La primera novela del director canadiense, editada por Anagrama, construye un relato crudo y detallista de un mundo repulsivo, caracterizado por el fetiche de la tecnología, y, al mismo tiempo, esperanzador. 

Por Matías Buonfrate

David Cronenberg, director de extensa carrera, publicó su primera novela. Sin embargo sería erróneo considerarlo su primer trabajo literario. Cronenberg recorrió el campo literario a través de su filmografía en más de una oportunidad, habiendo traducido al lenguaje cinematográfico obras complejas de difícil transposición.

Supo convertir en imágenes La zona muerta (1983), un best seller de Stephen King. También ciencia ficción de tono experimental como Crash (1996) de Ballard y la Cosmópolis (2012) de DeLillo. Inclusive se lució sobre la prosa inclasificable de Burroughs en El almuerzo desnudo (1991). Obras menos afamadas también fueron la base para los guiones de Dead Ringers (1988) y Spider (2002).

A través de su cercanía con la literatura construyó su imaginario visual cercano a la ciencia ficción y ubicado en el cruce entre la biología y la tecnología. Consumidos (2016) es el primer caso en que el imaginario de Cronenberg aparece expresado como novela antes que como película. Es una obra que se lee como transposición fidedigna de su bagaje imaginario e intelectual.

La trama parte desde un punto clásico, hay un misterio y hay personajes curiosos. Naomi y Nathan son una pareja de fotoperiodistas que investiga un caso reciente que involucra al matrimonio sexagenario de Célestine y Aristide Arosteguy, afamados intelectuales franceses estudiosos de la filosofía del consumo. Ella fue encontrada en partida en pedazos en el congelador de su departamento de París; él está desaparecido, y, según se presume, se escapó a Japón.

Naomi se interioriza en el caso desde París, busca contactarse de manera directa con testigos y protagonistas del crimen. Mientras tanto, Nathan sigue los progresos de su compañera a distancia, a la par que cubre un reportaje en Budapest que luego lo lleva a Canadá.

La trama es compleja e incluye versiones y reversiones de los hechos. La realidad cambia según las intervenciones de los distintos personajes involucrados que, por momentos, necesitan de extensos monólogos para explicar lo que sucede. De todas formas, la narración construye un ambiente que se mantiene de forma constante, rico en detalles y sensaciones, similares a las de la filmografía del autor.

A partir del crimen, Cronenberg posiciona la trama en su terreno. El caso de los Arosteguy es repugnante y sensual. Es una tensión que recorre toda la novela. El erotismo y los tabúes se desenvuelven desde ahí y acompañan en la composición de los personajes. Ellos desean ser amputados, masticados, contagiados y amados.

La violencia y el morbo que ejercen los personajes sobre sus propios cuerpos y los ajenos está acompañada de sentimientos de amor y fraternidad. Sin rozar los temores del apocalipsis tecnológico o la felicidad publicitaria de la integración, Cronenberg transmite un mensaje que trasciende a ambas posturas. El mundo tal como aparece descripto en la novela es abrumador y repulsivo, pero es a la vez esperanzador. El mal y el odio, donde quiera que habiten, están más allá de las perversiones y la muerte.

El deseo expresado en consumo es uno de los temas centrales en la obra. En la primera escena Célestine explica que “desear una cámara (…) basta para mantener a distancia a la muerte”. Cronenberg desarrolla la filosofía de los Arosteguy de forma literaria. Se aleja de la explicación académica, lo que a menudo parece una evasión del tema. Sin embargo encuentra la elocuencia a través de recursos propios de la novela. El goce técnico puede palparse en las descripciones de los objetos que pasan por las manos, ojos y cuerpos de los personajes. Cámaras, discos rígidos, impresoras 3D, grabadoras de audio, celulares, audífonos. Hay igual detenimiento para iPhones y Blackberrys, cámaras y consoladores. El conjunto de las herramientas y artilugios técnicos conforma un personaje fantasmático que flota alrededor y engulle a los personajes de carne y hueso. Antes que objetos son sujetos, determinantes para el avance de la acción, y capaces de un protagonismo inerte sobre cuya materialidad la trama pivotea.

Un derivado del lenguaje fetichista sentimental sobre la técnica es la carga de lenguaje cinematográfico que explaya Cronenberg en la novela. Otra de las máximas de Célestine Arosteguy es que “la verdadera literatura de la era moderna es el manual de instrucciones”. El autor también explaya esta idea sin recursos académicos. Se detiene en el equipamiento, los encuadres y su configuración, con sumo detalle al punto que conforma apuntes que podrían imitarse.

Los personajes están consumidos, tanto por su sujeción al sistema capitalista y a la lógica mercantil, como por sus enfermedades venéreas, neurosis, cánceres y amputaciones. Cronenberg mantiene el equilibrio para sugerir que el consumo físico y el mercantil tienen una relación causal, sin intentar responder cuál antecede a cuál, como si se alimentaran mutuamente de manera constante. También es ese consumo el que los vuelve protagonistas, porque en sus carencias y fetiches adquieren relieve.

Quizás lo más difícil de decodificar desde el contexto local sea la profesión de la pareja de protagonistas. Naomi y Nathan son dos fotoperiodistas freelance con licencia para tomar aviones como si fueran colectivos de línea, facilidad económica para vivir en aeropuertos y hoteles de primera clase, mientras se proveen de artículos tecnológicos con sobreprecios para turistas. Es arduo entrar en el verosímil propuesto por Cronenberg desde la economía “creativa” nacional, constreñida por la concentración de mercado. Matizada por oportunidades laborales precarizadas y donde emergen las alternativas autogestivas y las recuperaciones de puestos de trabajo frente a la desidia del empresariado vernáculo.//∆z