En su cumpleaños número 68, un especial colaborativo que celebra la obra universal de Carlos Alberto García Moreno.
Producción periodística: Matías Roveta y Alejo Vivacqua
Ilustraciones: Josefina Schivo
De la misma forma que vinimos haciéndolo en el último tiempo (al cumplirse treinta años de la muerte de Federico Moura, para celebrar la visita de Nick Cave a nuestro país o recordar al escritor chileno Pedro Lemebel), desde ArteZeta invitamos a gente de diversos ámbitos e intereses para que escribiera sobre Charly.
Interpretaciones de canciones, historias de amistad y trabajo, textos confesionales o cerebrales, fotos traídas a la memoria: fragmentos que intentan armar el perfil de un artista popular que atraviesa a varias generaciones de latinoamericanos/as.
Comencemos.
“Superhéroes” (1982) y “Plateado sobre plateado” (1983) – Por Juan Alberto Crasci
Si para muchos Spinetta ocupa el lugar del máximo poeta de la música argentina, el lugar del periodista, del observador, es para Charly García: “Yo nací para mirar, lo que pocos quieren ver, yo nací para mirar” (“Cinema verité”, Peperina, Serú Girán, 1981).
Lo que en Serú Girán (1978) era “Autos, jets, aviones, barcos, se está yendo todo el mundo”, en “Plateado sobre plateado”, de Clics modernos (1983), se transforma en “Aeroplanos cortando el celofán, de un cielo tropical, abriendo surcos van a llevar hacia el exilio o la vuelta, a los que ya no aguantaron más.”
Las obsesiones son las mismas, pero el discurso se vuelve más personal, íntimo y al mismo tiempo universal, con la dictadura aun en carne viva, como expresa en “Superhéroes”: “No pasa nada, nadie pasa, solo una banda militar, desafinando el tiempo y el compás”.
Era el tiempo del retorno a casa de algunos exiliados. “Nos quedamos por tener fe, nos fuimos por amar. Ganamos algo y algo se fue. Algunos hijos son padres y algunas huellas ya son la piel.” Los años pasaron, aunque la vida seguía siendo igual de difícil. El lugar propio, la casa propia, se había vuelto hostil y las personas no podían desarrollarse de acuerdo a sus gustos e intereses.
La tensión entre quedarse e irse, entre la libertad mutilada del propio espacio y la libertad del espacio mutilado, el no propio, era indisoluble. Charly García catalizó en sus primeros tres discos (Yendo de la cama…, Clics Modernos y Piano bar) las ideas y los sentimientos de una época, y en lo musical lo realizó bajo estándares hasta ese momento desconocidos en el país.
La música se volvió un tanto más ligera y pop que la de La máquina de hacer pájaros y Serú Girán, y aggiornada a las nuevas tecnologías. Las cajas de ritmos y los sintetizadores ocuparon un lugar preponderante en las composiciones, y los álbumes se llenaron de músicos invitados y sesionistas de primer nivel mundial. Nito Mestre aportó sus voces en “Superhéroes” y el jazzero estadounidense Larry Carlton tocó guitarras en varios temas de Clics modernos.
“Ya ves no somos ni turistas, ni artistas de sonrisa y frac, formamos parte de tu realidad”, canta Charly, y resume todo lo que se pueda decir sobre su música y su posicionamiento ético y estético.
Una foto – Por Hebe de Bonafini
Charly siempre tenía la idea de que quería hacerme conciertos, y me había invitado un tiempo antes para estar con él, aunque en el medio tenía que grabar y demoraba la grabación para tocar conmigo y la gente medio que se enojaba. Pero él hacía lo que quería. Entonces quedamos por esa época en que, cada vez que tuviera ganas, me iba a hacer un recital.
Esta foto es de una vez que me llamó para hacerme un concierto. Charly es como un niño. Yo le había llevado un medallón de las Madres y él lo agarró, lo tiró a la pileta y se puso a buscarlo. Y empezó a poner los equipos en el piso, para tocar, y se enojaba y los pateaba. Yo lo retaba, le decía: “vos no podés hacer esto, son equipos muy caros”. Tocó un rato mientras iba preparando el asado, me preguntó qué quería comer. Y a mí me gusta todo, pero como insistió le dije “morcilla”, y justo no habían comprado. Y salió todo el mundo a comprar morcilla.
Hay algo que no conté mucho, y es que Charly siempre intentó hacerme un reportaje para que contara lo que me pasó con mis hijos. Y nunca pudo aguantar ni diez minutos: se emocionaba, se ponía a llorar, muy mal, y nunca pudimos hacerlo. Eso muestra también quién es él. Él siente mucho todo lo que pasa, le afecta mucho.
Entonces esa vez tocó un rato largo, algunas canciones que improvisaba y otras que ya conocíamos los que estábamos ahí. Nos sentamos en el suelo a charlar, me preguntó si me gustaban las picadas, qué comida prefería. Entonces, las siguientes veces que me invitaba, me esperaba con una picada enorme, de media mesa. Yo apenas como un par de bocados. Pero él siempre te quiere agasajar.
