Diez temas divididos en pares inseparables para dar comienzo a álbumes geniales, porque después de todo, los dobletes resultan ser toda una ciencia digna de análisis.

Por Santiago Farrell

Una canción no siempre basta. Muchas obras maestras cuentan entre sus virtudes el arranque no con uno, sino dos grandes temas que juntos pueden cumplir varias funciones: presentar a una banda nueva, mostrar la paleta sonora del disco, encaminar su dinámica, dar comienzo a un concepto o historia o bien romperte la cabeza con dos o más ideas diferentes.

Se objetará que todo eso lo puede hacer un solo tema, pero la división en dos pistas tiene esa ambigua ventaja de tener más libertad para desarrollar algo y la posibilidad de sonar como una unidad coherente al mismo tiempo, atrapando de una forma especial al oyente, que los entiende como una entidad indivisible incluso consciente de que se trata de dos cosas separadas. Pregúntenle, por poner un ejemplo sencillo, a cualquier fana de OK Computer si puede escuchar sólo “Airbag” sin dejar que el pitido informático del final derive en “Paranoid Android”.

A la manera de un buen boxeador, los discos que te ponen un uno-dos en la cara son los que más se recuerdan. A continuación, entonces, desarrollo cinco casos de dobletes introductorios geniales de tantos posibles, con la explicación correspondiente y ningún orden particular:

1. “You Think I Ain’t Worth A Dollar, But I Feel Like A Millionaire” y “No One Knows” de Songs for the Deaf, Queens of the Stone Age.

Modelo clásico de doblete: dos temas tremendos bien pegados. La genialidad de este par es que en menos de ocho minutos ya nos anticipa todo el espectro del disco. El primero es el estallido apocalíptico del antiguo ello freudiano de la banda, Nick Oliveri, que concentra todo el poder de fuego sonoro de QOTSA y el costado destructor de Songs… (“¡prender fuego la licorería!”); el segundo es el caramelo pop y mayor hit de la banda, transmitido por el falsete seductor y rudo de Josh Homme. Complementariedad máxima, exacerbada por el final en falso de “You Think…”.

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2. Son Et Lumière” y “Inertiatic ESP”, de De-Loused In The Comatorium, The Mars Volta.

El otro modelo clásico: dos pistas unidas sin separaciones que narran una historia o concepto, algo que se remonta por lo menos a Sgt. Pepper (cuyo concepto empieza y termina ahí mismo, paradójicamente) En este caso, la primera está construida como antesala de la segunda, pero todo el conjunto hace sus méritos: las guitarras de ambulancia de Omar Rodríguez-López y los versos torturados de Cedric Bixler-Zavala le dan un aire de misterio a “Son Et Lumiere”, que se convulsiona en espasmos metódicamente calculados para explotar con todo en “Inertiatic ESP”, primera detonación termonuclear de De-Loused. Traten de levantarse del piso si pueden.

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3. “Holy Wars… The Punishment Due” y “Hangar 18” de Rust In Peace, Megadeth.

La variante más directa del doblete: poner los dos mejores temas del disco al frente, no necesariamente pegados. En el caso de Dave Mustaine y compañía, esto se traduce en pura fuerza bruta y algo más. Además de ser las pistas más elaboradas de Rust In Peace, inauguran la sociedad solista de Mustaine y el gran Marty Friedman: un cultor de la pirotecnia de trastes junto a un transeúnte de escalas casi tarareables con aromas orientales. Así, se arma una bola de demolición sónica que arranca con la carga de caballería de “Holy Wars…” y no te suelta la yugular hasta terminada la apoteosis de solos de “Hangar 18”. Mención de honor para el entonces también debutante Nick Menza, baterista con la rara virtud de ponerle swing a un género pensado más bien para Bonhams con anfetaminas.

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4. “Whatever Happened to Pong?” y “Thalassocracy” de Teenager of the Year, Frank Black.

Este es un doblete un tanto engañoso si consideramos cómo sigue esta obra maestra del líder de los Pixies, ya que se trata de dos efímeras erupciones punk en medio de su disco solista más variado. Es que ese es precisamente el mensaje: para enterrar a su por entonces flamante exbanda, Frank calienta la voz y se divierte pegando unos alaridos magníficos sobre dos de sus estallidos más rockeros en seguidilla. Una vez que te rompió la cara, pasa al resto de sus personalidades musicales. El doblete, entonces le viene al pelo. Como siempre, no faltan esas inquietudes tan propias de Frank: “Whatever…” se pregunta por el destino de un videojuego setentoso de Atari y la talasocracia, según la RAE, es un “sistema político cuya potencia reside en el dominio sobre los mares”.

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“Barbazul versus el Amor Letal” y “La bestia pop” de Gulp!, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

Este ejemplo de muchos posibles dentro de la escena nacional cumple a la perfección el rol de un doblete como presentador de una banda nueva. Y qué presentación: “Barbazul…” y “La Bestia…” montan una atmósfera de misterio inigualable, una especie de carnaval pagano en un sótano perdido de La Plata. También ofrecen por primera vez la voz del Indio Solari, serpenteando por versos místicos y sórdidos; las violas de ese gran erudito del rock que es Skay Beilinson; y los demás elementos claves del ADN ricotero, como los saxos y el swing espartano de la sección de ritmo. Como endulzante extra, “Barbazul…” ostenta unos lindos coros femeninos, marca de Gulp!. El impacto que Los Redondos querían obtener queda plenamente asegurado en ocho minutos a todo trapo que están entre los mejores en toda su discografía.

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