Asalto al Parque Zoológico, El Perrodiablo y Go-Neko se presentaron la noche del sábado 4 de agosto en el Zaguán Sur, en la que hasta bien entrada la madrugada ofrecieron a los asistentes una generosa dosis de altos decibeles.

Crónica y fotos de Emmanuel Patrone

I

Una chica, parada junto a una columna a unos diez metros del escenario del Zaguán Sur, se tapa los oídos. Un par de decenas de personas, en cambio –y quizás también con los tímpanos pidiendo clemencia- se quedan estáticas, mirando al frente. Asalto al Parque Zoológico, quienes pasada la medianoche del sábado empezaron su set, estaban en ese momento concentrados exclusivamente en hacer chillar sus instrumentos a todo volumen. Dos guitarras, un sampler, una batería y un bajo mantuvieron durante cinco minutos un sonido amorfo y agresivo, ejecutado por los miembros de la banda con la cara de quien está ocupado en un quehacer rutinario.

¿Qué pasó antes y después? Mucho pedal de distorsión, voces femeninas cálidas y tenues, mucho ritmo mecánico, mucha psicodelia afiebrada bajo las órdenes de ese género de nomenclatura chistosa llamado shoegaze, de esa que sigue los mandamientos del profeta Kevin Shields de Dublin: “Amarás a tu palanca de trémolo como a tí mismo”. La influencia de los irlandeses My Bloody Valentine es innegable en los APZOO, así como de otras bandas contemporáneas a la banda de Shields –Ride, Dinosaur Jr., etc.- quien en 40 minutos condensaron en un set una sólida muestra de lo que es el rock mirador de zapatos en esta parte del mundo, con canciones de su EP debut (como “Below”) y de lo que será su álbum debut, tal como anunció el guitarrista Fernando G., armado con remerita de Joy Division y sosteniendo su Jazzmaster.

II

“¡Hola! Nosotros somos Los Piojos”. Promediando el recital de su banda, El Perrodiablo, el cantante Doma intenta confundir a los oyentes de FM Nacional Rock –que estaba transmitiendo en vivo el recital- cantando a los gritos el archiconocido inicio del hit “El farolito” (¡UOPA PA UOPA PA UOPA!). Probablemente no lo haya conseguido. Poco importa, de todos modos. Porque lo que se escuchó después en la radio pública fueron tres cuartos de hora de rock salvaje y crudo hecho en La Plata. Aún así, y lamentablemente, esos radioescuchas de trasnoche se perdieron de mucho.

Se perdieron ver al frontman de la banda más sucia de la ciudad de las diagonales en cuero, apretando los dientes contra su labio inferior, bajando de escenario para mezclarse entre sus seguidores, dándose chirlos en el culo parcialmente desnudo o vociferando junto a sus compañeros de aventuras estribillos tan enérgicos como elocuentes como “Esto está lleno de putos” (de “Malas preguntas”, del primer disco La bomba sucia, tema inamovible de la lista de temas en los recitales del grupo).

Se perdieron de la horda de cuerpos amontonados frente al escenario del ZAS –el club cultural de la calle Moreno que estará en la cabeza de muchos como una cueva legendaria del under porteño-, empujándose, saltando y coreando temas de los discos de la banda, ya sean “clásicos” como “Fito Páez” (y ese estribillo que clama “No soy la banda de sonido para festejar a tus amigos”) o “Dios” (canción con la que empezó el set de El Perrodiablo) o canciones que estarán en el inminente tercer disco del grupo, como la muy festejada “Algo sobre estar vivo”.

Y mientras la banda tocaba el último furibundo acorde y los pequeños y siniestros ojos de la calavera incrustada en el extremo de su bastón portado brillan –bastón que sirve de auxilio a partir de una lesión en la pierna izquierda-, el cantante Doma se despide del escenario del ZAS con una declaración que deja a los anteriores párrafos casi completamente obsoletos: “Esto es lo que somos y esto es lo que hacemos. ¡Rock, la puta que los parió!”.

III

Tres de la madrugada. Otros ojos luminosos sobre el escenario, esta vez los del “8th Man”, la máquina fantasma, uno de los personajes que los Go-Neko idearon para ilustrar su universo revolucionario y futurista creado para su segundo álbum de estudio, Los malos de verdad, que fue casi enteramente repasado en las primeras horas de ese domingo 5 de agosto en el Zaguán Sur.

“8th Man, 8th Man, oooooh oooooh” se escuchaba entre el público, aún antes de que el baterista Tom agarre el micrófono y, entre notas de armónica, cante el mantra de, justamente, “8th Man”, la canción que abre el último disco de “la aplanadora del space rock”. Y aunque a grandes rasgos uno podría suponer –un tanto acertadamente- que los Go-Neko no coparán ninguna radio con sus tonadas, el rock instrumental de tinte espacial por instantes calmo y repetitivo –gracias a los juegos de luces que acompañaron el espectáculo, uno hasta podría imaginarse a la música de Go-Neko sonando en algún show en el Planetario- y por otros acelerado, en los que se colaba la influencia del ritmo motorizado de los alemanes NEU!, fueron bienvenidos entusiastamente por una cantidad de asistentes que no ahorraron en canalizar fundamentalmente los momentos más altos en decibeles y veloces en sesiones de pogo, cabezas bamboleantes y coreadas de algunas de las tantas melodías en loop que brinda la agrupación, incluso aquellas que –como es el caso de “No tengo otra alternativa- musicalizan discursos de Salvador Allende.

Ya pasadas las cuatro de la madrugada, y mientras el frío invernal aguardaba en el exterior, en el Zaguán Sur sonaban las últimas notas desde el escenario, frente a algunos rostros cansados, algunas piernas agitadas y, seguramente, muchos oídos castigados por la triple función de ruido, ya sea en su forma etérea, como en su encarnación mugrienta o aquella –como la que se encargó de cerrar la noche- que apunta su mirada hacia las estrellas.