Todo empieza a orillas de un mar de cubrecamas azul, con espuma de puntilla. Un mar vivo y lleno de vida, que alberga, entre su fauna, una sirena metalizada. Sus olas rompen con armonía, dejando al retirarse puñados de moluscos inventados y llaves del Mandala.
Por Julieta Redondo
Desde la costa de madera, una cámara Super 8 observa el baile de la sirena dorada, que se sumerge y se asoma, saludando al mirón. Una caricia de nuevos enamorados, una ola. Un ir y venir esperanzados, otra nueva ola.
De repente, un mouse de computadora es traído por la corriente hacia la costa. El ratón cava un pozo en la arena, cual taladro, haciendo que del agujero emerjan montones de teclados y otros tantos obreros del hardware. Los teclados se vuelven inmensas torres, torres que avanzan y empujan la vida hacia fuera.
La idea original hace de este, un corto que sensibiliza a cualquiera que experimente el caos urbano y las tecnologías informáticas. Los aspectos que presenta, alegoría mediante, son de conocimiento popular y pueden observarse en casi toda gran agrupación de humanos. La avaricia, el predominio sobre la naturaleza, el capitalismo y el abuso de las minorías, se ven representados de forma naif, con algo de estilo novelesco a lo historia de amor contemporánea.
Técnicamente, la obra consiste en un stop motion de doce minutos. Para lograr esta animación se toman fotografías de elementos estáticos, haciéndoles pequeños cambios graduales cuadro por cuadro. Al unir las imágenes en orden y reproducirlo como video, parece que los objetos realmente tienen movimiento propio.
Teclópolis fue hecho en el estudio de animación Can Can Club de Buenos Aires. Llevó dos años completos de trabajo y fue dirigido por Javier Mrad. El corto compite actualmente en diferentes certámenes y fue el ganador en la séptima edición de La Noche del Cortometraje, realizado en el cine Gaumont de Congreso, el pasado 13 de diciembre.