Travacio nos plantea en su primera novela un delicado ejercicio de síntesis, con una simplicidad superficial que solo se consigue a través de un trabajo autoral arduo y elecciones arriesgadas.
Por Matías Buonfrate
Como si existiese el perdón (Metalúcida, 2016) recorre escenas de asesinato, traición y venganza mientras atraviesa un escenario desértico plagado de marcas de masculinidad clásica. Nuestro narrador y protagonista es un joven que aprende las condiciones de su entorno junto al Tano, su mentor. Los personajes son hombres secos, de pocas palabras y esperan la muerte mientras beben. Su inactividad solo es equiparable a su vigor cuando tienen que tomar las armas.
Lo primero que sorprende es la estructura de capítulos. 62 en una novela de 127 páginas (sin contar portadillas, colofón y legales). La proporción es de un capítulo nuevo cada 2,04 páginas. Pareciera una segmentación propia de Internet, en la forma en que medios como Buzzfeed o inclusive Snapchat fragmentan sus historias. Sin embargo, la prosa nada tiene de casual o redundante. Por el contrario, cada palabra está ahí con un motivo, se aprecian en especial los adjetivos. Travacio compone una narración contundente cuya fortaleza se apoya en dos ejes articulados, la brevedad de la prosa y la ampliación del tiempo.
“Esa hora se nos hizo interminable. Bajábamos a tirar unas piedras al arroyo, volvíamos a la carreta, caminábamos en redondo, siempre en silencio, buscábamos el sol, medíamos el tiempo, pensábamos en ellos”.
El ritmo es veloz, cada hecho es un corte directo en el tiempo de la historia y carece de marcas que lo anticipen o lo destaquen. Cuando conocemos el nombre del narrador es un momento muy especial. Es un dato simple e importante, al parecer cambia la percepción de quien nos conduce por la historia. Avanzados varios capítulos, cuando pensamos que permanecerá anónimo, aparece su nombre sin más, en medio de un comentario.
La prosa reproduce la experiencia del narrador, leemos de forma muy cercana al grado de percepción que alcanza en cada momento. No hay repeticiones, no hay señalamientos. El peligro, la muerte, la naturaleza, vienen por lugares impensados en momentos inesperados. Esto no lo convierte en un thriller, los hechos suceden y aprendemos a estar atentos a los cambios, tan sutiles como disruptivos. Una oración calma puede convertirse en una debacle en dos palabras. Un capítulo de pocos renglones puede contener la historia de una vida.
Esta síntesis ejecutada por Travacio se apoya en la extensión permanente del tiempo. En principio, la ubicación temporal es inexacta. Podemos sentirnos inclinados a creer que la historia transcurre en el pasado. Quizás con alguna relación a la tradición gauchesca por los tópicos, los escenarios y las armas. Pero posee escasas marcas documentales, lo que leemos podría suceder en el futuro después del apocalipsis. La ausencia de marcas se acompaña del tono ajado que impide reconstruir el tiempo que transcurre en la historia. ¿Han pasado días? ¿Meses? ¿Años? Esta relatividad amplía la novela en una dimensión que no aparece representada en la cantidad de palabras o de páginas.
La relación entre síntesis narrativa y relatividad temporal deja la sensación de estar recorriendo eventos de mucha densidad. La relectura se parece a rememorar y permite encontrar nuevas sutilezas y apreciar detalles desapercibidos.