Reeditado por Ediciones Recovecos en 2016, en este libro de cuentos el autor cordobés destapa miedos profundos y conflictos en las relaciones humanas, con la familia como eje y punto de partida.

Por Agustina del Vigo

La escritura de Sergio Gaiteri (1970) se presenta ante todo como una propuesta de convivencia. En este libro, primer premio del Fondo Nacional de las Artes en 2006, coexisten las frases cortas y largas, los dramas individuales o colectivos, y cada cuento certifica que todos pueden vivir bajo el mismo techo, como suele pasar en la vida cotidiana. Las miserias de sus personajes también son las de cualquiera. Lo que queda al final de la lectura es un continuo deja vu: un futuro posible que, aunque parezca nuevo, llegó hace rato.

Gaiteri encierra conflictos familiares, existenciales y físicos en siete relatos -siete, ese número mágico- que no necesitan mucha longitud para instalarse en la mente como una película breve. Las frases secas no descubren demasiado al principio. Como en el juego del Tetris, se van acumulando y superponiendo, hasta que llega esa vara larga que viene a explotar todo. Los habitantes de los cuentos viven en Córdoba -de donde es el autor- y tienen vidas más o menos felices con problemas comunes: ganar plata, mantener unida a la familia, perdonar la infidelidad, ocuparse de los mayores cuando ya nadie quiere hacerlo o ir en contra o a favor de la corriente y la moral. Pero en este devenir se instala siempre un hecho que viene a romper lo cotidiano. No son eventos sobrenaturales sino complicaciones habituales, y la maestría de Gaiteri, donde radica su crítica más voraz y sanguinaria, es ponerlo en evidencia. Las vidas de sus personajes se vuelven dramas irrespirables a partir, por ejemplo, de llamadas telefónicas en la noche, encuentros azarosos en el colectivo y deudas contraídas absurdamente. Al autor le interesa la fragilidad del equilibrio sobre el que se construye la existencia. La realidad, para él, se vuelve entonces violenta y amenazadora casi por casualidad.

“Certificado de convivencia”, el cuento que abre y da título al compilado, narra la convivencia de un hombre y una mujer, la vida de pareja, la distribución de las tareas del hogar y los vicios del otro, siempre injustificables frente a los propios. Un hombre desempleado se acerca a la comisaría local para tramitar el certificado de convivencia que le permita compartir la obra social de su mujer. Ella, que aún conserva su trabajo, se cruza con la desidia del hombre, que no quiere que la mujer le diga nada. Lo que empieza mal termina peor, por seguir estirando la cadena de hacer siempre algo más para contentar al otro. En este relato afloran los reproches que se hacen en silencio en la vida de a dos y los problemas no resueltos que siempre vuelven a golpear, literalmente, la puerta. Como el cuervo de Poe que no abandonará jamás al ex amante en su noche plutónica, el gato gris que se infiltra en la casa del protagonista será su único acompañante hasta el final.

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Las historias en este libro parecen nunca cerrarse. Terminan, casi siempre, como empiezan, a mitad de camino. Después del primer relato, Gaiteri sigue experimentando con otras voces y formas. En “Cuaderno de ejercicios” aparece la visión de un niño -que difiere de la del adulto no por la inocencia sino por el cinismo- sobre la separación de sus padres, la convivencia con una madre loca y el desempleo. Es un cuento descuajeringado, que salta de una línea temporal a otra y va y viene continuamente hacia Córdoba y Santa Fe. El asma del niño funciona como síntoma de la realidad asfixiante, maridado con las expectativas de la comunidad y la obligación de mantener las buenas costumbres por sobre la felicidad.

“Nivel medio” es la historia de un profesor inexperto – “un escritor que da clases de Literatura”- que, al descubrir el talento de un alumno socialmente aislado, comprende que él no tiene ninguno. Es notable el modo en el que el protagonista descubre cómo su mujer – gracias a que ella, celosa, suele imaginarlo en encuentros sexuales con las alumnas- le está siendo infiel.

En “Pastillas para mamá”, un evento tan azaroso como es encontrarse con un viejo amante en un colectivo da origen a un relato de (des)amor adolescente. Un encuentro sexual frustrado en la casa de la madre de ella, y la vida que, aún con sus complejidades, fluye sin neurosis entre ambos, son parte de ese pasado que parece haber asumido y perdonado lo que no pudo ser. A diferencia de en “El metal más duro”, uno de los cuentos más largos, en el que la unidad familiar se va agrietando por viejas infidelidades y traiciones. Primero entre los padres, luego entre hermanos y finalmente entre nueras y suegros, ese otro álbum familiar se va desempolvando, aquel que habita en los grandes silencios de las reuniones familiares. Lo mismo le sucede al protagonista de “Trailer”, otro adolescente que, en medio de unas vacaciones fallidas, la visita a su padre preso y las materias que se llevó a diciembre comienza a entender el odio que en realidad le tiene su padrastro. La complejidad de los vínculos sigue en “Acantonamiento”, donde una niña no soporta pasar la noche en el campamento escolar. Mientras el padre sale al rescate, la madre, que disfruta de su nuevo amante, no contesta el teléfono. Es un intercambio de los roles clásicos (padre mujeriego vs. madre hijo-dependiente) que no tiene intención de crítica pero se expone de forma velada. La constatación de que el otro ya dio vuelta la página es violenta, y lo mejor es el final absurdo del único de los padres que intenta hacer bien las cosas.

¿Existen separaciones que no sean duras? ¿Cuándo empieza y termina un duelo? Algunas respuestas se pueden buscar en estos cuentos. Y, en la pesquisa, Gaiteri indaga en las inseguridades y las tensiones, no con una denuncia abierta sino a través de gestos cotidianos: la risa de un abuelo demente frente a la deformidad de la nieta, un nombre que, en una familia, está prohibido pronunciar, una hija que consume las pastillas para dormir de la madre. Son destellos que perturban el panorama general, similares a esas incongruencias que descubre, por ejemplo, el protagonista de Matrix. Como Neo, Gaiteri invita a desconectar el cerebro del cable y a explorar lo que hay un poco más atrás.//∆z