Esta novela narra la historia de Lucia, una adolescente en contra de lo que la sociedad espera de ella.
Por Agustina Del Vigo
“Una persona escribe lo que ocurre para saberlo. Así puede hallar el camino por donde seguir.”
Jesse Ball
¿Cómo provocar un incendio y por qué? dice la tapa. Debajo, fósforos. Y en el lomo, junto al logo de la editorial Sigilo, una lija falsa, la que se raspa en la vida real para provocar el fuego. Un diseño ingenioso. En la contratapa, los comentarios The Boston Globe, The Atlantic, The Wall Street Journal sobre Jesse Ball, un neoyorquino que ya lleva escritos quince libros, fue candidato al National Booker en 2015 y, además, incluido en el grupo de los mejores narradores jóvenes de Estados Unidos.
En la primera página Lucia Stanton, la protagonista adolescente de esta novela, afirma: “Cada persona necesita tener alguna cosa especial que debe hacer”.
¿Cómo provocar…? es un libro que habilita reír. Hay algo en la voz de Lucía, en las ocurrencias de esta chica casi huérfana que se rebela contra el sistema que resuena. Lucia no responde a modelos, se construye más bien en la posibilidad de la ruptura de ese mundo que le dice lo que debe ser. Entonces ella se rebela no contra el mundo sino contra lo que el mundo espera de ella. Y contra los seres humanos que se meten donde no los llaman.
Hay libros que avanzan a buen ritmo. Eso sucede en el de Jesse Ball: párrafos breves, capítulos cortos. Hay algo del oficio de poeta del autor que se deja ver a lo largo del libro: juegos entre la hoja en blanco y el texto, como frases que obligan a girar el libro para leerlas, o el mapa de una casa cuyas líneas son la palabra CASA repetida en fila. Puede dialogar con los caligramas que introdujeron las vanguardias literarias del siglo XX en Argentina, esos poemas con los que Guillaume Apollinaire dibujaba señoras con sombreros en Francia, y que luego introduciría Oliverio Girondo de este lado del Atlántico.
Jesse Ball le pierde el respeto al formato tradicional de la novela como su protagonista a las personas que viven su vida en piloto automático. Que jamás se preguntan qué pasaría si el mundo fuera justo para todos en porciones iguales.
Pero hay algunos que se lo preguntan, al menos los integrantes de la Sociedad del Fuego, un grupo revolucionario del que Lucía se entera en el colegio y al que quiere ingresar. “Todos los edificios que existen, todas las grandiosas estructuras de la riqueza y el poder siguen en pie porque tú permites que sigan en pie”, dice el manifiesto de la sociedad de incendiarios.
En Lucia es posible escuchar a una pequeña marxista que se debate por encontrar un lugar en un colegio en el que solo un maestro es capaz de reconocer que detrás de la rebeldía hay dolor, confusión y una mente brillante. En un mundo que a su corta edad le está dejando como legado un futuro incierto, un poco por algunas tragedias familiares, otro poco por la imposibilidad de visualizarse en una sociedad que marca el éxito individual como horizonte.
Cerca del final, Lucía recuerda a su padre, ese hombre romántico que, si estuviera, le indicaría que se marche lejos para organizar otras revueltas. “Así de romántico era mi papá. Hoy en día nadie es tan comprometido. Si alguien se apareciera en una obra en construcción, los obreros estarían demasiado entretenidos con sus teléfonos como para escuchar lo que esa persona tuviera para decirles. El problema se debe encarar de otro modo. Pero ¿cuál?”.//∆z