El escenario de Ultra propuso un jueves distinto con un equilibrio de fuerzas: Acorazado Potemkin y Pasajero Luminoso. Una última noche de verano para el amor que viaja a lomos de la música.

Por Sebastián Rodríguez Mora

Fotos de Florencia Videgain

 

Advertencia: los eventos aquí relatados no responden al orden cronológico. Si no le gusta, acostúmbrese.

¿Cuáles son las formas del amor? Una pregunta con la resonancia suficiente para traspasar la pantalla y rodar por el teclado hasta caer en el regazo del lector. Este no es el espacio, pero quédense con ella, atesórenla, cultívenla para cuando haga falta. Es una pregunta que atrasa, entorpece, enlentece. Hoy se vive, se erra, se hace. Hace décadas que el Amor está muerto, como todas las grandes categorías. En esta época sin antagonismos, plana como una bola de bowling, el amor se vive, no se reflexiona ni se responde.

El jueves en Ultra vimos al menos dos formas del amor. Ellos compartían el vaso, no se les ocurría tomar directo de la botella. A los dormidos nos cerró el chino de al lado sobre San Martín peatonalizada. Adentro Pasajero Luminoso se iba acomodando. La pareja pasó por delante nuestro, él sosteniendo la mano en la cintura de ella sin rodearla; era una postura un poco incómoda, la mano apoyada sobre el lado de la cintura más cercano a él. Estableciendo conexión. No eran lindos. No eran excesivamente feos. Él tenía una remera de Pez. Ella se puso la camisa que llevaba en la mano porque el aire acondicionado estaba tremendo. Pasajero Luminoso es un cuarteto liderado por Pepo Limeres, ex tecladista de Pez, que desde hace unos meses están mostrando una mezcla perfecta de jazz, chacarera, candombe, todo con mucha salsa césar progresiva. Es la banda que querés tener en tus oídos cuando Buenos Aires está opresiva, repugnante. La mano de él hizo todo el camino de la espalda, desde el pantalón de ella en diagonal hacia la nuca, para bajar otra vez y llegar al otro lado de la cintura y quedarse ahí, en equilibrio de fuerzas. Las miradas de los músicos que lo acompañan (Juan Pablo Moyano en guitarra, Pablo Valotta en bajo y Fabián Miodownik en batería) lo siguen a Pepo, le interpretan las caras de científico loco. Se encorva, se hiergue, se para a medias en la intensidad de “La Odisea de Horacio” o “Confuso como un héroe” –un resto de su participación en Los Orfebres de Pez. En general el talante de esta banda de talentos es el de esta pareja: un amor no muy antiguo y calmo, un beso de ella en el vértice de la quijada de él, un beso atravesando la barba, cerrados los labios y abierto el cariño de par en par.

Para cuando Acorazado Potemkin ya iba por la segunda media hora de show, la muchacha vintage revisó su smartphone y se dio vuelta, mirando hacia la puerta. Altísimo, él llegó con la mochila deformándole la camisa escocesa. Juan Pablo Fernández ya seducía con los visajes tangueros de su voz, una marca registrada. “Desayuno” era el compás para el furioso chape de bienvenida que la muchacha vintage propinó a su altísimo, sus anteojos vintage desencajados y su vestido también marcándole el talle, descubriendo en su muslo un tatuaje de calaveras mexicanas que hoy tan en boga está. “Anoche hicimos lío” leo en los labios de ella, como vaticinando lo que en realidad se dirán mañana, suponemos. Son lindos. Bah, él es un tipo bello, proporcionado, altísimo. Ella es una chica vintage. De su cintura hacia arriba y hacia abajo hay voluptuosidades varias. “Lengua Materna” la pone a saltar, le activa lo que quede en ella pasivo. Él acompaña, pero al final es todo un ir y venir entre mirar el escenario y un apretuje interesante que va subiendo en la restricción para menores. Para cuando Lulo Esaín –ese derroche tan preciso de energía sentado frente a una batería- hace funcionar los primeros segundos de “Puma Thurman”, pasaron la barrera de protección al menor de 13 años. “Vos cantá que no sabés”, canta Jotapé Fernández y cuando chequeamos el status de la pareja del momento, se están yendo casi trotando, felices de saber que no llegan a ver el final del show. Quiéranse, cuídense. Póntelo-pónselo. Si hay algo que tiene Acorazado en cada una de sus canciones es una dosis de seducción siniestra. Entendemos la urgencia de esos dos. Fede Ghazzarosian la descose con el bajo y se entrega al frenesí perdiendo las pupilas hacia arriba. Ya Flopa estuvo y no estuvo para cantar “La Mitad”. Esta banda festeja cinco años de formación y no les quedan canciones después de dos o tres bises. Nosotros nos quedamos a aplaudirlos hasta el abrazo final y la reverencia del trío desde el borde del escenario.

Dos formas del amor. Dos bandas haciendo su propio camino. Un jueves fuera de la rutina en Microcentro.