A más de dos décadas de la crisis social y económica más feroz de la historia reciente, dos libros intentan reinterpretar lo ocurrido a través de la literatura, la historia y la memoria oral
Por Carlos Noro
“2001: No me arrepiento de este amor” de Florencia Vespignani, Nadia Fink, Pablo Solana y Martín Azcurra. Editoriales Chirimbote y El colectivo.
La historia debe ser contada
La rebelión popular del 2001 está formada por un conjunto de hechos históricos que se deben interpretar para entender la actualidad, reflexionar sobre la misma y entender las repercusiones que todavía pueden generar en estos tiempos.
Los autores de este libro, junto con los artistas visuales Natalia Revale y Chempes, intentan recuperar ese episodio a través de un relato coral que revive desde distintas dimensiones militantes cada uno de los recorridos que culminaron en el estallido. Se incluye también un notable material fotográfico e ilustrativo de los momentos más conflictivos de la épocas.
La idea de recorrido tal vez sea la mejor manera de definir este volumen colectivo porque lejos de situarse sólo en lo ocurrido en los fatídicos 19 y 20 de diciembre, el relato abre una reflexión sobre la antesala, el mientras tanto y el después, generando una interesante línea narrativa y visual de los puntos comunes y divergentes de movimientos sociales, diversidades y militantes que participaron, por acción u omisión, de aquellos momentos.
El libro se divide en tres secciones que, entre sí, proponen una relación a veces simbólica y, otra veces, explícita que intenta dar cuenta del más allá de lo sucedido en la superficie durante esos años (la consigna “Que se vayan todos”, la renuncia de Fernando De la Rúa al final de su mandato y los más de 30 muertos por la represión). El resultado fue la aparición de un nuevo modo de apropiación del espacio público a través de la acción y la construcción colectiva de los movimientos populares que sigue teniendo una fuerte presencia en la actualidad.
La primera parte, El estallido. Un tiempo en el que todo fue posible, da cuenta de manera muchas veces cruda lo sucedido en los días 19 y 20 de Diciembre de 2001, a partir de diversas voces que construyen un relato. Todo se sitúa desde el punto de vista de quienes vivieron en carne viva aquellos días trágicos. A lo largo de los cinco capítulos se detallan los sucesos en los alrededores de la Plaza Mayo, el inicio de las Asambleas Barriales y cómo se generaron espacios horizontales de toma de decisiones. En estos capítulos también hay un recorte territorial importante que da la palabra a militantes del Conurbano Bonaerense. Sobre el final también aparecen voces del colectivo travesti-trans, en sintonía con debates muy vigentes.
Historias. Semillas esparcidas al viento, la segunda parte, apunta a la recuperación de historias que funcionaron como la base estructural de lo que fue el estallido. Aparecen Norma Pla; el Oso Cisneros; La Negra Avendaño; Neka, Jorge y el “cura” Alberto; Luisa Canteros; el Pocho Lepratti, Horacio Panario y Alcides Christiansen junto con el inicio del movimiento piquetero en relación directa con las puebladas que sucedieron en el sur y norte de la argentina. De esta manera, mediante testimonio y material de archivo, la escritura logra recuperar una idea federal rompiendo la idea de que se trató de un fenómeno exclusivamente porteño. Un verdadero acierto a la hora de sumar perspectivas.
Devenires. Ecos de un fuego que no se apaga es la parte final y, tal vez, el momento más interesante. Realiza una apuesta importante relacionado a los vínculos entre aquel 2001 entendido con mayúsculas y ciertas luchas del presente. Aparece con fuerza la idea de la autogestión, desde el punto de vista de la aparición del fenómeno de las fábricas recuperadas gestionadas por sus trabajadores, incluyendo la economía popular como una de las organizaciones colectivas que más fuerza han tomado en los últimos años. Esta última etapa no le escapa a plantear cómo la presencia del Kirchnerismo (con diversas e interesantes opiniones frente a ese proceso histórico que aún continúa) y la potencia de su presencia generó un cambio en la percepción de los sujetos populares, vinculando incluso esta cuestión a la aparición de los feminismos como una manera de entender la fuerza del presente.
Este libro triunfa en la idea de analizar un proceso histórico con un nivel de profundidad y detalle pocas veces visto. Esa es su mayor virtud.
2001, Odisea en el Conurbano, de Mariano Pacheco (Indómita Luz editora)
Vida y vicisitudes de un chico del conurbano.
En este libro, el escritor y militante Mariano Pacheco elige contar su visión de la historia utilizando un interesante gesto literario y autobiográfico. Entre la ficción y el relato de sus propias vivencias (con nombres y personas que van y vienen, a veces de manera estable y otras de manera frenética), es una especie de Odiseo contando su propia historia. Una que tuvo las dificultades propias de quienes fueron “los hijos de la derrota” de los setentas, que crecieron en los ochentas y llegaron a los noventas con el aluvión neoliberal y la pizza con champagne como el gesto aspiracional de un jet set, donde el uno a uno y el consumo desmedido eran la supuesta regla de vida para las clases acomodadas.
A esa visión, Pacheco le opone su propia historia hecha de dificultades, obstáculos y crecimiento en el conurbano profundo. Un lugar donde va construyendo, junto a su propio crecimiento, la idea de una sensibilidad social. Con el tiempo se transformará en militancia estudiantil, luego en trabajo territorial, más adelante se vinculará con el movimiento piquetero y, finalmente, llega a militar en diferentes movimientos sociales. En este sentido, una de sus virtudes narrativas es la relación que el autor establece entre sus intentos, pequeñas victorias y desencantos con las idas y vueltas de un país en donde la militancia debió ser reconstruida luego de los setentas.
Resulta entrañable también como Pacheco, alias Petty, da cuenta a lo largo del libro de los distintos descubrimientos subjetivos que funcionan de manera paralela a la militancia política. Allí aparecen los primeros amores (y los últimos), el alcohol, los fichines como lugar de encuentro con diferentes personajes que dan pie a diversas historias cruzadas. Da la sensación de que la historia se fuera contando al oído, en primera persona, mientras el 2001 se mantiene como el punto cúlmine. Aparece con el resultado de todo este crecimiento que Pacheco se encarga de destacar como un proceso colectivo.
La música es otro componente importante de esta historia en donde también aparece la idea de lo colectivo. Por allí suenan el punk de 2 Minutos, Sin Ley y las letras combativas de Ricardo Iorio en Hermética. La construcción de una identidad musical desborda en una perspectiva política y una manera de entender la realidad. Este soundtrack es el que le permite a Pacheco dar cuenta de la manera en que fue generando una amistad con Darío Santillán, símbolo para la lucha popular en los años siguientes. Este es otro punto fuerte del libro ya que permite ver otra cara más íntima del joven militante asesinado el 26 de junio de 2002 por la represión policial en la Masacre de Avellaneda.
Mariano Pacheco, a través de su propia historia, construye una interesante memoria respecto al pre y post 2001 que seguro quienes vivieron y recorrieron el conurbano en aquella época sentirán completamente entrañable. Se trata de una gran manera de recuperar la historia en primera persona para dar cuenta de las diferentes trayectorias de las clases populares. //∆z