Otra vez me invitó a ver una película que daban en la televisión. “Te va a gustar”, me decía, y me hizo sentar en el sillón mientras iba a buscar el televisor. Cuando lo trajo vi que a la pantalla le había escrito en grande “Say no more”, así que no se veía nada. En esa época estaba toda la casa pintada. Él se mataba de risa y largaba unas carcajadas tremendas.
Charly, rey en el exilio – Por Alejo Vivacqua
Para los que crecimos y empezamos a entender algo del mundo durante los ’90, Charly era por esa época una figura elusiva armada con los pedazos que traía la pantalla del televisor: manos artríticas que apuntaban hacia una cámara, recitales que terminaban antes de tiempo, ejércitos de zombies que le custodiaban la espalda.
Detrás de la imagen desgarbada e ignífuga de la que nunca se sabía qué esperar —capaz de ordenar que “rompieran todo” o de practicar salto desde un noveno piso— estaba la sensación (y la certeza, aunque no lo supiéramos) de que su mejor tiempo había pasado, de que lo que veíamos entonces era el ocaso de un hombre extraordinario y que sus flaquezas formaban parte del sacrificio por habernos dado tanto.
Para muchos de los que no habíamos llegado aún a su obra, el concepto de genialidad quedaba reducido a la tolerancia con que una sociedad retribuía a uno de sus mejores miembros. Por esos años, Maradona, el otro termómetro de época, atravesaba una etapa de reviente similar. En Argentina, nos decían, los genios tienen derecho a descansar.
En Rumble fish (1983), una de las películas más arriesgadas de Francis Ford Coppola, un hipnótico Mickey Rourke interpreta a un hombre que vuelve a su casa después de mucho tiempo. The Motorcycle Boy es una leyenda de las peleas callejeras, y su ausencia, provocada por líos con la ley, no hizo más que agrandar su figura entre los que se quedaron. La ciudad le pertenece: su nombre está escrito en las paredes, los pandilleros jóvenes lo idolatran. Entre ellos su hermano menor, Rusty James (Matt Dillon), que imita su estilo de vida e idealiza la era en la que él fue amo y señor.
En una de las escenas emblemáticas del film, Rusty James habla con otro hombre en el bar, mientras miran fascinados cómo The Motorcycle Boy juega al pool, abstraído. Dice el hombre: “Es como una realeza en el exilio, ¿entendés?”.
A través de los años y la escucha esa imagen del Charly huidizo fue superpuesta por la de un artista atento al eco de los otros, conocedor de los cambios (y retornos) de época y del ruido de la calle. Un rey cercano que, como el chico de la motocicleta, prefiere moverse por el lugar que lo venera con el impulso de liberar y no de someter.
“Asesíname” (2003) – Por Micaela Ortelli
Creo que siempre me dio miedo Charly. Pero porque no lo escuchaba, solo lo veía en la tele. Si no fuera por el periodismo, tal vez habría hecho una vida sin su música (seguro que no, qué importa). Solo sé que hubo un momento de sincronía entre nosotros, probablemente el único de nuestras vidas, que fue Resistiré (2003). Los dos fuimos muy fan. Yo no tenía nada que ver con Celeste Cid por entonces: era mi época jogging, tirita en el cuello, pelo largo. Me comparo porque tenemos casi la misma edad, ella un año y medio más: cumplió los 20 un mes después de que terminara Resistiré y saliera “Asesíname”.
Elijo esta canción porque, por más cosa honesta que pueda escribir sobre otra, nada se compara con que es la de Charly que me gustó en su momento. Y no lo creo, estoy segura de que fue así: que ese tema resquebrajado, con los pocos recursos que yo manejaba por 2003, me gustó. Es que básicamente es un tema pop. Ahora, por más que lo intento, no puedo recordar cómo lo canté, cómo me pegaron esas frases en su momento (¿habré registrado lo de “you’re gonna die, try to understand what is happening to you”?). Quizás deba pensar en cómo las miré, porque hasta mucho después a “Asesíname” solo lo vi en MTV –por eso uso el perfecto simple, porque no habrán sido tantas veces–.
Charly dijo que lo inspiró a escribirla el asesinato en 2001 del RRPP Clota Lanzetta. Cuando la canción salió, había cumplido 52; seis meses antes había muerto María Gabriela. Tenía las manos sucias de aerosol plateado y las deja ver antes de la guitarra, para “es solo rock and roll”, que Celeste parece que dijo sin sonido, como en todas las partes donde mueve los labios. “Yo me quiero morir” es un primer primer plano suyo, pero solo mira abajo. Él también muestra mucho los ojos en este tema de amor. Es hermoso lo que crean juntos en blanco y negro. Charly le canta en la cara, ella lo escucha tranquila, divertida. Al final bebotean —“a la cama sin postre”—, pero no sé con qué palabra interpreté eso en 2003. Sí que Celeste me mostró algo de Charly que yo no había visto todavía: una profundidad que ya era hora de empezar a ver.
