La reedición de Cornelia frente al espejo, de Silvina Ocampo, traza el camino que ese libro transita hasta convertirse en un clásico. Además, el texto, publicado en 1988, presenta una edición aumentada con “Diálogo de Narcisa” y “Nos olvidaremos de nosotros”.
Por Agustín Argento
Las diferencias entre el cuento y el relato suelen no existir. O, llegado el caso, son ínfimas. Los textos de Silvina Ocampo, en cambio, tienen un tratamiento que los ubicaría, de existir esa diferencia, dentro del relato. Pocos o casi nulos personajes; la voz, por lo general, del narrador en primera persona y la ausencia de diálogos, a no ser por la evocación de la escritora, predominan en la mayoría de su bibliografía. Obviamente, también, en el volumen que reeditó Sudamericana.
Tan sólo el texto que le da nombre al libro y “Jardín de infierno” cuenta con una estructura más clásica, si se toma como clásico el cuento ruso o el estadounidense. Así, se puede notar la influencia de la literatura británica y francesa en esa voz oscura que asoma a lo largo de los relatos, y la reflexión a la que acostumbraban los románticos alemanes.
Cornelia frente al espejo se transforma en un ladrillo más dentro de la estructura literaria argentina. Y no es para menos. Este ladrillo se apoya fuertemente en los pilares de la relación que su autora forjó con Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, aunque, por su puesto, con su propia impronta.
Lejos está, Ocampo, de la intriga profesada por Bioy Casares o de la perfección estética de Borges. Pero con ambos comparte el tratamiento de una prosa que nunca se apura y que da suma importancia a las palabras utilizadas y a los signos de puntuación.