El director de Il Divo y This Must Be The Place confirma su consagración con La Grande Bellezza, una película ineludible que ya tiene su lugar entre las mejores del año y, por qué no decirlo, de la década.
Por Martín Escribano
Roma o muerte. Eso se lee en uno de los monumentos por los que se pasea la vertiginosa cámara de Paolo Sorrentino. Y cuando observamos que solo hay turistas recorriendo las calles, grito mediante, pasamos de las estatuas y los monolitos a una gran fiesta en la misma Roma, la Roma de los monumentos, la que fue y ya no es.
El rey del festejo (el “rey de los mundanos”, según sus propias palabras) es el escritor devenido periodista Jep Gambardella. Su única novela, su one hit wonder escrito hace cuarenta años, le bastó para quedar en la historia de la literatura italiana moderna. Pero eso es tiempo pasado y Jep (la actuación de Toni Servillo, al que ya vimos en Il Divo y Gomorra, es para aplaudir de pie) se encuentra hoy festejando los 65. Hace rato que forma parte de la clase alta romana y ha alcanzado lo que todo hombre promedio anhela: fama, dinero, la dolce vita. Entonces, como la meta se ha superado y el futuro augura más de lo mismo, solo queda recordar el tiempo compartido con sus amigos, seres encantadores y desesperados que bailan, más por costumbre que por deseo, al ritmo del Far l’amore de Bob Sinclair y Raffaella Carrá o al compás de “Mueve la colita” by El Gato DJ.
A años luz de esa farsa calculada que fue A Roma con amor de Woody Allen, la película de Sorrentino se alza como el retrato perfecto de la posmodernidad, pero hay en ella una suerte de rescate, una transformación del hastío individual y colectivo en vitalidad, como el fresco que ya en la segunda mitad del film realiza la niña pintora, que transmuta resignación y sometimiento en cautivante belleza. Cada uno de los personajes representa un color de ese fresco: Orietta, de profesión rica, que se saca fotos a sí misma para conocerse mejor; el cardenal Bellucci, reconocido exorcista con gusto por la cocina; Stefano, que posee las llaves de los lugares más hermosos de Roma; o la exuberante Ramona, una stripper cuarentona que se niega a abandonar su profesión; o por qué no Lorena, estrella mediática ahora en declive; y también Sor María, la misionera africana de 103 años que ha encontrado el camino para convertirse en santa.
El sexto largo de Sorrentino es el registro de una caída o, mejor dicho, de un hundimiento. Es por eso que en uno de los pasajes de la película Gambardella contempla el crucero Costa Concordia, ese gigante encallado que el 13 de enero de 2012 avergonzó a todo un país. La nave está herida, sí, y sin capitán, pero todavía hay nave y la posibilidad de su rescate.
La Grande Belleza es el gran cine. Es un gesto de resistencia, una apuesta a resignificar esa historia que no sabemos si perdimos o nos fue robada. Es un manifiesto en el que se lee que a nuestra generación solo le queda abrazar el vacío y hacer de él una causa.//∆z