“No soy un extraño” (1983) – Por Matías Roveta
“Escucho un tango y un rock, y presiento que soy yo”, cantaba Charly García en “Yo no quiero volverme tan loco”, canción incluida en Yendo de la cama al living (1982), su debut solista editado en pleno contexto de Malvinas. La influencia del tango ahora se materializaba en sonido en “No soy un extraño”, pero las cosas habían cambiado sustancialmente: el tema es el segundo track de Clics Modernos, la maravillosa aventura vanguardista de un artista que viajó a Estados Unidos para grabar junto a Joe Blaney en los míticos Electric Lady Studios, con músicos de sesión de primera línea y rodeado de sintetizadores y caja de ritmos.
El clima de la canción está montado a partir de un pulso tecno-pop oscuro y misterioso, matizado con las sutilezas de la guitarra eléctrica de Larry Carlton (Steely Dan, Joni Mitchell, Quincy Jones) y con Charly hablando de Buenos Aires en plan de cronista furtivo: dice que acaba de llegar y que la ciudad con la que se encuentra no es como en los diarios, y que por las dudas él mira como “sin querer mirar”.
Era 1983 pero el terror de la dictadura aún se sentía y había que andar con cuidado, y Charly de todas maneras se las arregla para filtrar imágenes poderosas que rompen estructuras conservadoras. La escena del bar con dos tipos bailando un tango tomados de la mano también podría servir como metáfora de su búsqueda artística, que en ese momento daba destellos de modernidad y tenía como propósito ampliar las viejas fronteras del rock. Y dando rienda suelta a su inigualable condición de letrista capaz de resumir el espíritu de una época, Charly lanza una advertencia de cara al futuro democrático: “Desprejuiciados son los que vendrán y los que están ya no me importan más / Los carceleros de la humanidad no me atraparán dos veces con la misma red”.
“Cuchillos” (1996) – Por Mauricio Maronna
¿La última gran canción de García antes del caos? ¿La mejor canción de García adentro del caos? Como fuere: es la última gran canción de García.
Jazzy, tanguera, climática, “Cuchillos” contiene toda la genialidad de Charly. Y así lo supieron ver otros a la hora de hacérsela interpretar a Mercedes Sosa. Pero fue adentro del concepto Say No More donde García maravilla la letra y la música con un animus anhedónico, como casi nunca después.
“De tanto darte amor te hice feliz”, canta e incrusta la cita en todos nosotros, como recordándonos quién es quién, aun en medio del caos Say No More. Dicen que dedicada a la Negra Sosa, dicen que grabada desde la bañera del estudio La Diosa Salvaje. Dicen que todo fue a las 6 am.
Cuando haya que explicarle a alguien quién fue García, busquen el disco Say No More (1996), bajen la púa al surco 8 y déjenlo correr. Todo se dirá por sí solo.
“Nuevos trapos” (1983) – Por Gabriel Reymann
El tema que iba a prestar título al disco que lo contiene entra en la habitación con un cromatismo descendente de sintes muy efectivo pese a lo datado del sonido, tan tanguero y tan cabaret de Weimar al mismo tiempo; el primo extrovertido de “No soy un extraño”, su angustia celebratoria con una mueca de sonrisa y sangre escapándose entre los labios. Se retroalimentan frase musical y soporte lírico: así de viejo el sintetizador que envuelve al atemporal motivo musical, así de atávica y actual su letra.
Sí, claro, salir a celebrar tras la tragedia y el horror, pero sin perder de vista la repetición del rito: el eterno retorno de las revueltas y el pánico, así como el encuentro de dos pibes (pibxs, si se quiere) que es y será la cuestión de fondo que jamás pasará de moda —el cambio está a la vuelta de la esquina, pero quizá estemos en una rotonda—. Puntuado por el bajo de Pedro Aznar, coronado por el saxo demente de Doug Norwine, “Nuevos trapos” es un ancho de espadas que pasa por discreto en una obra cerrada con merecido consenso. Salud, Carlos Alberto García Moreno.
El after del “Me tiré por vos” – Por Maxi Vernazza
Era marzo de 2000, y hacía dos días que Charly se había tirado a la pileta en el hotel Aconcagua, en Mendoza. Estábamos en su departamento de Buenos Aires, y yo había ido a hacer una nota para la revista Gente. Ahí me contó que él no estaba loco, que estaba entrenado para hacer eso. Entonces fue hasta el balcón y me empezó a mostrar, y le dije “guarda, tené cuidado”. Y contó que de chico iba al campo del tío, se trepaba al molino y se tiraba al tanque australiano, entonces sabía lo que hacía. Y que desde el noveno piso del hotel mendocino primero había tirado un muñeco, después dos almohadas y recién ahí se había tirado, porque tenía calor. En la foto parece que está sentado pero en realidad está pasando para el lado del baño, donde después se pegó una ducha y seguimos con la nota.
