El soldado universal no es Van Damme: los aviones no tripulados vigilan, espían y asesinan a lo largo y lo ancho del globo, mientras las voces que los denuncian -Assange, Snowden y siguen las firmas- sufren el exilio y la persecución política.
Por Dario Malerba
Esos avioncitos de papel
Drones es el título del último disco de Muse, pero también es un dispositivo no tripulado, o sea que no cuenta con un piloto humano dentro del frágil planeador. Cuando pensamos en este curioso dispositivo lo primero que nos viene a la mente es esa especie de helicóptero chiquito con una cámara Go-Pro en sus garras haciendo tomas de la cancha de Boca desde cielo.
Esta manera de entender el drone es tan naïve como pensar que la robótica no está creada para hacer el trabajo sucio de los seres humanos. Como si el objetivo de todo esto fuera tener nuestra propia Robotina al mejor estilo Supersónicos. Desde los ochenta, con Terminator o Blade Runner en el cine, tenemos una mirada apocalíptica de la robótica, toda esa estética cyberpunk que anuncia la inminente destrucción de la humanidad a manos de la maquinaria rebelde. Si bien hace tiempo que no podemos vivir sin máquinas, prácticamente desde que dejamos el trabajo manufacturado y empezamos a ensamblar cosas quedó clara la derrota del ser humano contra “la máquina”.
Hace poco se conoció cómo un drone del Reino Unido liquidó en Siria a dos yihadistas británicos que se unieron al ISIS. Lo hizo con una precisión increíble y quien gatilló estaba sentado en una sala de control a miles de kilómetros, como si estuviéramos jugando al Call Of Duty en el living de casa. No es la primera vez que asoma una noticia así: hace unos meses atrás, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos mataron con un drone a un alto mando del ISIS en Irak, supuestamente implicado en el ataque al consulado norteamericano en Bengazi, episodio ocurrido en Libia allá por el 2012.
El fantasma del terrorismo
George Orwell -que algo de visionario tenía y era un persecuta divino- dijo en una oportunidad: “El progreso no es una ilusión; ocurre, pero es lento e inevitablemente decepcionante”. La utilización de drones está muy ligada a la política de vigilancia llevada a cabo por nuestros vecinos del norte desde el atentado terrorista (o autoatentado, como dicen los fanáticos de las conspiraciones) al World Trade Center, en 2001. Esta política de control antiterrorista les dio piedra libre para utilizar sus artilugios de vigilancia, apañados por una ley que les permite controlar a sus ciudadanos y a los países que consideran una amenaza para su territorio.
Este abuso de autoridad por parte de los organismos gubernamentales y este modelo de sociedad de control al mejor estilo 1984 fue denunciado en varias ocasiones, entre ellas las de Julian Assange y Edward Snowden, los héroes contemporáneos que gracias a eso tienen pedido de captura internacional. Desde ayer miércoles 3 se supo que Assange estaba dispuesto a entregarse, abandonando la claustrofóbica seguridad de la embajada ecuatoriana en Londres, donde habita sin salir desde hace dos años. Y si llegado el caso Snowden volviera a su tierra natal, de seguro lo espera una inyección letal en Texas. El primero fue el creador de Wikileaks, el sitio web que filtraba cables e información que los servicios de inteligencia obtenían de países vecinos, empresas e organizaciones no-gubernamentales. Assange le puso la cereza al postre cuando le mostró al mundo cómo se divertían dos soldados disparando a inocentes con un drone desde una sala de comando. El segundo denunció cómo ponían a estos aparatitos a espiar individuos que suponen una amenaza al pueblo americano y cómo el Estado utilizaba bases de datos de servicios que todos utilizamos (Google, Facebook, etcétera) para almacenar información. Desde entonces, Snowden vive exiliado en Rusia, la tierra del tipo más raro del mundo, Vladimir Putin.
Cuando se mojó la pólvora
Si cuando se inventó la pólvora se terminaron los valientes, cuando se inventaron los drones se terminaron los asesinos, porque este dispositivo no solo funciona como arma, sino como una extensión de nuestros sentidos, de nuestro cuerpo (como usar el palito para sacar selfies). Es la posibilidad de ver, escuchar y gatillar a distancias extremas, sin empatía por el enemigo, sin culpables. Lo positivo es el ahorro que supone en psicólogos, porque los soldados ya no se enfrentan a la aberración de matar cara a cara, porque si algo faltaba aparte de matar a sangre fría es hacerlo en la comodidad de la oficina cual fichín de Sacoa. Disponemos de la posibilidad de ver sin ojos y de matar sin cuerpo. ¿A quién culpamos entonces? ¿Condecoramos un aparato? Da miedo la impunidad de no ser nadie, la impersonalidad de la muerte. El no confrontar con la situación hace más fácil expandir la violencia y los valores “patrióticos” de los países bélicos hacia los más vulnerables.
No tan malos
La tecnología militar en algún momento llega a nuestras vidas civiles y los drones también son utilizados para filmar películas, documentales, a vecinos en improvisación porno amateur e inclusive para fumigar y regar campos. Quizás encontremos otras funciones: enviar comida y medicinas a lugares inhóspitos, apagar incendios, cultivar plantas o salvar algún escalador herido en el Kilimanjaro. Pero mientras esperamos esa utopía podemos disfrutar en YouTube videos de estos bichos espiando gente y matando soldaditos en Medio Oriente. Total no es tan fuerte como un musulmán fusilando a un inocente, más bien se parece a una review de Pewdiepie. //∆z