su primer disco arranca con la intro del International Superstar Soccer Deluxe, clásico videojuego noventoso del Súper Nintendo, en el que Maradona se llamaba Redonda, Batistuta era Capitale y a Caniggia se lo denominaba Fuerte. Contrariamente a lo que marca la tradición de cruces entre el aguante con el rock argentino, en Bestia Bebé aparece como un capital simbólico que atraviesa a toda la sociedad argentina, incluyendo, por supuesto, a una clase media que en los ‘90 accedió a la televisión por cable, a las consolas de videojuegos y a bandas que no solían sonar en las FMs del país.

Las Pruebas Destructivas es un salto de calidad y acompaña el gran progreso sonoro (y de público) que tuvo la banda liderada por Tom Quintans desde su homónimo e imprescindible debut de 2013. Grabado en los estudios Resto del Mundo y en los míticos Panda, las guitarras del álbum suenan limpias y prolijas, los arreglos están ajustados y la voz aparece más clara que sus antecesores. A su vez, la mezcla privilegia más la distorsión arrolladora que los arpegios puntillosos. Los primeros segundos de “Otro villano más”, canción apertura, son definitorios: guitarras bombásticas puestas en primer plano y la voz de Quintans en busca de epicidad; “El Monje” y “Fin de semana de muertes” suenan a The Strokes filtrado por una hinchada; “Sombras del mal” mira a lo más high-fi de Dinosaur Jr.; y “Todo mejorará” encarna el despojo acústico con aires cósmicos, como unos Fleet Foxes de fogón. Todas funcionan. Como esa fábrica de la portada, suenan a una máquina trabajando a máxima potencia, a veces con cierta meticulosidad que roza la frialdad.

En este marco, la pulseada entre lo selecto del sonido y lo popular de su imaginario se intensifica más que nunca. Las pruebas destructivas son ensayos que se le hacen a los materiales para medir su capacidad de esfuerzo, como tensión, flexión y compresión. En otras palabras, mide cuánto se la aguanta. Las Pruebas Destructivas gira alrededor de ese concepto. Si bien la mayoría de las canciones del álbum son rescates o reversiones de viejos temas (“El monje” apareció originalmente en un compilado de canciones del mundial; “El amor ya va a llegar”, versión de “True love will find you in the end” de Daniel Johnston, está en su primer EP), la selección no parece ser casual y ahí se puede hallar la convivencia.

El disco se puede dividir en canciones que apuntan a algún tipo de entidad malvada y aquellas que intentan enfrentarla. La potente y nerviosa “Sombras del mal” habla de una presencia maligna que reina la tierra. Un track después, se busca la paz en “Todo mejorará”. “Me tocaste el orgullo / me hiciste enojar, me hiciste explotar”, entona con energía en “El monje”, y automáticamente después expresa con calma que “el amor ya va a llegar”.  Si en sus discos anteriores, las letras de Quintans demostraron ser más precisas en descripciones que en síntesis (“Wagen del pueblo” y “Fiesta en el barrio” son dos ejemplos ilustrativos), ahora apuestan de lleno a estrofas por demás simples, tanto en forma como en contenido. Con pocas frases, habla de amigos, enojos, finales pérdidas y destrucciones.

Desde ahí, el encanto de Bestia Bebé pasa por apropiarse del discurso popular argentino, reconfigurándolo y ofreciendo una visión dulce y no dañina del aguante, una que reivindica perdedores, que prefiere hablar de los amigos antes que de los enemigos y que busca la esperanza por sobre la violencia. Como dijo un referente contemporáneo del aguante, se trata de hacer quilombo sin romper nada.//∆z

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