El de Coronel Díaz y Santa Fe era un edificio raro, nunca te cruzabas con nadie, al menos las veces que yo iba. A mí siempre me intrigó la vecina de al lado, porque Charly vivía en el séptimo piso y al lado vivía una mujer, y me intrigaba qué diría de todo el quilombo. A él le encantaba estar ahí. En su época iba mucho a comprar ropa enfrente, al Alto Palermo, y a una disquería que está en el Paseo del Sol, Rock and Freud. Después se iba a un bar de la zona.
Yo lo fotografíe desde 1997 hasta diciembre del año pasado, cuando le hice la última foto. Más allá de que laburamos en algunas cosas, como el disco recopilatorio 60×60 (2012) o las fotos del recital en el Colón, yo no trabajaba directamente con él. Lo conocí en el ’97 cuando fui a hacerle una nota para Gente, donde estuve hasta marzo de este año, y a partir de ahí pegamos onda. Y cuando surgió hacer otra nota pidió “mandame al de rulos”, y desde ahí nos hicimos amigos. Está dicho por él, no es que yo me quiera poner un título que no existe. En las fotos creo que se nota la buena onda. Lamentablemente este año, por cuestiones laborales, no lo pude ver, así que andamos un poco alejados.
“Los dinosaurios” (1983) – Por Teresa Parodi
Charly, con su arte luminoso, puso la vara muy alta en la música popular argentina. “Los dinosaurios” es una canción que está guardada en la memoria colectiva y que con sus versos estremecedores desafía al olvido. Marcó y marcará a fuego el corazón de generaciones de argentinos.
“Reloj de plastilina” (1990) – Por Santiago Farrell
No en vano el primer video de este tema que aparece en YouTube muestra una foto de un Charly muy joven. Si algo destila “Reloj de Plastilina” es melancolía. Una de las joyitas de Filosofía barata y zapatos de goma (1990), la canción desarma la figura pública maradoniana e invencible de Charly (el futuro Say No More) de entrada, en el primer verso: “una vez creí que nada iba a pasarme”. Desde ahí va subiendo de a poco, con una melodía tan simple como exquisita y una mezcla bien espaciosa, que no hace sino resaltar la vulnerabilidad de un Charly que “aunque estuviera solo sabía jugar, aunque quisiera llorar”.
Es un autoexamen crudo que volvería a asomarse en temas como “Vampiro” y “Cuchillos”, el reverso de ese “mixto con personalidad” de “No voy en tren”. La otra genialidad, la del arreglo, consiste en volver cantable y casi alegre una angustia cada vez más palpable (¡esas cuerdas en el medio!). Para cuando llega al clímax (“fui lo que creí, soy lo que está pasando”) y se disuelve en una coda, “Reloj de plastilina” ya se ganó al oyente y conquistó su status de gema escondida, de esas que Charly supo prodigar con tanta generosidad en esos años de apogeo.
Chopin, YouTube y “Separata” (1978) – Por Roque Di Pietro
En 1990 Mercedes Sosa protagonizó en el Luna Park un concierto en el que compartió escenario con, entre otros, Charly García y Luis Alberto Spinetta, un detalle que convierte automáticamente a este recital en un acontecimiento histórico. Pero por si fuese poco, durante el set con García (dos temas), la cantante tucumana despachó una versión de “Separata”, iluminando para un par de generaciones que la desconocía una composición tan oculta como magnífica de nuestro héroe de Caballito.
Charly está espléndido. Es junio de 1990 y está grabando Filosofía barata y zapatos de goma (en este Luna Park conoció a Lolita Torres, a quien invitó para meter voces en el tema que tituló ese LP). Mercedes Sosa lo presenta como “el número uno” (recordemos que Spinetta está en camarines); luego sigue un minuto y medio de piano y voz demoledores.
“Separata” es el tercer surco del lado A del disco debut de Serú Girán, publicado en noviembre de 1978. Una pequeña y sofisticada construcción opacada por las dos catedrales sinfónicas que abren cada una de las caras de aquel longplay: “Eiti-Leda” y “Serú Girán”. Quizás por eso se trate de un eterno lado B en el songbook de García: casi no hay versiones de “Separata”; no hay registros de que Serú Girán la haya interpretado en vivo exceptuando el concierto en Obras del 78; y García no la volvió a incluir en su repertorio, más allá de aquella noche de 1990 invitado por Mercedes Sosa en el Luna Park. Es, además, la composición con letra más breve de todo su catálogo: 96 segundos.
La letra, precisamente, trata sobre lo que era una pequeña obsesión para Mercedes Sosa (y quizás allí esté el motivo de su elección): la soledad del artista luego de enfrentarse a las multitudes. Hay también una cita un poco escondida al mito griego del ave fénix, una materia que García domina desde niño. Además, contiene muestras del sentimiento de desolación que recorre buena parte del LP debut de Serú Girán: el “lejos, lejos de todo” de “Separata” es pariente cercano del “lejos, lejos de casa” de “Eiti-Leda”, y expresan cabalmente esa idea de desconsuelo que no cuesta nada aplicarla a la coyuntura social de Argentina de 1978. Finalmente, hay un tópico más o menos recurrente en García: la relación de amor-odio con su público (cuando todavía no aplicaba el estatus de aliados). “Y tal vez, no tuve ganas / de verlos, de estar con ustedes”, que anticipa “no necesito a nadie alrededor” de los 80, o “la gente que te viene a ver/ solo te destruye” en la reencarnación del cuarteto en los 90.
