El centro del vacío es el nuevo disco de Bosques, el dúo compuesto por Juan Cruz Del Cerro y Marcos Díaz. Buscando expandir su hipnótico sonido con una atención inusitada a timbres y texturas, no siempre funciona pero cuando lo hace los resultados son más que interesantes.
Por Santiago Farrell
El de Bosques es un camino de lo más interesante, considerando que este dúo under porteño lleva editados apenas tres discos. Cualquiera que escuche Pleroma Sum (2010) o Eomaia Nam (2011) se encontrará con una banda casi de shoegaze, que lleva las marcas de bandas como My Bloody Valentine, The Jesus & Mary Chain y el Sonic Youth más tranquilo dentro de un estudiado trabajo compositivo. Pero mucho cambia en su tercer trabajo, titulado sugestivamente El centro del vacío, y de entrada se perfilan dos claves para el análisis.
La primera es el tiempo de grabación, que se extiende por más de dos años. Incluso presuponiendo dificultades económicas, esa desaceleración nos dice algo, porque tardaron apenas meses en grabar sus trabajos anteriores (y no por fáciles: Pleroma Sum cierra con un tema de ¡17 minutos!). También está la declaración hecha por la banda al respecto: “es sin dudas el trabajo más elaborado y creciente de la banda, del primer ruido al último silencio”. Sin dudas hay una búsqueda de sonidos nuevos, de salir del modelo establecido en trabajos anteriores.
La elaboración se nota en El centro del vacío, que plantea sus pistas con un cuidado perfeccionista; cada elemento se va incorporando delicadamente a una masa sonora que el dúo arma en forma progresiva cada tema, y hay mucho más esmero —todavía— que antes en la producción y el tratamiento de las texturas. Dos cambios resaltan en particular: por un lado, la voz de Juan Cruz Del Cerro, los teclados y los sintetizadores pasando a un plano frontal; por el otro, distorsión, bajo y percusión quedando en un rol más acotado. La misión inicial está más que cumplida, entonces, como se puede notar ya en el mantra ascendiente de “Yuco”, que abre el disco a la hora del rezo en La Meca; Del Cerro entona “como si me hubiera muerto” sobre un sintetizador ominoso y pistas y más pistas le salen al cruce. Bosques nunca sonó tan pulido y rico.
Pero en su afán por cambiar, la banda cae también en algunas trampas típicas de los géneros que trabaja. El problema más notable es que la voz no está hecha para sostener el protagonismo que le da la mezcla, y mucho menos las letras. En la gran mayoría de los temas cantados, Del Cerro se limita a arrastrar vocales en modo drone mientras recita monótonamente lo que, ya no enterrado bajo guitarras o teclados, suena como una serie de decálogo hippie sin mucho contenido: “Guardábamos el aire/abajo del agua/de una cascada/en otro planeta/más joven/para poder respirar”. Puede objetarse que la idea es no es concentrarse demasiado en la lírica, pero entonces no se explica por qué la voz suena tan adelante. Puesta como protagonista, resulta más que nada un obstáculo.
El otro gran problema de El centro del vacío es que por momentos la banda se obsesiona con timbre y textura y pierde de vista la direccionalidad de las composiciones. Varios temas comienzan de la misma manera y hasta con un sonido muy similar, un fade in prolongado ad eternum al que se van agregando sonidos interesantes per se pero que no aportan mucho en materia de rumbo. Es lo que ocurre en pistas como “Ícaro redención” o “Infinitos mundos”, que resultan difíciles de recordar porque en ellas sencillamente no pasa nada. Se extraña la mayor firmeza con la que el bajo de Marcos Díaz impulsaba los temas, lo que se nota por antítesis cuando pasa a nafta “El alimento hace bien”. Otra instancia donde se sufre la falta de propulsión es en “Cada cuerpo es la nave”, que arranca bien, combinando el inicio de “How Soon Is Now?” de The Smiths y un ambiente de bazar turco, pero termina agotándose y durando unos dos minutos de más.
Con todo, El centro del vacío también contiene numerosos aciertos. “Umbral”, que de tan afín al sonido del primer Bosques casi suena fuera de lugar, es un número rockero que podría formar parte de “The Sprawl”, de Daydream Nation. “Interferencia” logra destilar incluso mejor esa influencia de Sonic Youth dentro del sonido nuevo con unas violas deliciosas que se arrastran sobre el final. Y “El centro del vacío” es sencillamente preciosa, tanto por el aplomo del ritmo como por su hermosa melodía y el talento de Díaz como guitarrista. En esos minutos finales y en los iniciales de “Yuco”, la visión de Bosques queda bien plasmada, y el engañoso vacío del título se torna hipnótico.
El centro del vacío es un trabajo de transición, y tal vez Bosques haya pasado más tiempo de lo aconsejable ecualizando pistas. Pero se nota una evolución, y en sus mejores momentos, el tercer disco de Del Cerro y Díaz muestra que tienen talento de sobra para explorar aguas estilísticas conocidas por su dificultad de navegación. Con un par de ajustes, es muy probable que en la próxima entrega lleguen a buen puerto.