En su segundo disco solista y primero con The Voidz, Julian Casablancas busca sacudirse el aura apática de The Strokes y lo logra… aunque no para bien.

Por Santiago Farrell

¿Recuerdan cuando Julian Casablancas era la estrella de rock del siglo? Fue allá por 2001, cuando su banda, The Strokes, sacó Is This It (2001), heraldo de una onda retro que explotó como éxito de crítica y público. El álbum —y en menor medida Room On Fire (2003) – construyó la imagen de la banda perfecta para ponerse de moda gracias a una cuidada desprolijidad estética, referencias vintage de primera clase y una actitud bohemia bastante antisocial, con la cuota justa de incomprensibilidad.

Mucho tiempo y algunos discos pasaron desde aquellas cumbres, y hace rato que The Strokes padece un desgano crónico. En estos últimos años, Casablancas abrió un poco el juego con un disco solista —Phrazes For The Young (2009)— y colaboraciones con Queens of the Stone Age y Daft Punk. Ahora llega Tyranny, su primer disco solista en colaboración con la banda The Voidz, que toma por asalto las orejas con lo que a primera escucha asoma como una radical transformación en el sonido del neoyorquino, el fin de casi una década de aburrimiento. Sin embargo, lo que prima ya está anunciado en el título.

Basta escuchar algunos minutos de Tyranny para entender su modus operandi. La jungla de “Take Me in Your Army” presenta las dos constantes por las que se estructura el disco: una producción densa y muy comprimida, algo así como Is This It a la enésima potencia, y una balumba de elementos que parecen competir entre sí por aturdir al oyente: beats procesadísimos, guitarras psicodélicas, bajos distorsionados con wah wah y samples y sintetizadores de todos los colores. Es un arranque poco atractivo, pero en las siguientes pistas se hará notar la falla mortal de este disco.

Resulta que en su afán por sacudirse la modorra, Casablancas confunde experimentar por simplemente poner todo lo que se le ocurra sin orden ni concierto. Y como es un tipo que puede tener muchas ideas, como demostró con Phrazes… el resultado es fatal. El asalto auricular es tan avasallador que promediando tan sólo cuatro temas uno queda completamente agotado, más aun cuando cada canción presenta una parte puesta porque sí atrás de otra y todo dura una eternidad.

El mejor ejemplo es “Human Sadness”, el corte difusión aclamado con bombos y platillos. Al principio, la mezcla más o menos funciona para dar forma a un comienzo opaco y dramático, en el que Casablancas evoca al robot emo que encarnó en la genial “Instant Crush” de Daft Punk sobre una melodía melancólica, bien strokera, y la cosa va bien. Todo podría haber terminado tranquilamente a los cuatro minutos disolviéndose en aquel órgano fúnebre. Pero “Human Sadness” prosigue, se retuerce, estalla en ataques cacofónicos, pasa a otra cosa como si nada y se extiende por casi ¡once! minutos. Síntesis perfecta del disco: demasiadas cosas durante demasiado tiempo, con un montón de barullo.

Que conste en actas que en este disco hay unas cuantas buenas ideas; también hay otras tantas que son un bodrio. Lo que falta es un filtro, y esta ausencia de criterio termina desmoronando a Tyranny. Es el caso de “Father Electricity”, que contrasta de forma interesante estrofas afroamericanas con un estribillo bien pop, o de “Dare I Care”, donde un reggaetón deriva de forma bastante lograda en un segmento à la Daft Punk. Pero la mitad de las pistas se extiende bastante más allá de los cinco minutos de duración, y siempre llega el punto en el que agotan.

El otro desastre es la hostilidad de la mezcla: ensordecedora, estridente, saturada, excesivamente podrida. Es la principal responsable por ahogar las letras (se supone que esta vez el tipo armó un Importantísimo Mensaje Artístico para cantar), esterilizar las guitarras y lo peor de todo, quemar al oyente en el mal sentido, irritarlo, concentrar su atención en las partes malas, en lo tiránico del sonido. ¿Hacía falta poner a todo volumen un teclado imitando a un secador de pelo en “Off To War…”? Se podrían poner más ejemplos, pero la lista sería interminable.

De primar el sentido común, un álbum tan agresivo como Tyranny no debería llegar muy lejos comercialmente. No se puede decir que el líder de The Strokes no haya intentado sacarse de encima tantos años de letargo, pero se pasó de rosca en el sentido opuesto. Puede que con esto Casablancas (se) haya demostrado hasta dónde puede llegar, pero semejante catarsis dista de dar frutos provechosos. Por ahora queda un enorme fracaso; espectacular, sí, pero fracaso al fin.//z

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