Si “Desarma y sangra” es el “Yesterday” de Serú Girán (porque es casi un tema solista de Charly —aunque con la participación de Aznar en Oberheim— así como “Yesterday” es una entrega exclusivamente de Paul), “Separata” podría haber sido nuestro “Eleanor Rigby”. Pero aquí no hay doble cuarteto de cuerdas sino García multitrackeándose a sí mismo en el estudio Eldorado de San Pablo con piano acústico, Minimoog y ARP Solina. (Al margen: si algún día los ciudadanos de este país consensuamos en que Serú Girán son efectivamente los Beatles argentinos, habrá que aclarar que en tal caso Charly García es, al mismo tiempo, Lennon, McCartney y el hemisferio izquierdo de George).
En 2011, y en relación al video de “Separata” de García y Sosa en el Luna Park de 1990, el usuario de YouTube Víctor Dupont comentó:
«Cómo armoniza el señor García. Maneja la tensión y el reposo como ninguno. ¿Vieron la manera de cerrar? ¡El acorde que tira!».
Buen oído Víctor, porque, efectivamente, en la armonía se encuentra el centro de gravedad de esta composición. El pianista Guillermo Di Pietro —hermano de quien suscribe— la versionó en un disco de solo piano dedicado íntegramente a García y la vinculó de manera explícita al Preludio n° 4 en Mi menor de Chopin.
Por su parte, el músico Guido Spina, obsesivo estudioso de la obra del ex Sui Generis, dice lo suyo con respecto al link entre Charly y Frédéric en el tema que nos ocupa.
«Si bien “Separata” está en Sol menor, la relación con el Preludio n° 4 tiene todo que ver. Como en tantas otras obras de Chopin, aquí aparece un recurso que se llama cromatismo, que es un movimiento ínfimo que consiste en tomar un acorde (en este caso un acorde menor), ir moviéndolo de a una nota y convertirlo en otro acorde. Esto también aparece en la Mazurka n° 4. Si tocás los acordes de “Separata” con la mano izquierda y su melodía con la derecha, es un preludio total. No sería extraño que Charly lo haya compuesto de ese modo».
En este sentido, hay que decir que el ex alumno del Thibaud-Piazzini se adelantó en casi veinte años a Radiohead, que realizaría un procedimiento similar —basado en la misma invención chopiniana— en “Exit Music (For a Film)”. De algún modo, “Separata” es a la influencia de Chopin en García lo que “20 trajes verdes” a la influencia de Erik Satie.
En una composición tan breve como “Separata”, García tiene tiempo —y le sobra cancha— para una parte B, que se inicia en el segundo 42 y es una suerte de estribillo con el sello Beatle. Continúa Guido Spina:
«La parte B modula al relativo mayor, en este caso a Si bemol. Eso ya es muy Beatle: ocurre lo mismo en “Girl”, que modula del Do menor de la estrofa a su relativo mayor (Mi bemol) en el estribillo. Pero lo que acentúa el carácter Beatle en “Separata” es que en la modulación deja un bajo pedal, que queda en Si bemol mientras va cambiando el resto de los acordes».
Mercedes Sosa y Charly intentaron regresar a “Separata” en Alta fidelidad (1997), pero no funcionó. Forma parte de los outtakes de ese disco.
Es un experimento fallido, aunque no por eso carente de interés (no es casualidad, tal vez, que otro tema grabado y descartado para ese disco fuese “Desarma y sangra”). Entre 1978, 1990 y 1997 los tiempos, evidentemente, habían cambiado. Nuestro amigo comentarista Víctor Dupont reaparece en YouTube para expresarse luego de escuchar la versión ‘97 de “Separata”, con el recién inaugurado concepto constante, a siete años de aquel Luna Park. Sus (cuatro) palabras sirven para empezar a explicar de qué se trató la transformación que experimentó García desde mediados de los noventa:
«Charly García es Pollock».
“Canción de Alicia en el país” (1980) – Por Matías Roveta
Una canción alegórica sobre el terror de la dictadura, en clave metafórica en la mejor tradición Dylan, es uno de los puntos más altos de Serú Girán. Pero Charly en realidad parecía estar haciendo honores a la principal influencia de este supergrupo que comandaba y a la figura de los “Beatles argentinos” con la que se los asociaba: para escribir la letra de “Canción de Alicia en el país” usó como disparador la obra de Lewis Carroll, el mismo escritor a quien acudió —en parte— Lennon para dar forma a su collage psicodélico en “I am the walrus”. Y en esta fábula oscura, que empieza con varios arpegios superpuestos de la guitarra de David Lebón, aparece por supuesto la morsa, pero no con tinte lisérgico sino para dar cuenta del tendal de horror que los militares estaban desatando: “No cuentes lo que viste en los jardines, el sueño acabó / Ya no hay morsas ni tortugas”.
Ese momento es justo al comienzo de la tercera estrofa, cuando la instrumentación mínima — apenas el hammond de Charly, el bombo de Oscar Moro y algunos fraseos de Lebón— va dejando espacios porque el peso de las palabras es total, mientras Charly canta una letra que parece eludir su propio consejo y en realidad cuenta todo, pero con astucia e inteligencia: es necesario tener presente que era 1980 y había que tener coraje para decir cosas como “un río de cabezas aplastadas por el mismo pie” o “los inocentes son los culpables, dice su señoría, el Rey de Espadas”. Como cerrando el círculo, antes del cierre de la canción —con varios solos de guitarras y teclados intercalados— suena una especie de homenaje a “The End” de los Beatles.
El Artista – Por Fernando Samalea
Disfrutaba del presente musical. En una galería de Primera Junta compré Clics modernos, el flamante long play de Charly García. Bastó poner la púa sobre el surco, dejar correr unos compases delpattern de vibrantes palmas electrónicas y hi-hat sincopado, escuchar el riff de guitarra en 7/8 que se va acomodando con la batería en 4/4 como una verdadera lección de polirritmia, observar la fotografía en blanco y negro del Artista fumando en la carátula o las polaroids del sobre interno —con García metido en una bañera, luciendo modernas gafas de marco blanco, nariz de cono y pelo cubierto de talco— para quedar absolutamente cautivado: había teclados voladores, hipnóticas máquinas Roland 808 y golpes brillantes del baterista norteamericano Casey Scheverel, así como un ajustadísimo bajo de Pedro Aznar. ¡Y encima, guitarras de Larry Carlton! El ingeniero había sido Joe Blaney, habitual de The Clash y los Stones. Charly se había reinventado como nunca, mostrando su experiencia neoyorquina y la poética multirracial del Greenwich Village a quienes ni siquiera las veíamos por televisión, al ritmo de esas palmas machacantes de “No soy un extraño”. (…)
Mientras el país se movilizaba con la inminente asunción de Raúl Alfonsín, el primer presidente elegido democráticamente en mucho tiempo, no dudamos con mi novia Marisa en sacar tickets para la presentación de Clics modernos en el Luna Park. García, de pasado semihippie, ahora con pelo corto daba cátedra de modernidad y vanguardia. La banda, maravillosa, se animaba a incluir a una mujer en el rol de vocalista y una sección de dos bronces. Shockeado, como muchos, volví a otras dos de las cuatro funciones que dieron en total. “No me dejan salir”, “Huellas en el mar” y “Transas” sonaron como nunca. El líder se permitió una sección a piano y voz, que denominó “velador time”, al tener uno sobre la tapa del piano CP-70. En medio del concierto, el trío GIT interpretó una canción propia, de marcado sonido actual.
La última noche, directamente desde el Luna Park, tuve que asistir a mi habitual trabajo con el disc jockey Daniel’s. Estaba tan conmocionado por lo que había visto que, apenas llegué, le comuniqué a mi buen contratista que dejaría lo de las fiestas hasta nuevo aviso y le prometí conseguir un reemplazo. Debía jugármela por el rock y era el momento clave, ya que la comodidad de ese trabajo de hoteles podía mantenerme in eternum como “músico de fiestas”. Lo entendió al instante, asintiendo con la cabeza. Nos reímos a un costado de la pista. Al rato, continué tocando sobre “Gloria” de Laura Branigan, “Hold the Line” de Toto, “ What a Feeling”, el hit de Giorgio Moroder de la película Flashdance, “Never Can Say Goodbye” de Gloria Gaynor, “Can’t Take My Eyes Off You” de Frankie Valli o “Easy Lover”, el pegadizo dueto de Philip Bailey con Phil Collins. Estaba mucho más aliviado al saberme con un pie afuera del mundo de los casamientos. En esa misma velada se sumó el grupo de la cantante Mariela Pruss. Harían una participación especial, con canciones de rock argentino adaptadas a la audiencia hebrea. No tenían baterista y me pidieron que los acompañase. Por una ironía del destino, terminé tocando en una versión en yiddish de “No me dejan salir”, tema que horas atrás había escuchado en el Luna Park.
* (Fragmento de Qué es un long play: Una larga vida en el rock (Sudamericana, 2015)
“Desarma y sangra” (1980) – Por Pablo Díaz Marenghi
Esta canción apareció en 1980 en Bicicleta (el mejor disco de Serú Girán) y se desmarca del sello que caracterizó al grueso de esta súper banda, un rebirth ochentoso del rock progresivo que coqueteaba con el jazz rock y el tango, que tuvo su verano del amor en Brasil y se fundió en el engarce de cuatro monstruos de la música.
Aquí Charly hace gala de su formación clásica (tiene oído absoluto y estudió piano desde muy pequeño). “Desarma y sangra” es piano y voz (con algunos teclados a cargo del virtuoso Pedro Aznar) y posee progresiones beethovenianas. Esto se evidencia luego de la primera estrofa, en donde García comienza un pasaje instrumental con una tonalidad descendente de alrededor de un minuto de duración y en el que expone vigor y fuerza en cada nota. Sobre el final, algunos movimientos remiten al romanticismo (sobre todo al de Schubert, continuador de Beethoven).
La iconografía del rockstar suele estar representada por un hombre (en raras excepciones, una mujer) enfundado con una guitarra. Es notable el caso de García, embanderado, en general, con un piano de cola o una pila de órganos Rhodes, sintetizadores Mini Moog, pianos eléctricos Sound City, un Mellotron y demás instrumentos de teclas. Siempre teclas. Blancas y negras. Mismos colores que los de su inconfundible bigote bicolor.
Muchas veces se lo destaca por su capacidad como letrista. Su eclecticismo y versatilidad le hicieron construir relatos en forma de líricas, como “Tribulaciones, lamento y ocaso de un tonto rey imaginario, o no”, de Sui Generis, escupitajos bucólicos infantiloides como “No voy en tren”, metáforas que funcionan como paráfrasis de la historia argentina (“Canción de Alicia en el país…”, “Los Dinosaurios”) o narraciones que bien podrían rellenar las páginas de una novela pulp (“No soy un extraño”).
Respecto a la lírica de “Desarma y sangra”, ha sido entendida como una metáfora de lo vivido durante la Dictadura Cívico-Militar (un “angel vigía” que “corta las alas, quita la voz” y “la gente se esconde o apenas existe”). García llegó a decir que la idea rondaba en su cabeza desde que tenía doce años. Vale recordar que en otra canción emblemática supo cantar “Yo que nací con Videla”, a pesar de que había nacido décadas antes del golpe de 1976, evidenciando un renacer durante los años de plomo. Las dictaduras y los militares no le resultaron indemnes y hay más de una obra suya que lo prueba.
Algunos sectores plantearán que, sin distorsión, sin determinado patrón rítmico, no hay rock. Carlos Alberto García Moreno demuestra que el rock puede ser una pieza breve de música popular imbuida de música clásica. O, más bien, propone que el rock puede ser él en sí mismo. Porque Charly García es, en un punto, como Maradona. O, parafraseando a John William Cooke, como el peronismo: el hecho maldito del rock argentino.
“La canción del indeciso” (1990) – Por Mario Breuer
Más de treinta años trabajando con Charly me dejaron cientos de historias increíbles y llenas de momentos emocionantes. Hicimos juntos grandes discos de él y produjimos algunos para otros artistas como Celeste Carballo, Fabi Cantilo o Suéter, por mencionar algunos, pero Filosofía barata y zapatos de goma (1990) es uno que quedó impreso firmemente en mi “neo cortex”.
Comenzamos juntos este disco, pero en algún momento Charly necesitó recorrer muchos estudios y trabajar con otros técnicos. Su mente viajó tan alto y tan lejos que un día me llamo y me dijo “ey, Mario, ayudame a terminarlo”. Por dentro dije: “pensé que nunca me lo pedirías”. Al día siguiente, nos encontramos en La Diosa Salvaje y me pidió que escuchara todo lo que había grabado, que borrara lo que me parecía que no servía y que le dijera lo que faltaba grabar para terminar el disco.
En principio sentí un enorme peso sobre los hombros, porque, después de todo, hasta hacía pocos años Charly era mi más grande ídolo musical, y ahora me pedía consejos: ¡oh my god!
Tardé muy poco en enamorarme de cada canción del disco, pero una de ellas me atravesaba por el centro del pecho. “La canción del indeciso” es un tema lleno de groove, buen humor, armonía y una instrumentación maravillosa que hacen que, cada vez que lo escucho, lo vuelva a poner inmediatamente de nuevo dos, tres o cuatro veces seguidas.
Una muñeca dice “Sería muy bueno” – Por Carolina Bello
Parece que fue Elvis el primero en sentarse en ronda junto a sus músicos en un escenario y desenchufar. Era 1968 y el gesto evidente: aún sin amplificadores, sin distorsión, seguía siendo Rock and Roll. Se trataba de un programa de la NBC en el que el rey del rock grabaría un puñado de canciones posteriormente conocidas como 68 Comeback Special. Era el primer antecedente de la modalidad unplugged.
Como crecí en los 90, mis recuerdos son fósiles que decidí atesorar con la altivez de los viajeros del tiempo. Los nacidos en los 80 fuimos forjados entre la paciencia de redondear con marcador la película que queríamos ver en la revista del cable, y el haber pensado que habíamos llegado a la Nasa cuando tuvimos nuestro primer CD. Si se rayaba perdíamos un reino. No colecciono ese pasado con nostalgia ni con la pose de una pendeja que hace de vieja, sino con los ojos de una guerrera que mira atrás mientras limpia la espada.
En medio de todo aquello, la tele prendida. Por entonces había dos canales que en mi cable eran contiguos: MTV, cuando además de videoclips las 24 horas transmitía programas especializados en metal o en clásicos; y Telemúsica, donde pasaban un psicodélico video de Willy Crook al menos cinco veces por día hasta que en algún momento todo mutó, como lo hacen las cosas sujetas al tiempo y a las voluntades.
MTV nos engañaba abriendo el portal de la nada con Chico Migraña, sin decirnos que eso que parecía tan raro, tan cool, era el principio de una era donde ya no verías música en ese canal. Mientras tanto, en Telemúsica lo que era Tonino Carotone —aquel falso tano que te cantaba en la cara “me cago en el amor” mientras simulaba cogerse un maniquí— pasaba a ser sin pruritos ni medias tintas “Vive la vida loca”. Era el fin de una era, pero por entonces ya habíamos empezado a buscar cosas en Internet, porque de pronto teníamos Internet.
En el medio, antes del principio del fin, nosotros en plena adolescencia encontrábamos un significado en la palabra Unplugged que eventualmente pronunciábamos mal. Porque en nuestros sillones, más o menos pajeros que el de Beavis y Butt-head, la música se escuchaba y se veía. Y cuando había video clips que encima contaban una historia, olía a dicha. Una cajita de leche aventurándose por alguna triste calle de Reino Unido, o miles de juguetes cayendo del cielo en un video de Erasure. Lo vimos.
Y de pronto, nuestras bandas decidían filmarse tocando en vivo, pero desenchufados. He de reconocer que ante el anuncio del primer Unplugged del que era consciente me enojé un poco. Mi lado rockero más ortodoxo no comprendía a priori cómo el rock decidía desenchufarse, privarse de aquello que en mi mente adolescente lo hacía rock. Esta pavada se me pasó rápido cuando vi el de Nirvana y toda esa fragilidad de aquel rubio de saquito roñoso tratando de esconder su tristeza, inútilmente, detrás del micrófono. Fue como verle los ojos al Indio Solari. Hasta hoy, aun siendo una versión, canto “The Man Who Sold the Word” acentuando como una irrupción la p de “passed” en el primer verso, una desprolijidad en el canto de Cobain que lo vuelve tan real como todas sus canciones.
En 1994 Los Fabulosos Cadillacs fue la primera banda en español que hizo un Unplugged con la mega cadena de música televisada. No les di mucha bola, la verdad, porque nunca fui mucho de las bandas numerosas y fiesteras. La siguiente emisión fue de Caifanes. Lo siento, pero no.
Al año siguiente, en el tercer Unplugged en esta lengua romance, nos pedían que por favor lloráramos y se solicitaba, en medio de una canción, menta, dos hielos y agua. Pocos paratextos han logrado fijarse como tatuajes en la reproducción de las canciones. Nunca más cantamos “Yendo de la cama al living” sin arengar a Erika para darle paso al violín. Incluso tomamos como parte de la canción el “sería muy bueno” que la muñeca rubia que descansa sobre el piano nos regala con su ominosa voz fabril.
Los lugares ciertos
Una vez más, esa modalidad Unplugged nos daba en una primera instancia un poco de la espontaneidad artística que anhelábamos; y por otro, nos regalaba momentos únicos que pasarían a nuestro imaginario como partes constitutivas de las canciones.
Era 1995. En Argentina Menem asumía por segunda vez, del otro lado del charco se jugaba la Copa América y en Estados Unidos alguien inventaba el Internet Explorer. Buscar ya no sería un esfuerzo denodado para adquirir una nueva sabiduría. El nuevo oráculo tenía enter.
Por entonces yo había pasado al liceo con mi aspecto aniñado a cuestas y la rebeldía de la vida por delante. Era una pasajera en trance, que antes de saber resolver una ecuación de segundo grado había entendido que las metáforas tenían la fuerza de patear las convenciones del mundo. Un amor real, sería, para siempre, como vivir en aeropuerto.
Llegué a Charly por aquel Unplugged y desde ahí a la discografía. Por lo tanto, durante mucho tiempo asumí que el enganche de “Eiti Leda” con “Viernes 3 AM” era parte de la misma canción (sí, no había curtido Serú Girán), incluso con el entrañable “y me olvidé de la letra” a cuestas. En mi cuaderno de matemática había escrito con indelebles tintas: “te hace bien, tanto como hace mal, te hace odiar, tanto como querer”. Las canciones eran mis municiones contra todo lo que no me gustaba y Charly estaba conmigo en la trinchera, apretando bien las muelas. Yo siempre cerraba los ojos con él para ver cómo trasmutaba la primavera, y cuando los abría, los tules del estudio seguían ahí.
El rock también podía tener violines y chelos. El rock podía tener boas azules sobre las piernas cruzadas de María Gabriela Epumer en aquel banco alto como la gloria.
“Una canción que le gusta mucho a todo el mundo, sobre todo a los muertos” fue, por aquel entonces, mucho más que una frase espontánea. Charly creaba una cosmovisión de fósiles y dolor, un mesozoico de anhelos donde los dinosaurios iban a desaparecer.
Lo que queda, de esa era y por siempre, son las canciones, como los discos. El mundo suspendido en notas y versos que, tanto trajinar después, aún nos mantienen alerta y pensando. Es mucho. //∆z